Betiana Blum: “Creo que la sonrisa del corazón es la mayor muestra de belleza y juventud”

La emblemática actriz, una de las más queridas por el público argentino, visitó la redacción de este medio para hablar de sus comienzos y de la obra que presentará este viernes en la ciudad

Es una de las actrices que están grabadas a fuego en el imaginario cultural del país. La vida de Betiana Blum comenzó hace 77 años en un pueblo llamado Charata, que hoy alberga a poco más de 27.000 habitantes, en la provincia de Chaco. Al tiempo de llegar a Buenos Aires para estudiar Letras, se encontró con el teatro, y mientras pudo se formó en ambas carreras. Con el tiempo, llegó su debut en las tablas, su paso a la televisión y la explosión de su popularidad con Rosa... de lejos, la primera telenovela que se filmó íntegramente en color en el país.

Más tarde, llegó un éxito inolvidable en el cine: Esperando la carroza, un hito en el séptimo arte de la Argentina y probablemente la película con los diálogos más recordados por personas de diferentes generaciones. Se trata de una película inmortal, una gema de Alejandro Doria, sobre la que alguna vez Betiana contó: “Cuando terminaba la filmación ellos se iban a ver el material y al día siguiente lloraban de la risa, la repetían 15 veces y las 15 reían. Cuando la vi después del estreno, comprendí lo que quería hacer Alejandro”.

Hoy, la actriz se encuentra protagonizando la obra Yo amo a Shirley Valentine, que este viernes presentará en La Plata, en el Coliseo Podestá a las 21. Antes, la intérprete pasó por la redacción de diario Hoy, repasó su carrera y contó el secreto de su juventud y vigencia.

—Naciste en Charata, “la perla del oeste chaqueño”, y viniste a estudiar Letras a Buenos Aires. ¿Cómo llegaste al teatro?

—Me desmayo de amor, me acabo de enterar de algo maravilloso: ¡yo nací en la perla del oeste! Sí, nací en Charata y me crié en Sáenz Peña. Vine a estudiar Letras a Buenos Aires y luego me quedé. Estaba haciendo la mitad exacta de la carrera cuando empecé a estudiar teatro. Entonces comencé a trabajar en el teatro independiente con Haydée Padilla, que dirigía Onofre Lovero, y llegó un momento en el cual tenía los prácticos de Latín a las siete de la mañana y la función a la noche. En esa inconsciencia le escribí a mis padres que iba a dejar la carrera. Siempre pienso que es una pena que no haya seguido, aunque fuera una materia por año. Pero bueno, en esa época era esto o aquello.

—¿Cómo lo tomaron tus padres?

—¿Sabés que no dijeron ni mu? Me siguieron ayudando hasta que pude mantenerme. Ni una palabra. O será que ya se habían dado cuenta y la noticia no los sorprendió, no lo sé. Me siguieron apoyando. Maravilloso.

—¿Entonces ya te habías dado cuenta de que ibas a ser actriz?

—Yo escribía y recitaba. Había algo en mí que tenía que ver con la expresión, los demás me lo decían mucho. Y cuando empecé a estudiar y a trabajar decidí que podía ser mi profesión. Estaba muy ligado a la literatura de cualquier manera.

—¿Te acordás de tu primera obra? 

—Había trabajado antes en Sáenz Peña en una función de Los chicos crecen. Pero la primera obra fue Solness, el constructor, de Henrik Ibsen.

—¿Sentías nervios o miedo cuando subías al escenario?

—Nunca miedo. Cuando recitaba no tenía nervios. Yo ya tenía experiencia, como te digo, de recitar. Pero recuerdo que en Sáenz Peña, cuando me habían invitado a trabajar en Los chicos crecen, ahí sí, tuve que llevar algo en la mano y me temblaba una pierna (risas), hasta que me concentré. Pero el primer momento fue terrible.

—Hiciste innumerables obras, películas, y programas de televisión, ¿hay algún personaje que te haya marcado?

—Mirá, yo creo que el papel de Teresa, en Rosa... de lejos, era un personaje de un alma tan pura, tan humilde. No es que no tuviera plata, porque la tenía, pero ella quería menos. Tenía un alma muy hermosa. Me marcó, tanto como la hipocresía de Nora en Esperando la carroza. 

—¿Qué pensás que se perdió el arte argentino con la partida de Alejandro Doria?

—Un director extraordinario, un ser humano maravilloso. Tenía una visión única para el cine Alejandro, por la forma en que contaba, y un gran sentido del humor. 

