La falta de materia gris en el Gobierno nacional causa estragos

Nadie puede estar de acuerdo con la brutalidad de los sectores que mueven los hilos del impiadoso sistema capitalista, y que hasta impulsan guerras o matanzas en distintos lugares del mundo para apoderarse de recursos naturales estratégicos.

Pero es la realidad que nos toca vivir. Y por eso la defensa de los intereses nacionales, en un escenario global tan complejo y dinámico, requiere de mucha materia gris, algo que está brillando por su ausencia, desde hace tiempo, en un gobierno repleto de obsecuentes y aplaudidores. 

Estamos gobernados por funcionarios a los que sólo se les escucha decir bravuconadas, empezando por la propia Presidenta, que se muestra cada vez más intransigente y encerrada en sí misma. La primera mandataria ha 

decidido no escuchar ningún sector que exprese la necesidad de cambiar de rumbo. 

Otra hubiese sido la historia si, en lugar de haber esquilmado las reservas del Banco Central y la cajas de la Anses durante una década -para pagar una fraudulenta e ilegítima deuda externa, cancelar por anticipado los vencimientos con el Fondo Monetario Internacional  y financiar las formas más infames del clientelismo político- se hubieran destinado esos recursos a consolidar un sistema productivo desarrollado, con pleno empleo. 

Todos estos recursos hubiesen sido más que suficientes para hacer las inversiones necesarias para que retorne el autoabastecimiento energético, creando las condiciones para que exista una industria que pueda hacer frente a las demandas de un mercado interno robusto y dinámico. 

Nada de esos ocurre en la actualidad. La pobreza, la indigencia y la promiscuidad campean a lo largo y ancho de la república.  La Argentina, que es un país bendecido por la naturaleza y que tiene un potencial para alimentar 300 millones de habitantes, en un mundo que cada vez demanda más alimentos, actualmente exporta menos carne que Uruguay (que tiene el tamaño de la provincia de Buenos Aires). 

Si el país no logra su desarrollo económico autónomo, es imposible sentarse a negociar como pares con intereses tan poderosos como los que se esconden tras los acreedores internacionales.

Lo que estamos viendo ahora es cómo se despilfarraron miles de millones de dólares que recaudó el Estado a partir del esfuerzo de todos los argentinos que pagan sus impuestos, para nada. Quedó demostrado que los 

canjes de deuda de 2005 y 2010 solamente fueron negociados que se hicieron con algunos bancos internacionales amigos del poder político, mientras que los sectores que quedaron fuera, y no pudieron obtener su tajada, ahora están haciendo tronar su escarmiento.

A su vez, también quedó demostrado que aquellas negociaciones de 2005 y 2010 no mejoraron en lo más mínimo el acceso de nuestro país a los mercados de capitales. Hoy se le está cobrando a la Argentina tasas exorbitantes, que duplican a países en quiebra como Grecia y triplican a las que paga naciones hermanas, como Bolivia, Uruguay y Brasil. El llamado desendeudamiento, tan promocionado por la Presidenta, fue una mentira burda e infame. La realidad es que la deuda pública jamás paró de crecer: a mediados de año ascendía a 182.741 millones de dólares, lo que implicó un aumento de 3.778 millones respecto del 30 de diciembre de 2011.  

Tras el fallo del juez norteamericano, el país volverá a estar casi en la mismas condiciones que en 2001, cuando el fugaz gobierno de Adolfo Rodríguez Saá declaró el default. 

Lo más grave es que las consecuencias, más temprano que tarde, volverán a ser pagadas por la población dado que indefectiblemente habrá un impacto en la economía real, que ya viene siendo vapuleada por la recesión y por una ola inflacionaria que se devora de forma acelerada el poder adquisitivo de los asalariados.

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