Entrevista exclusiva a Sergio "Maravilla" Martínez

Los nuevos deseos de un gran ídolo

En el aniversario número 42 de su nacimiento, Sergio “Maravilla” Martínez recibió al este medio en el contexto de una gira por la Argentina en la cual brinda charlas de motivación. Un encuentro reservado solo para las anécdotas, los proyectos y los mensajes de un hombre que asegura “vivir a mil” y que utilizó el teatro para superar el retiro

Sergio “Maravilla” Martínez se bajó del ring hace más de dos años y ocho meses, precisamente el 7 de junio de 2014, cuando el puertorriqueño Miguel Cotto le sacó el título mundial, en su segunda defensa, en el mítico Madison Square Garden, Nueva York. Ahora, el oriundo de Avellaneda no pasa sus días haciendo “sombra-cintura” ni tratando de dar el peso. De hecho, anda con “varios kilos de más”, por todas las comidas que le preparan en diversos rincones de la Argentina. 

Sergio Gabriel, tal cual su nombre de pila, es el gladiador que alcanzó ocho títulos y cuatro de ellos mundiales. Un hombre que no se olvidó de sus raíces, recordando sus lazos con City Bell, sus parientes de Berisso y sus ganas de hacer más grande el boxeo. 

En el contexto de su cumpleaños número 42, Maravilla recibió al equipo del diario Hoy y, producción mediante, compartió una tarde llena de anécdotas, torta de por medio y velitas para celebrar un nuevo natalicio. 

 “¿Cuarenta y dos, ya? ¡No puedo creer cómo pasa el tiempo!”, comienza diciendo el hombre que recorre el país a bordo de un motor-home con su novia. 

—¿Qué podés contar de tu recorrida por los distintos puntos de la Argentina?

—Es un placer. A veces llego a un pueblo y hay 200 chicos, de 10 a 15 años, que están sentados, esperándome, sin moverse ni hablar. Es curioso, ya que es difícil captar la atención de los niños. Atraer su interés no es complejo solo hoy en día debido a la explosión de internet, sino que ha sido así a través de los tiempos, porque los pibes están siempre a muchas revoluciones. En este contexto, que me escuchen es un regalo, algo maravilloso.

—¿Tenés nostalgia?

—No siento nostalgia, no me gusta vivir de lo que pasó antes. Vivo el ahora. Y cumplo 42 años, ¡madre mía! A veces les cuento a los muchachos, a los que hacen deporte y a los que no, que tenía 20 años cuando entré a boxear (un martes 2 de mayo de 1995, a las 18.30). Después de mi primer día en un gimnasio, volví a mi casa, abrí el grifo de la canilla, me agaché a lavarme la cara, me levanté y ya tenía 40 años. Es un suspiro la vida. 

—Estás viendo a la gente, disfrutando, yendo a conocer a esos que se apasionaban con tus peleas en el exterior

—Estoy disfrutando y aprovechando para dar las gracias por el inmenso cariño que me muestran. No voy a decir que no merezco un reconocimiento, pero sí que se les va un poco la mano. Simplemente fui un boxeador al que le fue bien, poniendo toda la energía, la pasión, la actitud.  

Una historia llena de misticismo…

—¿Cómo fue la historia con el vendedor de cremas que marcó tu destino?

—Tengo mucha memoria y hay cosas que no se pueden olvidar. Esta historia se dio un sábado 8 de junio, el día después de mi segundo combate amateur (había peleado ante Eduardo “Kung-fu” Busela, en Bomberos de San Francisco Solano). Tenía lastimada la mano y con mi hermano nos despertamos temprano para trabajar en una herrería en Quilmes Oeste. Allí entró un hombre con una canasta similar a las de los churreros, ofreciendo unas cremas. Mi hermano le dijo: “Fíjese, señor, si tiene una crema, porque él (por Maravilla) es boxeador y ayer se lastimó”. Entonces el vendedor me preguntó: “¿Cómo te llamás vos?”. Yo le respondí que mi nombre era Sergio, pero enseguida me pidió que le diera nombre y apellido completo. Yo tenía 20 años y, si bien era chico, siempre fui bastante cauto con las señales... Me miró profundamente y me hizo un resumen de todo lo que podía pasarme en la vida; no me dijo el precio que iba a pagar, pero me adelantó lo que iba a conseguir. Y no se equivocó. Era un hombre mayor, alto y de ojos celestes. 

