Los vendedores en vacaciones de invierno

Lloren, chicos, lloren

Para el capricho de los niños, una batería de vendedores se las rebusca a diario para ganar algún dinero. Conozca el “lado B” de estas vacaciones de invierno 

Darío maneja la máquina de un negocio familiar que tiene 45 años de historia: La Porteñita, uno de los trencitos de Plaza Moreno. Esta tradición iniciada por su padre, que llevó a más de tres generaciones de platenses a dar la típica vuelta recreativa, representa una alegría para los niños y algunas veces también para el dueño del coche: “En condiciones normales, este emprendimiento representa un plus que te puede ayudar a comprar un televisor”, dijo Darío. “En otras oportunidades tenés que poner plata para que sobreviva”, agregó.    

En una buena jornada de trabajo, el heredero del tren puede llevar hasta 200 chicos. Por estos tiempos, Darío se dedica plenamente a esta actividad que, en vacaciones de invierno, es de todos los días. Cuando la temporada termine, la atracción funcionará como siempre: los fines de semana y los feriados. “Cuando acaben las vacaciones voy a tener que buscarme un laburo”, dijo el maquinista.

El emporio del pochoclo 

A los 13 años, y sin pensar que iba a dedicarse a este rubro por el resto de su vida, Cristian puso unos caballetes en la esquina de 8 y 51 para vender pochoclos embolsados. Luego, para agrandar la changa, empezó a cocinar garrapiñadas. Hoy se puede decir que montó una auténtica empresa pochoclera. Tiene tres carros distribuidos en la ciudad y puede darse el lujo de tomarse un mes de vacaciones. “Trabajo hasta el 23 de diciembre”, contó, y aclaró que desde el 24 de diciembre hasta el 1º de febrero descansa. 

Los tres carritos de expendio de pochoclos, garrapiñadas y copos de nieve pasan las noches en una cochera. A estos carromatos hay que cuidarlos como oro: en un buen día de trabajo cada, uno puede dejar alrededor de 700 pesos de caja. 

El Payaso Totó    

Después de cada jornada, el payaso Totó llega a su casa, se saca el maquillaje y vuelve a ser Héctor. Mientras su esposa trabaja, él se encarga de cuidar a su hijo. Ahora, que está sin otra actividad estable, las vacaciones de invierno resultan ser un contexto ideal para ganar algún dinero que lo ayude a llegar a fin de mes: “Durante la semana me dedico 100% al cuidado de mi nene. Yo no gano mucho con esto, es para zafar”, dijo este hombre que, en un buen día de trabajo, logra vender entre 20 y 25 globos, a un precio de 30 pesos cada uno. “Los vendo baratos para poder ganar en cantidad”, agregó. 

Así es el asunto en vacaciones de invierno: los chicos se las arreglan para conseguir lo que quieren. Los padres, para divertirlos. Los vendedores, por su parte, se las rebuscan para sobrevivir.