La laguna de los candidatos

EN FOCO

Hoy comienza la recta final de cara a lo que será el primer round de la contienda electoral, que se llevará a cabo el domingo próximo. Allí todas las fuerzas políticas definirán sus internas en las urnas y quedará definido el escenario que presentará los comicios de octubre, donde podría definirse –siempre que no haya balotaje- quien será el presidente de la Argentina que sucederá a Cristina Kirchner a partir del 10 de diciembre.

Quienes aparecen como los tres candidatos principales –Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa- tienen un rasgo en común: sus grandes y crecientes lagunas. Ninguno de ellos, en lo que va de la campaña, ha presentado ni siquiera un mínimo plan de gobierno, con al menos 10 o 20 propuestas concretas –que incluyan cómo implementarlas y de dónde saldrán los recursos para hacerlo- acerca de lo que piensan hacer en caso de ocupar el sillón de Rivadavia. Al no tener un plafón programático, sus discursos varían constantemente en función de encuestas que ellos mismo pagan, lo que los lleva hablar de cuestiones que los acercan a lo que puede ser considerado como la nada misma. El resultado no hace más que aumentar la imprevisibilidad y la inseguridad jurídica cuando lo que se requiere, precisamente, es recrear la confianza para que el país pueda volver a crecer.

Daniel Scioli aparece muy atado a los límites que le fija el acuerdo político que firmó con el kirchnerismo, lo que implicó llevar a Carlos Zannini como candidato a vicepresidente y llenar las listas con funcionarios acusados de corrupción y de militantes rentados de La Cámpora, desesperados por obtener los fueros que los protejan de ir a prisión en caso de que algún juez independiente se atreva a escarbar en el saqueo que tuvo lugar durante la era K. Ante este escenario, la estrategia de Scioli pasa, casi exclusivamente, por esquivar las definiciones concretas sobre temas espinosos y arrojar permanentes eslóganes, con frases de marcado tono optimista, relatando hechos que tienen que ver exclusivamente con su historia personal, pero que no necesariamente pueden tener correlato con lo implica una gestión presidencial.   

La situación Macri también es compleja, siendo víctima de sus propias y permanentes contradicciones. Luego del balotaje porteño, el jefe de gobierno protagonizó un verdadero papelón cuando, de la noche a la mañana, dio un  giro de 180 grados y salió decir que empresas como Aerolíneas Argentinas e YPF tienen que seguir en manos del Estado, cambiando radicalmente lo que venían opinando desde hace años.

En tanto, quien aparece tercero en las encuestas, bastante lejos de los principales candidatos, Sergio Massa, tampoco logra hacer pie y sus propuestas poco tienen que ver con los reales problemas del país. Concretamente, sus discursos están repletos de palabras y frases vacías tales como “lo que la gente quiere”, “lo que la gente me dice”, “extensión de dominio” y “escuela de gobierno” que no mueven el amperímetro en lo más mínimo.

Las volteretas discursivas les hacen perder seriedad a los principales candidatos y los ubica en una misma vereda. Realmente hoy se hace muy difícil establecer que diferencias podría tener un eventual gobierno de Scioli, de Macri o de Massa. Se parecen tanto que hasta asusta.

Mientras tanto, a lo largo y ancho del país, existe una ciudadanía que está estupefacta al ver cómo los principales candidatos hablan vaguedades acerca de cómo encarar el problema de la inflación o sobre la crisis de las economías regionales, que se encuentran con la soga al cuello, al borde del quebranto. Peor aún, nada dicen sobre cómo piensan combatir el narcotráfico.

Quizás el silencio de Macri se deba a que en su patio de atrás, en la villa 1-11-14 de Capital Federal, se encuentra uno de los principales centros de producción de cocaína de máxima pureza a gran escala del país, y algo similar le ocurre a Sergio Massa que tiene en Tigre uno de los principales lugares de residencia de los mercaderes de la muerte -de origen colombiano o mexicano- que decidieron instalarse en la Argentina.  En tanto, Scioli es representante de un gobierno que en, en la última década, le abrió las puertas a los narcotraficantes. El kirchnerismo no solamente liberó las fronteras y los puertos, sino que también creó instrumentos concretos – como los llamados CEDIN- que permiten que tanto los traficantes de drogas como los jefes del crimen organizado puedan venir a la Argentina a lavar sus millones manchados con sangre.

Lamentablemente, los candidatos que se atreven a hablar de estos temas (como Margarita Stolbizer, Ernesto Sanz y Elisa Carrió), proponiendo ponerle un freno al saqueo y a la corrupción estructural, no tienen el aparato necesario para llegar al poder.  

En definitiva, más allá de quien asuma como presidente, es necesario, hoy más que nunca, la conformación de un gran frente de nacional que trascienda las estructuras políticas. Los cambios que necesita el país no pueden ni deben ser encarados, solamente, por la clase política. A partir del 10 de diciembre, cuando el kirchnerismo ya sea parte de la historia, será necesario que aquel que asuma la presidencia, si realmente quiere hacer un cambio en beneficio del país, realice una gran convocatoria a sectores de la producción, del Trabajo, de las Fuerzas Armadas, de las ciencias y de la Iglesia, con el objetivo de intentar volver a poner a la Argentina en la senda del desarrollo, de la independencia y de la justicia social.

El gobierno que se va dejará una verdadera bomba tiempo en el plano social y económico, que será muy difícil de desactivar. Pero no imposible. La salida es factible, pero para no volver a chocarnos contra la pared se requiere convocar a los mejores, sin incurrir en sectarismos ni divisiones absurdas entre los argentinos. Que así sea.