—¿Lo volviste a buscar?

—Me regaló la crema, que al final no me calmó (risas). Se fue, salió caminando de la herrería y mi hermano me dijo: “Le voy a comprar una crema más para los suegros”. Pero salimos y no lo vimos más. Fue un aviso. “No dejes de hacer lo que estás haciendo”, fue lo que me dijo.

El proyecto para darle forma a la Superliga de boxeo en la Argentina

Como Agustín Pichot en el rugby o el propio Juan Sebastián Verón en el fútbol, Sergio Martínez se encuentra trabajando en un proyecto para poder profesionalizar las diferentes áreas del boxeo. 

—¿De qué manera el boxeo puede salir de ciertos parámetros de marginalidad? 

—Estamos trabajando con ese objetivo. Se puede hacer algo grande, de lo que ya van a enterarse con detalles. Queremos formar la Superliga.

—¿Cómo en el fútbol?

—Probablemente sí, con la diferencia de que en el fútbol se manejan otras cifras. 

—¿Será tu próximo round a disputar?

—Sí, pero no sé qué papel voy a desempeñar. Siendo promotor, tengo mis límites, pero vamos a darle una mano al boxeo y al boxeador. Hay que esperar un par de reuniones más, solo estuve en una muy importante. Contamos con un respaldo muy bueno de parte del CMB. 

—¿Cómo vislumbrás esa tarea?

—Hay que hacer un trabajo de base, pensando en tener, dentro de 10 años, unos cuantos campeones del mundo más. Acá la gente muchas veces se queja de la Federación Argentina de Boxeo (FAB), pero ésta hace lo que puede dentro de los medios y las capacidades que tiene. Hay que ir más arriba de la Federación, donde verdaderamente se mueven los hilos, para modificar algunas leyes o tratar que los promotores hagan o dejen de hacer tal cosa. 

—Y para que muchos no tengan que irse a España pudiendo bancar solamente un avión, como te pasó a vos

—Claro, o para que no pase eso de volver a casa después de una pelea con el dinero justo o caminando. Va a ser difícil, como remar en dulce de leche, pero se tiene que poder. Y si no, por lo menos lo vamos a intentar. 

Enamorado de la vida

Febrero es un mes especial para Maravilla. Además del Día de los Enamorados (el 14) y su nacimiento, también en este período del calendario tiempo atrás tomó el avión rumbo a España para transformar en realidad sus sueños de campeón.

Sergio Martínez tiene todavía la espontaneidad de un joven, llevando acaso el mismo timbre de voz que le sintieron esos tíos boxeadores cuando les dijo: “¿Les parece que deje el fútbol y me dedique al boxeo?”. 

Hoy anda recorriendo el país en su motor-home. “Con la compañía de mi chica”, según cuenta el ídolo boxístico. “Llevábamos recorridos casi 30.000 kilómetros y fundió motor. Se quedó en una ciudad del sur, Comandante Piedrabuena”.

En cada uno de sus portentosos brazos, lleva tatuadas dos palabras: victoria y resistencia. El combustible interior que mueve a los que logran ser número 1 en lo que se proponen. 

Aunque aclara: “La fuerza no son los brazos ni los puños, yo tenía ventaja porque la pasión que tuve por el boxeo muy poca gente la tuvo. Me podía derrotar el tiempo, mis errores o mi ego, pero no eran los rivales. No quiero que suene prepotente, por el amor de Dios”.

“Mis padres vivieron en City Bell”

Sergio es el segundo hijo de Susana y Hugo, sus padres quilmeños. Maravilla, en su entrevista con este medio  en el día de su cumpleaños, reveló que, “cuando mamá quedó embarazada, tuvieron que buscar un lugar”. Y así fue que llegaron a vivir en City Bell, entre 1969 y 1970. Se venía el nacimiento de Hugo, el hermano al que Sergio le atribuye “condiciones naturales” para haber triunfado en el boxeo, “pero no pudo pelear porque mamá no quiso”.

“Todavía me quedan algunos parientes en Berisso”, expresó.