El kirchnerismo atrasa

EN FOCO

El kirchnerismo decidió transitar la recta final de su mandato de la peor forma. Concretamente, en un país como la Argentina, con una inflación que se encuentra entre las más altas del mundo -ronda el 40 por ciento anual- que carcome el poder adquisitivo de los asalariados y le pone la soga al cuello a las pequeñas y medianas empresas, el gobierno decidió echar más leña al fuego con la denominada Ley de Abastecimiento.

Sin siquiera tomar nota de que la aguda recesión está provocando que todos los días se pierdan puestos de trabajo, el kirchnerismo apuesta una alocada reforma legislativa, inspirada en un arcaico intervencionismo que dejó de existir hace 25 años, cuando cayó el Muro de Berlín. En pleno siglo XXI, solamente podemos encontrar medidas similares en países que son parias en el plano internacional, como Venezuela, Cuba o Corea del Norte.

La Ley de Abastecimiento es una iniciativa, ideada en la Argentina hace cuatro décadas en un contexto económico, político y social absolutamente diferente al actual, y que prácticamente nunca se aplicó. Ya en los años ’70, en un país que tenía pleno empleo y  aún funcionaba un aceitado aparato productivo que generaba trabajo genuino, resultaba una idea precámbrica, que en nada contribuía a solucionar problemas como el aumento de precios y el desabastecimiento.

La raíz de los problemas económicos que actualmente afronta la Argentina radica en que su sistema productivo se encuentra absolutamente desbastado, y por ello el mercado interno está reducido a  su mínima expresión.  La producción con valor agregado prácticamente brilla por su ausencia, lo que hace que la oferta de bienes y servicios ni siquiera pueda satisfacer la demanda. Para colmo, la escasez de divisas llevó a que el gobierno desde hace casi tres años esté aplicando un estricto control de cambios, que se conoce como “cepo” para la compra de divisas extranjeras, lo que a su vez derivó en un bloqueo de las importaciones.

Los efectos de todas estas medidas son letales. Algunos números hablan por sí solos: los especialistas avizoran que la Argentina, a fin de año, cerrará con una caída de su Producto Bruto Interno de entre un 3 y 4 por ciento. Asimismo, la brecha entre el tipo de cambio oficial y el dólar paralelo roza el 60%, lo que mete presión para que, más temprano que tarde, termine habiendo una nueva devaluación del peso.

El kirchnerismo no parece conformarse con el hecho de que haya llevado al país a vivir una profunda crisis. Va por más: ahora busca traumatizar a los actores económicos, lo que ahuyenta cualquier posibilidad de inversión.

En un sistema capitalista, nadie en su sano juicio va a invertir un solo peso si, al mismo tiempo, pende sobre su cabeza una espada de Damocles manejada por el poder político que, en la primera de cambio, puede confiscarle activos, fijarle límites de rentabilidad y hasta acusarlo de terrorista.  El gobierno, hace rato, perdió la brújula. El problema es que aún quedan 15 meses para un cambio en la Casa Rosada, tiempo más que suficiente para que los argentinos sigamos pagando las consecuencias de los desaguisados ideados por un grupo de sirvientes y aplaudidores de la Presidenta que no tiene la más pálida idea de cómo se debe hacer frente a una crisis que llegó para quedarse.