El difícil camino hacia la consagración actoral

Darío Miño descubrió la actuación cuando apenas tenía 13 años, y hace ya 17 que inició su carrera. Ahora, explora las oportunidades que el medio tiene para ofrecer mientras se mantiene firme sobre las tablas

El recorrido de cada actor para llevar adelante su carrera siempre es muy personal. Más allá de la voluntad de aprendizaje de cada uno, depende de los docentes con los que se cruce en la vida y de las oportunidades que se le presenten.

Esto lo tiene muy claro el joven Darío Miño que, próximo a cumplir 31 años, sostiene que “el proceso de formación es muy particular, no creo que haya un único camino”. En 1999, cuando tenía apenas 13 años, se enteró de un casting  para una obra de teatro. La experiencia le dejó un sabor tan agradable que se dijo que a eso quería dedicarse por el resto de sus días.

Así, llegó a participar en la película de Gilda, no me arrepiento de este amor, protagonizada por Natalia Oreiro, y en producciones para Cuatro Cabezas y History Channel. Hasta que le tocó el turno de formar parte del proyecto de Taekwondo (2016), una película de Marco Berger.

—¿Qué fue lo primero que hiciste?

—Fui a la convocatoria en un colegio y quedé para El rey león. Era una de las hienas malas. Hubo maquillaje, vestuario, el teatro estaba lleno, fue un flash. Me pareció increíble hacer algo que no me tocaba todos los días, cambiar la realidad. A partir de ahí, no dejé más.

—¿Dónde te formaste?

—Hice un tiempo en un centro cultural en San Martín, después con un profesor que daba clases en la municipalidad, Miguel Cavia, y también experimenté con la improvisación. Cada vez me gustaban más las distintas ramas de la actuación, y bueno, entré en el Instituto Nacional Universitario del Arte (ex-IUNA, hoy UNA) y me volví un poco académico, inevitablemente. Ahora estoy escribiendo mi tesis.

—¿Qué te quedó de esa etapa?

—Hacer las cosas, la escenografía, tu vestuario. Es muy del teatro independiente, que a veces cansa, pero tiene su costado romántico: vas a actuar y te ponés algo que tuvo tu esfuerzo y tu dedicación, tiene otra resonancia. Distinto fue lo del Match de improvisación, que tenía que preocuparme solo por actuar, era más comercial.

—¿Qué le aconsejás a los que están empezando a formarse?

—El proceso de cada uno es muy particular. Hay gente que entra a la universidad y se va a los dos años porque sienten que se encasillan. Yo lo tomé como algo buenísimo, un entrenamiento de todos los días, por cinco años, me sirvió y me dio un montón de seguridad. Pero también es cierto que depende del caso y la máxima experiencia se obtiene actuando. Cada uno debe encontrar su propio método, no creo en la arrogancia de decir “el teatro es esto y aquello no”.

—Hiciste cine, teatro y televisión, ¿qué lenguaje preferís?

—Una vez un gran amigo me dijo que los placeres no pueden compararse. Donde menos experiencia tengo es en la televisión, pero hice conducción y alguna participación. Del teatro tengo más vivencias, es con lo que más me siento identificado. Son tres cosas diferentes, que como no se muestran del mismo modo, se ejecutan distinto, y a mí me parecen un desafío. Pero me siento del teatro, es como que no puedo meterle los cuernos (risas).

—¿Qué vas a hacer este año?

—Me gustaría dirigir una película, tengo una idea y ganas de escribir. Y, obviamente, dirigir teatro. Este año reestreno Crápulas, que es la obra en la que estoy. Además, me llamaron para hacer un pequeño personaje en un programa, que no se puede decir porque no está al aire todavía. Pero siempre estoy en la búsqueda.

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