No somos golpistas

Myriam Renée Chávez de Balcedo
Directora del diario Hoy

Faltan pocos días para que, nuevamente, miles de argentinos salgan a la calle para reclamarle un cambio de rumbo al Gobierno nacional.

De manera falaz, desde algunos órganos de propaganda oficial se pretende hacer creer que los legítimos pedidos de la ciudadanía son movidas desestabilizadoras o golpistas. La realidad es muy diferente. Solamente a una mente afiebrada, como las que suelen deambular por la Casa Rosada, se le puede ocurrir que alguien en su sano juicio pretenda quebrar el orden institucional y volver a épocas oscuras anteriores a la restauración democrática de 1983. Todos queremos que usted, señora Presidenta, concluya su mandato en diciembre de 2015, como manda la Constitución. 

Pero aquellos que no la votamos también tenemos el derecho a solicitarle que corrija el accionar gubernamental. Cada día que pasa, la situación económica, social e institucional se hace más grave. La inflación galopante, que se puede constatar sólo con ir al supermercado una vez por semana, está golpeando con dureza el poder adquisitivo de la clase media y de los sectores populares. Y, más allá de lo que digan las estadísticas mentirosas del INDEC, son indignantes e inauditos los elevados niveles de pobreza e indigencia en nuestro país. 

Señora Presidenta, si dedicara solamente una parte de su tiempo, aunque sea una vez por semana, a ir a ver personalmente cómo viven sus compatriotas en las villas que están a sólo diez minutos de la Casa Rosada, quizás podría darse cuenta de la delicada situación social en la que nos encontramos. Y si de paso también hablara, de vez en cuando, con las familias que diariamente lloran la muerte de un ser querido muerto como consecuencia de la ola de delincuencia, también se percataría rápidamente de que la inseguridad “no es una sensación” inventada por los medios de comunicación.

Quiero creer que en su fuero más intimo usted misma se da cuenta de que los punteros políticos que llenan los actos oficiales, en gran parte con beneficiarios de planes sociales que son obligados a ovacionarla a usted o a recordar a su marido muerto, es algo totalmente artificial. Son puestas en escena permanentes para que sean transmitidas en la cadena oficial o en las tandas del Fútbol para Todos, haciendo recordar las experiencias más nefastas del uso de propaganda oficial que hacían los regímenes totalitarios.

Tras casi una década de crecimientos macroeconómico ininterrumpido, no ha cambiado en nada la estructura de país subdesarrollado que ha dejado el menemismo. En provincias como Salta, Jujuy, Misiones y Formosa, tierras riquísimas en recursos naturales de carácter estratégico y con gobiernos feudales aliados a la Casa Rosada, hay niños que mueren de desnutrición. Y muchos otros ni siquiera tienen garantizadas las mínimas proteínas necesarias para desarrollarse intelectualmente, estando prácticamente condenados a ser parias sociales el resto de su vida. Y usted, como Presidenta de la Nación, no puede hacerse la desentendida. Y más cuando el kirchnerismo montó una inmensa maquinaria de clientelismo político, sostenida por el Estado, que no hace más que condenar a miles y miles de compatriotas a tener que sobrevivir con las dádivas que reparte discrecionalmente el poder político.

Señora Presidenta, le recomiendo leer las enseñanzas de Juan Domingo Perón, a quien usted sólo menciona cada tanto. Dos de las veinte verdades del justicialismo rezan: “No existe para el peronismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan”, y “En la nueva Argentina el trabajo es un derecho que crea la dignidad del hombre y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume”. Si usted se hubiera dedicado a seguir estas dos verdades, los casi dies años de gobierno kirchnerista habrían alcanzado para cambiarle la cara al país. 

La única forma que tienen los millones de excluidos de tener un futuro es que, desde el Estado, se creen las condiciones para que haya fuentes de trabajo genuinas. Y ello sólo puede ocurrir con planes estratégicos que apunten a desarrollar el sistema productivo y darle valor agregado a la economía. 

Al kirchnerismo le quedan más de tres años en el poder. Es tiempo más que suficiente para que usted, señora Presidenta, pueda retirarse por la puerta grande y quedar en el bronce. Para ello debe sincerar la situación real, y comenzar a decirle la verdad al pueblo. Tiene que dejar de estar rodeada por los obsecuentes y aplaudidores, que le dicen al oído que todo está bien y que le inventan teorías conspirativas que no son creídas por nadie. 

Resulta tragicómico que un elemental, como Guillermo Moreno, que ordena hacer informes estadísticos que arrojan como resultado que en la Argentina se puede comer por 6 pesos por día, sea el encargado del comercio interior y exterior de nuestro país. Moreno no es el único. Prácticamente toda la primera línea de gobierno está conformada por obsecuentes y timoratos, que en algunos casos hasta han decidido tirar a la basura toda su formación intelectual, como es el caso de la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, que tuvo como maestro a quien fue uno de los más brillantes intelectuales y cuadros políticos que tuvo el país: Rogelio Frigerio (su tío abuelo). 

Señora Presidenta, cambiar significa dejar de lado la soberbia. Tiene que abrir su mente, escuchar a aquellos que piensan distinto; a los expertos de las distintas disciplinas, que abundan en nuestro país, y que le pueden dar soluciones superadoras. Si lo hace, quizás cuando su mandato termine en diciembre de 2015 pueda irse a su casa siendo considerada una estadista.