—¿Recordás cómo fue el rodaje y la primera vez que viste Esperando la carroza?

—Nos divertíamos, pero era difícil lo que hacíamos. Tenía mucha exigencia, fue un proceso. Mis personas más allegadas me decían estás muy bien, pero yo no me sabía ver. Y después se transformó en una locura.

—Retomaste las clases de teatro, ¿qué recomendación le harías a una persona tímida que recién empieza?

—Le diría que pase al frente y cuente el ridículo más grande que hizo en su vida.

—¿Qué es el éxito para vos?

—Siempre digo que el éxito es como estar en mi pueblo: todo el mundo te saluda.

—¿Cómo hacés para mantenerte joven y vital?

—Yo creo que una parte, obviamente, es genética. Por más que te hagas una limpieza de cutis, hay algo genético y tiene que ver con la salud, con cómo vos estás físicamente, tratar de estar sano o lo mejor posible. Me atiendo con el doctor Mühlberger que hace medicina ortomolecular. Otra cosa muy importante es pensar bien, pensar lindo, esperar cosas buenas. Mirar a la gente y no decir ay, qué mal que le queda esto, sino todo lo contrario. Yo creo que la sonrisa del corazón es la mayor muestra de belleza y juventud.

—¿Qué hacés en tu tiempo libre?

—Nada. Adoro hacer nada (risas). Ahora veo un poco de Netflix. Estoy viendo House of cards. Es muy buena, porque logra un guión tan difícil y amplio, y de vez en cuando pasan cosas que vos decís ¿pero yo esto no lo leí en el diario? Cómo matan a la gente. Y acá hay tanta gente que de pronto “desapareció” o se “suicidó”... Además, tiene unos actores maravillosos.

—¿Recordás cuándo fue la primera vez que viniste a la ciudad?

—Estuve en el maravilloso museo y en la Catedral. Es una ciudad hermosa. Me gusta muchísimo. Pero hace mucho, cuando yo empecé a trabajar, cuando filmábamos la novela de Abel Santa Cruz, Nuestra galleguita (1969), hacíamos giras. Veníamos a La Plata, obvio. Mi hijo ni había nacido, y ya tiene 47. Así que ha pasado un tiempo, por lo menos 47 años (risas). 

Yo amo a Shirley Valentine, de Willy Russell

—¿Cómo es esta obra que te tiene sola en escena?

—Es una obra de teatro que tiene tres actos. Digo esto porque es una sola actriz, pero es diferente al unipersonal, que suena pobre. Esto tiene escenografía, música original y va transcurriendo la historia. Es un espectáculo inolvidable. Por algo se ha transformado en un clásico, por algo a través del tiempo se sigue haciendo y sigue resonando entre la gente. Hay obras que uno ve y no pasa nada, pero esta es inolvidable, te marca, te toca el alma. Willy Russell es un genio, y crea un personaje simple. Es muy fácil identificarse con ella. Está pelando papas y está tan sola que está hablando con la pared, y así arranca. Los hijos de ella no están porque son grandes, el marido casi no le habla. Se da cuenta de que si se queda ahí terminó todo. Un día tiene una invitación de una amiga, y no encuentra la forma de decirle al marido que se va. 

Habla con la pared y se ve que la pared le contesta, porque ella le pregunta: ¿Qué va a pensar? dos mujeres solas, claro, es por sexo. Pero yo no soy fanática del sexo, está sobrevalorado como las liquidaciones: mucho sudar, mucho correr, y al final lo que te llevás tampoco era para tanto. Lo dice desde un lugar tan sencillo, tan gracioso y tan verdadero que te enamorás. 

—¿Qué reacciones ves en el público?

—Un antes y un después. Lo que produce en el público es inolvidable. Ver cómo transcurre la vida de esta persona, y desde el lugar que sucede la liberación, es una inyección de vida, de vitalidad. Empieza pelando papas en una cocina y termina en el mar de Grecia. 

—¿Cómo los invitarías a que vayan a verte?

—Los invito a ver Yo amo Shirley Valentine, que es un espectáculo que toca el gran tema de la humanidad: aprender a amarse, a valorarse y a vivir desde lo simple, sin complicaciones. Se van a reír, se van a conmover y van a salir vitalizados. Es una obra inolvidable, transformadora, y les puedo firmar un cheque. Los espero en el Coliseo este viernes a las 21 horas. Hasta el viernes. Los comprometí (risas).

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