El problema de las pilas y una idea creativa que aguarda respuestas

La Facultad de Ciencias Exactas y la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia crearon la única planta del país capaz de purificar las pilas gastadas. Sin embargo, la propuesta no fue recogida por la comuna y los desechos locales terminan en el predio del Ceamse

En Camino Centenario y 506, en la localidad de Gonnet, se levanta la única planta de procesamiento de pilas de la Argentina. La Planta Piloto Multipropósito pertenece a la Facultad de Ciencias Exactas y a la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC) de la Provincia de Buenos Aires, y está lista desde hace cuatro años para purificar en un proceso sencillo, no contaminante, 100 kilos de pilas mensuales: el consumo medio de un pueblo de 10.000 habitantes. Sin embargo, la Planta sigue allí, semivacía: solo tiene un uso experimental interno y se la pone en marcha algunos días por semana.

Aunque las pilas no están mencionadas expresamente en la Ley 24.501 de Residuos Peligrosos, tienen componentes, como el zinc, que sí lo están. Si están bien construidas, no deberían tener pérdidas de las sustancias químicas durante su uso, pero al ser desechadas la propia degradación de los residuos las vuelve un peligro para el ambiente y la salud humana.

Un plan simple

En 2008, la becaria Lorena Falco se propuso recuperar los metales de las alcalinas agotadas. Abrió una pila y separó sus componentes: la carcasa de hierro, la cubierta de dióxido de manganeso y, por último, el “dedo” de zinc. Luego desarrolló un método de purificación. “Obtuvo una receta tecnológica para separar y recuperar los metales del interior de una pila disolviéndolos en ácido sulfúrico”, explicó a Hoy el director de la Planta y del laboratorio, Horacio Thomas, quien apadrinó la investigación.

“Lo que hicimos con sus resultados, después, fue limitarnos a diseñar una planta”, expresó Thomas, que también es investigador superior del Conicet y profesor Emérito de la Facultad de Exactas. Sin embargo, como todo debía ser ecocompatible, los científicos buscaron la forma de reemplazar el ácido sulfúrico comercial. “Lo obtenemos de unas bacterias naturales que se pegan a las partículas de azufre, se las comen y segregan ácido sulfúrico como subproducto”, explicó.

En reactores con azufre, agua y aire, sembraron las bacterias y obtuvieron el ácido que almacenan en una batería de quince tubos con treinta litros cada uno. En ese ácido, disuelven los metales por separado y los recuperan. “Simplemente funcionó”, agregó Thomas.

La Planta tiene la capacidad de curar entre veinte y 25 kilos semanales, cien kilos al mes: el consumo, en ese período, de unos 10.000 habitantes. “Si alguien quisiera una Planta con más capacidad, sería simple: pone más tubos o hace los tubos más grandes”.

La planta que dirige Thomas puede funcionar tan solo con cinco personas calificadas. “Un bioquímico que controle el estado de las bacterias, un licenciado en Química y un técnico químico que manejen las soluciones de ácido sulfúrico y controlen la etapa de disolución, separación y precipitación, y un par de operadores para que clasifiquen y abran las pilas”.

Modelo de exportación

La Planta del CIC no tiene aspiración comercial porque es experimental, sin gran capacidad de almacenamiento. “Nosotros hicimos la Planta para demostrar que es simple, y para ocuparnos del problema ambiental”, detalló Thomas.

El proyecto es tan novedoso que ahora el CIC y la Facultad de Exactas están por firmar un convenio con la gobernación de San Luis. Se exportará el modelo para que repliquen las tecnologías y se capacitará a los operadores puntanos. 

En nuestra ciudad no hay nada. “El 90% termina en el predio del Ceamse enterrado con el resto de los residuos domésticos”, asegura Claudio Fiorellino, miembro de la organización ambientalista Nuevo Ambiente. La Fundación Biósfera, otra ONG ambientalista consultada por Hoy, también desconoció la existencia de un plan de acción  comunal.

Problema de arrastre

En 2009, el intendente Pablo Bruera promulgó la ordenanza Basura Cero y puso contenedores en plazas y sitios públicos de la ciudad. “Nosotros no sabemos qué pasó con esos contenedores”, aseguró Fiorellino, de la ONG Nuevo Ambiente, quien participó de la comisión de seguimiento de la ordenanza.

En octubre de 2010, vecinos denunciaron que un camión municipal volcó un montón de pilas en desuso en una vieja fábrica de 409 y 137, en Arturo Seguí.

Dos meses antes de las últimas elecciones, Bruera firmó un convenio con el CIC para construir una Planta. Cuando Bruera perdió los comicios, todo quedó en la nada.

Hace poco tiempo, se acercaron funcionarios del intendente Julio Garro para interiorizarse. Thomas respondió que ya existía un convenio previo. “Dijeron que se iban a fijar, pero aparentemente no estaba registrado”, aclaró. Nunca más volvieron a contactarse. 

No se trata de un proyecto costoso: aunque no pudo precisarlo, Thomas estimó que replicar una planta como esa costaría entre 700.000 u 800.000 pesos. Lo cierto es que teniendo la solución a unos kilómetros de distancia, y el desarrollo adecuado, los platenses siguen acumulando las pilas en un frasco o tirándolas al tacho de basura. 

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