De amor, fútbol y barrio

Tras el estreno de la película El 5 de Talleres, Hoy dialogó con el director, Adrián Biniez, y los protagonistas: Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg, quienes se lucen como esposos, también en el cine

Cierta vez le pidieron a Jorge Luis Borges que opinara sobre la juventud y él sintetizó: “Es una etapa de incertidumbre, de ingenuidad y, en general, de desdicha”.

El 5 de Talleres, el segundo largometraje que el director y guionista Adrián Biniez estrenó el jueves, tras su celebrada Gigante, expone en imágenes esa idea literaria, pero sin solemnidad ni vanidades. Porque Patón Bonassiolle (Esteban Lamothe) es un muchacho de barrio, capitán del club de Primera C de Remedios de Escalada (en Lanús), con poco de habilidoso y mucho de leñador. Por eso, cuando le dan ocho fechas de suspensión no ve otro destino que el retiro. Sin fama ni fortuna, pero con el apoyo de su mujer (interpretada por Julieta Zylberberg), este mediocampista de 35 años piensa en nuevos horizontes: terminar la secundaria y encontrar un trabajo fuera de las canchas serán sus metas.

Justamente, lo que esconde el título de la película son estos dilemas del Patón, que ocurren, no en un partido de fútbol, sino en el seno de la pareja protagónica, en esa cotidianeidad que el realizador trazó con más verosimilitud que pretensión cinematográfica.

Biniez nació en Remedios de Escalada, pero fue en Uruguay (donde está radicado hace años) que, en medio de un picado, evocó la historia de un amigo (el verdadero Patón) que se había retirado jugando de 5 en Talleres.“Eso ya me dio al protagonista, la clase social, el barrio en el que viví mucho tiempo -enumera el cineasta-. También sabía que el mundo de la pareja tenía que ser central; que no fuera una gran crisis, sino pequeños rituales: el humor, lo erótico, lo cotidiano”, detalla a Hoy. Y eso es lo que, con exquisita naturalidad, reflejan los personajes de Lamothe y Zylberberg, cuya convivencia real Biniez llevó a la ficción. Fue el primero, porque cuando se rodó esta película -hace dos años- ellos aún no habían trabajado juntos en Farsantes, la tira de El Trece.

El amor sobre toda diferencia social

El amor y la actuación igualan a Lamothe y Zylberberg. A él, que en El 5 de Talleres y en la vida, tiene orígenes -gestos, palabras, entonaciones- de pueblo (nació en Florentino Ameghino); y a ella, que proviene de la zona norte de Buenos Aires.  

Se conocieron “en una especie de montado de una obra”, le cuentan a Hoy, pero no llegaron a compartir escenario; llevan ocho años juntos, tienen un hijo y, ahora, una película.

¿Qué más les falta?

Lamothe: -¿Qué más podemos hacer? Nos podemos hacer swingers ahora, no sé (risas).

Zylberberg: -Un montón de cosas nos faltan. La vida es larga, así que quedan muchas cosas junto a él.

¿Cómo fue la experiencia de trabajar juntos?

L: -Yo la admiro desde antes de que sea mi novia; es una actriz que me gusta, y encima es mi mujer, así que fue perfecto.

Z: -La pasamos genial, me gustó mucho actuar con él, porque es un actor que me encanta y un compañero espectacular. Nos entendimos muy fácil.

¿Qué les atrapó del guión?

L: -Primero, el personaje: encontré una voz familiar en ese futbolista de barrio. Pero esta es una película de amor, más que de fútbol. Me gustaron los diálogos, que se hiciera foco en algo doméstico que el cine nunca mira, porque esta no es una película en la que vaya a pasar algo sumamente relevante: lo relevante es lo cotidiano y el guión vuelve cinematográfico algo que no lo es, o que no lo era porque nadie lo filmaba. En ese sentido, Biniez me parece un director libre y yo admiro a los artistas que hacen lo que se les canta. 

Z: -Me encantó mi personaje, por su nobleza. Soy la encargada de armonizar al Patón, así que mi rol está en función de él.

¿Qué aprendieron de esta película?

L: -Que se puede trabajar en el cine con un director y que eso sea lindo. Cuando rodamos, recién había nacido Luis Ernesto, así que, en lugar de ir a recitales o a comer, nuestras salidas consistían en ir a filmar. Me encontré con un director increíble, muy diferente a aquellos que van detrás de algo grande y pretenden cambiar el mundo. El arte es eso: cambiar el mundo sin aspirar a cambiarlo.

Z: -Yo también la pasé muy bien, filmaba para relajarme. Fue un rodaje feliz, que me hizo recordar por qué soy actriz. 

¿Y por qué son actores?

Z: -Yo estudio teatro desde los ocho y siento que tengo un trabajo espectacular, me gusta leer un guión y pensar en los personajes. El día que no me pase eso, dejaré de actuar.

L: -Yo antes de ser actor fui pintor, mozo, músico. Empecé a actuar a los 24; hice un curso de teatro, después vinieron obras, películas y llegó El Estudiante (2011), el filme de Santiago Mitre gracias al cual me hice conocido y me empezaron a llamar más seguido. 

Más allá del cine, la televisión ocupa un lugar importante en sus carreras. ¿Dónde se sienten más cómodos?

Z: -Me siento más cómoda con los tiempos de filmación del cine, pero la tele también me divierte, es como medio deportivo porque requiere entrenamiento y esa adrenalina está buenísima. 

L: -Yo pensaba que la tele era un terreno más hostil, pero me encontré con gente cariñosa y generosa. Por ejemplo, en Sos mi hombre (El Trece) trabajé con Joaquín Furriel, tenía un personaje que prácticamente no existía, pero gracias a él crecí y me volví un actor más solicitado. El tema de la tele es que la gente cree que le pertenecés: miran tele mientras limpian, tienen sexo, comen, discuten, y vos estás de fondo. Te ven en la calle y creen que te conocen, pero lo entiendo: si no te gusta, andá a actuar al bosque, donde no te vea nadie.