Se duplicó la cantidad de inmigrantes en 2016

Cada vez son más los venezolanos refugiados en La Plata

Durante 2016 se duplicó la cantidad de inmigrantes que llegaron desde el país caribeño. Huyen de la falta de alimentos, la delincuencia y la represión. Buscan un porvenir y lo hacen cada vez más en nuestra ciudad

El vuelo que trajo a Luis Dimas Siu desde Venezuela el 26 de noviembre del año pasado duró siete horas, el tiempo suficiente para que repase, una y otra vez, el dilema en el que se encontraba. “Si me quedaba, mi familia y yo podíamos morir de hambre o de cualquier enfermedad, porque no hay remedios. También estaba el riesgo de que nos mate un delincuente o la Guardia Nacional”, explicó Luis. “El otro problema era que si acá no conseguía de qué vivir, ni un hogar, podía terminar en la mendicidad internacional. No es tan fácil que nos abran las puertas en otros países”, agregó. 

En su tierra, Luis era abogado y diputado del Consejo Legislativo del Estado de Bolívar. Ahora es uno de los 11.298 venezolanos que durante 2016 emigraron a nuestro país. Ese año, la comunidad venezolana en la Argentina se duplicó: pasó de 13.049 registrados hasta 2015 a 24.347 personas, según el reporte histórico sobre residencias temporarias de la Dirección Nacional de Migraciones. 

La cifra no para de crecer, ya que los registros indican que para el primer trimestre de este año ya eran 36.463 los venezolanos inmigrantes, un 33% más. Hasta la fecha no existen registros sobre cuántos hay en La Plata, pero se estima que llegan a nuestra ciudad a igual ritmo que lo hacen al país.

Otto Bermúdez es un venezolano de 27 años, administrador de empresas y cocinero, que llegó al país a principios de este año. Recuerda que su mejor día en la Argentina fue cuando hizo el trámite de ingreso en Migraciones. Se había ido de Venezuela en 2013 rumbo a Europa, luego anduvo por Colombia, Costa Rica y Panamá. Nunca le gustó la idea de lanzarse a la aventura, pero estaba convencido de que si se quedaba en su país, no tendría futuro. 

Para ganarse la vida, trabajó en restaurantes, siempre de manera ilegal, por eso “frente al empleado de Migraciones, me sentía como un ladrón ante la Policía”. Para su alivio, el trámite fue sencillo “me trataron tan bien que, aun si saber si iba a poder quedarme, ya estaba feliz”. A Otto, vivir legalmente le dio paz. 

Para los extranjeros pertenecientes a los países miembros del Mercosur, lograr la residencia argentina es fácil: basta con presentar el documento y los antecedentes penales del país de donde provienen junto con los de aquí y un certificado de domicilio. Si todo sale bien, obtienen una residencia temporaria de dos años. Vencido ese plazo, podrán tramitar la permanente. 

Salir de Venezuela, en cambio, no es tan fácil. Johanna Parababire Pérez  tiene 29 años, es comunicadora, lleva más de un año en La Plata y planea volver a dedo a su país para traer a su familia. “Los vuelos son un desastre. Hay gente varada en los aeropuertos. Ya me cansé de buscar pasajes y que no haya, de que me quieran cobrar el triple y correr el riesgo de que el vuelo no salga, o de perder el equipaje”, se quejó. 

En febrero, Otto pagó 700 dólares por su pasaje. Por ese entonces, un dólar costaba 3.500 bolívares. El sueldo mínimo es de 160.000 bolívares, por lo que se deduce que para el venezolano pobre es imposible juntar los dos millones y medio de bolívares necesarios para el pasaje. Sobre todo si tenemos en cuenta que un litro de leche puede costar entre 7.000 y 9 .000 bolívares. Hoy, un dólar cuesta 5.800 bolívares. Venezuela es el país con la inflación más alta del mundo. 

Carlos Moya llegó desde isla Margarita el 31 de octubre del año pasado. Para empezar su nueva vida, alquiló un monoambiente en 58 y 17 por el que paga 5.000 pesos mensuales. Al igual que Otto, es cocinero en un restorán céntrico. Otto, a diferencia de Carlos, todavía duerme en el living de la casa de los amigos venezolanos que le dieron asilo por 3.000 pesos: “No es lo más cómodo, pero estoy muy agradecido y pronto alquilaré una habitación para mí”, explicó. Luis también comparte casa con cuatro compatriotas, en Tolosa.

¿Volver a empezar? 

Cuando imagina su futuro, Luis Dimas Siu piensa en el corto plazo: quiere traer a su mujer y a sus dos hijos cuanto antes. No descarta la posibilidad de establecerse si a su familia llega a gustarle la ciudad, pero confiesa que quiere volver, que vino huyendo y que su misión es dar a conocer lo que pasa en Venezuela. 

En el Estado de Bolívar, Luis era diputado por el partido Primero Justicia, uno de los más grandes de la coalición opositora al chavismo: la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), al cual también pertenece el principal exponente de la oposición, Henrique Capriles. A su vez, Luis cuenta que creó otro partido al que llamó Gente de Guayana, la ciudad en la que vive. 

Su objetivo es crear durante su estadía una fundación con distintas fuerzas políticas para ayudar a quienes permanecen en Venezuela. 

Al igual que Luis, Carlos planea traer a sus dos hijas y ya tiene un plazo aproximado: diciembre. Aunque por estos días ningún venezolano puede planificar con certeza, él confía en que lo logrará: “En La Plata, conseguí más en siete meses que en mi país en dos años”.

