Fontanarrosa, en el recuerdo

A una década de la muerte del escritor rosarino, diario Hoy dialogó con su última esposa, Gabriela Mahy, quien evocó algunas intimidades, rescatando su legado

Roberto Fontanarrosa es para Rosario prácticamente un prócer: tiene un monumento, sus textos circulan en boca de todos y su obra se enseña en las escuelas. 

Hoy se cumple una década de la muerte del “Negro”, y la ciudad de las pasiones exaltadas prepara un aluvión de actividades para recordarlo. 

El lunes será la avant-première de la película Lo que se dice un ídolo, un filme que recrea cinco cuentos del autor, entra­mados con semblanzas deportivas animadas, que estará en los cines a partir del 27 de julio. 

Mientras tanto, hoy y mañana se inaugurarán muestras sobre su vida y obra, y se estrenará la obra teatral Negro y Rosa, escrita por Carlos Ares en su honor y dirigida por Leonor Benedetto. “Se percibe, a pesar de los diez años, que el cariño de la gente está intacto”, comentó a diario Hoy Gabriela Mahy, la última esposa del rosarino, quien evocó a su fantasma intacto y recordó un legado, el suyo, que vencerá al tiempo.

—¿Cuáles son sus sensaciones en esta década de ausencia?

—Un recuerdo muy cálido, de una persona entrañable. Sobre todo valoro su humildad, porque considero que las personas humildes son personas sabias. Él no quiso nunca que lo pusieran en un pedestal, quería ser uno más.

—¿”El Negro” podría haber nacido en otra ciudad?

—No sé si Rosario es una ciudad que genera hechos culturales y personajes que surgen como consecuencia de eso, o son los personajes los que generan el clima que respira la ciudad desde hace mucho tiempo.

—¿Cuál es el rasgo más importante del legado que dejó en la cultura rosarina?

—Creo que fundamentalmente lo que se recuerda es la persona. La obra es maravillosa, muy importante, pero el cariño que él generó en la ciudad es lo que hace que se lo recuerde así: es más que un autor, es una persona que se extraña.

—¿Qué faceta la impresionó más de su variado desarrollo artístico?

—Más allá de los canales que él eligió para transmitir, a él le gustaba contar historias. Lo hacía a través de los dibujos, los textos y los cuentos. Él creía que su función en la vida era hacer reír. Le complacía que la gente le dijera que se había divertido con algo suyo. Era para él el mejor pago.

—¿Qué anécdota recuerda que lo pinte de cuerpo entero?

—Una de las cosas que admiré de él fue el hecho de que tomaba con humor hasta su enfermedad (murió de esclerosis lateral amiotrófica el 19 de julio de 2007). Una vez, en Cartagena, lo ayudaban a subir entre tres personas al escenario donde iba a hablar, y había un nenito siguiendo la escena. Entonces, en mitad de la escalera, le dijo: ¿Sabés por qué me pasó esto? Por fumar. Era su manera de desdramatizar lo que le pasaba y así ayudaba a las personas que lo rodeábamos a hacer la situación más llevadera. No le gustaba ser una carga física ni emotiva, y el humor era su manera.