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Las mascotas, una fuente de amor y compañía

En una jornada que invita a reflexionar sobre los cuidados de los animales, vecinos de la ciudad contaron a diario Hoy distintas vivencias junto a sus compañeros de vida. Mientras tanto, un grupo de proteccionistas se congregará para exigir que se amplíen sus derechos

Ignacio Lucas Albarracín, además de ser abogado, fue un gran defensor de los derechos de los animales, tanto, que promovió la Ley Nacional de Protección de Animales, más conocida como la Ley Sarmiento, que fue promulgada el 25 de julio de 1891. En su honor, cada 29 de abril  se celebra en nuestro país el Día del Animal , fecha de su fallecimiento.

A lo largo de su vida, Albarracín luchó contra todas aquellas prácticas en las que existía el maltrato hacia los animales, algunas de las cuales se perpetúan hasta hoy: muchos son martirizados, castigados, explotados y descuidados.

Según Marisol Rey, especialista en gestión del comportamiento animal, “los argentinos tenemos una relación especial con las mascotas y en particular con los perros. Por eso, incorporarlos a nuestro hogar y a nuestra familia es una decisión que significa una responsabilidad para toda la vida”.

Para adoptar, consideró, es necesario saber de antemano cuánto tiempo requiere el cuidado, la salud y la educación de un perro o una mascota y, consecuentemente, si se tendrá el tiempo suficiente para lograr satisfacer sus necesidades y el espacio necesario para una correcta adaptación al nuevo ambiente en el que vivirá. 

Otro tema no menor es estar al tanto de que la decisión va a implicar una inversión económica. No tiene por qué ser un gasto muy grande, pero hay que considerar sus visitas al veterinario, el alimento especial, juguetes y la recreación.

No sólo Rey, también especialistas a lo largo y a lo ancho del país aseguran que aquellos interesados en sumar una mascota a su familia deben adoptar y castrar, casi como una ecuación matemática. De esa forma, aseguran, se combate el mercado ilegal de animales y se pone un freno la reproducción masiva indiscriminada.

Marcha al Congreso

Además, hoy se realizará una marcha al Congreso Nacional para promover iniciativas legislativas que erradiquen la tracción a sangre, una práctica de la economía informal, en la que se utilizan burros o caballos para desplazar carros que transportan cartones o materiales de desecho; y que reconviertan las jineteadas en fiestas gauchas libres de maltrato animal, dos de las deudas que denuncian los proteccionistas y que intentarán discutir en el parlamento este año.

En un marco en que los derechos animales toman la agenda tanto mediática como social, y como una forma de reivindicar las historias que emergen entre las personas y sus mascotas, diario Hoy entrevistó a tres vecinos platenses que contaron distintas vivencias junto a sus animales.

Un encuentro inesperado, tras la peor inundación

Para Leticia Macuso y Saúl Mansilla, la inundación del 2 de abril de 2013 es el perro embarrado y desnutrido que encontraron en la puerta de un almacén de La Loma, a escasos metros de su vivienda, una de las pocas en quedar a salvo del agua.

Ese cachorro marrón, aterido, en posición fetal y desorientado significó para ambos el comienzo de una nueva vida. En el recuerdo, Leticia se ve recorriendo el barrio con él, empapelando comercios con su foto, difundiendo la pérdida por Facebook, leyendo los mensajes de las familias que buscaban mascotas, que la llevaron a crear el grupo virtual “Cuatro patas reencuentros”. Desde ese espacio convocó un encuentro en la Plaza Islas Malvinas: “Fue el 14 de abril (de 2013) y fue tremendo. Casi cien personas reunidas por una misma causa: los que buscaban, los que habían llevado las mascotas para unirlas con sus dueños”, rememoró sobre aquella jornada en la que, según calculó, se lograron 30 reencuentros. 

Para Leticia, cultora del perfil bajo y defensora de las causas colectivas, el impulsor de la iniciativa fue Monzón, como bautizó al perro por el que armó “tanto lío”, que nunca encontró a su familia y al que finalmente adoptó.

Con la llegada del can, la casa de 47 y 21 en la que Leticia y Saúl convivían junto a una Shih Tzu y una Spaniel bretón quedó chica, y se mudaron a un hogar más amplio de Barrio Norte. “Monzón es el rey de la casa, nos revolucionó la vida y llegó para sanarnos”, aseguró la mujer, y explicó: “Veníamos de perder un perro y a eso se le sumaba la tristeza de ver barrios destruidos por el agua”.

Hipoacúsica desde los 6 años, junto a Monzón, Leticia fortaleció formas de comunicación “a través de los demás sentidos. No escuchar obliga a desarrollar la observación, con una lógica de convivencia basada en el amor y la paciencia”, explicó.

También, aprendió “que se puede seguir, porque no se necesita ser un genio para ayudar”, contó. Hijos de esa tenacidad son los 180 perros y gatos que, a la fecha, se reencontraron con sus familias tras la inundación; el mural por los inundados realizado en una casa de 18 y 48, donde el agua llegó a los 1,80 metros y una vecina debió pasar esa fatídica noche sobre la mesada aferrada a su perro; los grupos de voluntarios que nacieron desde entonces y en los que Leticia, junto a cientos de platenses tiende puentes y concientiza por el abandono o el maltrato. Las páginas de Facebook “Cuatro patas reencuentros”, “Tres claves” o “Camipata” son algunas manifestaciones de ello.

“Empezamos por una causa honesta y seguimos por ella, porque sabemos a qué pueden estar expuestos los animales si no se los cuida”, aseveró Leticia y reconoció a las mascotas como parte de su familia. “Sé que no son mis hijos, pero los cuido como una madre y al mismo tiempo ellos me miman. Es algo recíproco”, concluyó.