Para Otto, en cambio, el futuro es incierto: le conviene quedarse porque su pasaporte está por vencerse y no tiene residencia en ningún otro país, pero tampoco se ve formando un hogar. Hay algo que tiene claro: a Venezuela no vuelve. “Si Maduro se fuera hoy, de todos modos llevaría años reconstruirla”, afirmó. 

Por lo pronto, ninguno de los tres emigrantes venezolanos tuvo mayores dificultades para adaptarse, excepto por ciertas costumbres no compartidas. El primer día en que un hombre saludó a Carlos con un abrazo y un beso, en lugar de apretarle la mano que él le había tendido, se alarmó: “No entendía nada, no sabía qué hacer, en mi país nos saludamos con la mano, incluso con las mujeres cuando apenas nos presentan”, explicó. Sin embargo, ahora él también saluda con un beso a otros hombres.

Otto trabaja todo el día y cuando termina, duerme. Le gustaría salir a bailar, pero no está acostumbrado a que la noche comience tan tarde “allá salimos a las nueve o las diez, pero acá hasta las dos no hay nada”. Además, suponiendo que pudiera estar despierto a esa hora, no sabría a dónde ir. “Extraño el merengue, la salsa, la bachata. Allá aprendemos esos ritmos en la calle, de oído”, explicó y agregó: “Acá he visto que bailan una salsa muy estructurada, sin nada de improvisación y alejados. Nosotros solemos bailar muy cerca y no tiene nada que ver con coquetear, o sí, pero no siempre”. 

Sabor a hogar

“En Venezuela, la gente se dio cuenta de que la cosa estaba realmente difícil cuando faltó la harina para las arepas”, recordó Kapulí Vasiloff, quien nació hace 40 años en Perú, donde sus padres argentinos fueron exiliados. 

Luego de un breve paso por ese país, su familia se radicó en Venezuela, donde creció hasta los 17, cuando decidió venir a La Plata para estudiar Cine. Desde entonces extrañó las arepas (una tortilla de harina de maíz que se fríe o cocina a la plancha) tanto como a sus pa­dres.

“Intentaba reemplazar los ingredientes con lo que había acá, pero no era lo mismo”, recordó. De a poco esos productos comenzaron a llegar y hace dos años, junto con su esposo Gustavo, abrió la arepera “La Guacamaya”, frente a la Facultad de Psicología. Allí concurren clientes argentinos y venezolanos. Sus dueños afirman que el último año creció la afluencia de estos últimos. “Llegan desahuciados”, contó Kapulí. 

Gustavo y Kapulí coinciden en que los comensales que vienen desde Venezuela no salen de “La Guacamaya” igual a como entraron. “Es increíble. Después de comer las arepas les cambia el semblante”, festejó Kapulí. Como si el poder evocativo que tienen los sabores los hicieran sentirse, por un instante, como en casa.

Cifras

- 2 millones: de venezolanos emigraron desde que comenzó el gobierno de Hugo Chávez. Colombia, Ecuador, Perú, Chile y la Argentina, sus principales destinos.

- 36.463: es la población total registrada en el país durante el primer trimestre de 2017, entre residencias temporales y permanentes.

- 11.298: venezolanos llegaron a la Argentina durante 2016.

- 1.751: están en la Provincia de Buenos Aires, entre residentes temporales y permanentes.

- 59: son los muertos desde el comienzo de las protestas.

Panorama político: Maduro resiste la protesta popular

Venezuela atraviesa una de las crisis políticas más graves de su historia. El chavismo, anquilosado desde hace 20 años en el gobierno nacional, sostiene al actual presidente Nicolás Maduro con el poder de la Fuerzas Armadas, cuyos oficiales salieron a las calles para detener las masivas protestas que desde Caracas se fueron expandiendo hacia el interior del país.

La clase media, con los líderes de la Mesa de Unión Democrática como punta de lanza, le reclama al gobierno que retroceda en su afán de promover una economía socialista que ha despreciado las multimillonarias ganancias por las ventas de petróleo y condenado a la población a un racionamiento de alimento y servicios que devino en hambre.

El Partido Socialista Unido de Venezuela, acostumbrado a gobernar con mayoría en la Asamblea Nacional (AN) venezolana, desde el 2016 cedió la mayoría en el recinto en las elecciones frente a la Unión Democrática. Así, el órgano legislativo quedó dividido en dos coaliciones: la mayoritaria, conformada por la bancada opositora e integrada por 112 diputados, y la minoritaria, compuesta por la bancada oficialista, que apoya la autodenominada Revolución Bolivariana, con 55 diputados. 

Ante este nuevo escenario, en marzo el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), controlado por el chavismo, decidió despojar de competencias a la AN por estar en “desacato”, al haber incorporado tres de los cuatro diputados del Estado de Amazonas (sur de Venezuela) cuya investidura había sido impugnada. A los pocos días el propio Maduro desistió de la medida, pero luego redobló la apuesta: convocó a una asamblea constituyente para modificar la Constitución y perpetuarse en el poder.

Ante la condena nacional e internacional por la brutal represión de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) contra la población civil, y la cantidad de presos políticos que se amontonan en las prisiones venezolanas, la crisis no tiene visos de arribar a un final que permita que las garantías democráticas vuelvan a regir la nación.

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