“Pooky”: un adiós que duró años

“Ese sábado llegué tarde a casa y me encontré con la signología previa a la muerte. Lo pude ver porque, por mi trabajo, conozco cuáles son los signos que evidencia un animal antes de morir. Viendo ese cuadro, dije ya está”, contó Federica Pastor, una estudiante de veterinaria de Tolosa que convivió junto a su perro “Pooky” durante 14 años. Su muerte significó para ella mucho más que una despedida.

Cuando lo recibió en sus brazos, “Pooky” tenía un año y medio y ni siquiera se llamaba así. Había sido abandonado por una familia que no podía tenerlo y que planeaba soltarlo en la reserva natural de Punta Lara. Lo trajo su padre, un comerciante del barrio que construyó su casa en la planta alta de su almacén con el trabajo de toda su vida. Era un cocker mestizo “mucho más lindo que uno puro”, aseguró su dueña.

Una noche, Federica tuvo que enfrentarse a una decisión que venía postergando desde hacía meses. A comienzos de 2011, “Pooky” comenzó a desmejorar por una falla renal. Para marzo ya estaba muy mal, había perdido peso y Federica insistió en ayudarlo a sobrevivir un tiempo más. “No quería que sufriera la agonía. Fui a la veterinaria donde yo trabajaba porque no me atrevía a hacerlo sola. Me acompañó mi papá porque sabía que no iba poder ni siquiera manejar. Le inyectamos un cocktail de anestésicos en altas dosis que se llama Eutanil”, comentó sobre el domingo del 5 de julio que cambió el resto de sus días.

Federica siguió trabajando en la veterinaria un mes más, no del todo cómoda. Sentía, según explicó, que no podía tocar más a los animales. Y menos, verlos morir. “Ya no servía para eso, creía que no había podido ayudarlo. Me autoculpaba mucho y eso me llevó a un bloqueo total”, contó.

Como una respuesta a esa sensación de angustia, al duelo que comenzaba a transitar, decidió dejar su carrera universitaria aunque ya había terminado de cursarla. Se recluyó en su habitación y lloró mucho. “Pooky era muy dulce, no me gusta antropomorfizar a los animares pero como no era muy grande tuvimos una relación de mucho contacto. Dormía conmigo. Cuando estaba sentada, estiraba el brazo hacia el suelo y le podía tocar la cabecita. Empecé a extrañar eso”, recordó.

Le costó muchos años volver a estudiar y tardó muchos más en retomar su trabajo en una veterinaria, casi cuatro. “Se me vencieron las materias. Tuve que recursar de a poco, con las horas libres que me dejaba mi trabajo en una empresa. Ahora me quedan sólo un par de finales para recibirme”, recordó.

Según cree, lo que obró un cambio en ella fue el paso del tiempo. “Ayuda a apaciguar las aguas, a acostumbrarte a la ausencia. Ahora planeo una vida con los animales”, concluyó, mirando a una perra muy anciana en su patio que daba vueltas en círculos. La recogieron hace 4 meses, está casi ciega, sorda y con un problema neurológico grave. La medicación parece no brindarle demasiadas respuestas, de todas maneras, se quedará en la casa de la familia Pastor hasta que le toque morir, porque Federica ya entendió que un animal tiene que vivir lo que tiene que vivir, de la mejor manera posible.

Un “Tango” español se canta en la ciudad

Aunque lleve el nombre “Tango” y viva en La Plata, este perro no es argentino. Nació en la región de Galicia, España, hace 14 años. Sus dueños, Humberto y Julia, son dos jubilados de 80 años que decidieron pasar el último tramo de sus vidas junto a sus seres queridos en La Plata. Hace 10 años se trajeron equipaje, algunas pertenencias y, por supuesto, a su entrañable amigo. Mimetizado con sus dueños, este perro anciano lleva una vida de jubilado: “Se la pasa durmiendo y descansando. Lo saco para mantenerlo activo, porque si no, se vuelve loco. Está acostumbrado a moverse”, explicó Lautaro Salvarreyes, nieto del matrimonio.

Joven, de 22 años, conoció a “Tango” en las épocas en las que viajaba a España a visitar a su abuelos. Ahora que lo tiene cerca, aprovecha para sacarlo pasear todos los días por la rambla de la avenida 32. “Tengo el recuerdo de haberlo conocido de cachorrito en un viaje que hice a Galicia, después lo vi de grande y ahora desde hace 10 años comparto con él todos los días porque vivo a dos cuadras de la casa de mis abuelos”, comentó.

Para Lautaro, el paseo con “Tango” es una de sus actividades impostergables. “Mis abuelos están grandes y ya no pueden llevarlo a todos lados. Tango necesita correr y estar en contacto con el pasto y la naturaleza porque se crío en ese ambiente. Toda la vida fue un perro de caza de patos, aves, de estar en el agua”, explicó.

Durante esos paseos, su perro rememora aquellos tiempos en los que corría libre por los campos de Galicia. Aunque está viejo, no pierde las mañas: “Por su instinto natural de cazador, a cualquier pajarito que pasa se le quiere tirar encima”, dijo entre risas.

Para sus dueños, este bretón representa un integrante más de la familia. “Para mis abuelos es un compañero de toda la vida. Llevan 14 años juntos, llenos de anécdotas y de vivencias. No por nada se lo trajeron de España. Son años de relación y de conocerlo, es mucho más que una mascota”, contó.

En torno al vínculo que lo une con “Tango”, Lautaro concluyó: “Nos conocemos mucho, para mí es un ser increíble. Fue un perro muy mimado y siempre ha estado muy pendiente de toda la familia”.  

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