Patria sí, colonia no

Los acontecimientos que ocurrieron ayer, en la capital de Neuquén, con el accionar represivo infame ordenado por el kirchnerismo y el poder político de esa provincia, pone blanco sobre negro los verdaderos intereses que representa el gobierno K.

Desde que llegó al poder, el kirchnerismo, especialmente la presidenta y los militantes rentados de La Cámpora, se llenaron la boca con consignas setentistas, utilizadas por la guerrillera durante los años de plomo. 

Fue todo una nube de humo que buscó esconder los enormes negociados y la entrega siniestra que ha hecho este gobierno K al puñado de multinacionales que se están quedando con recursos naturales que abundan en la Argentina y que escasean en otros lugares del mundo.

De esta manera, el gobierno que dice defender los derechos humanos (algo que quedó circunscripto solamente a algunos acontecimientos de la guerra sucia), no dudó en avalar que en pleno siglo XXI se le disparen balas de plomo y se le peguen palos a aborígenes, estudiantes y representantes de distintos sectores sociales que viene luchando para evitar que una empresa de origen estadounidense, acusada por genocidio ambiental, termine contaminando importantes reservas de agua dulce. Esta firma solo hará una irrisoria inversión que le garantizará llevarse miles y miles de millones de dólares para enriquecerán a centros de poder internacional.

Ahora bien, por más circo discursivo que se pretenda hacer, y por más que el gobierno haya comprado a dos de los principales organismos de derechos humanos para que convertirlos en un apén­dice del kirchnerismo, la única verdad es la realidad. Y esta muestra que en la Casa Rosada tenemos un gobierno cipayo, que no duda en sacrificar los intereses nacionales en pos de llenarle el bolsillo a unos pocos a costa de la miseria de gran parte del pueblo argentino. 

Claramente, el acuerdo con Chevron va en esa dirección y nuestro diario lo anticipo el pasado 18 de julio, incluso antes de que se firmara el proyecto.

Varios funcionarios K, con pasado en organizaciones que no dudaron en usar las armas para combatir al último gobierno de Juan Perón, numerosas veces pronunciaron la famosa frase que decía “Patria Sí, Colonia No”, cuan­do su accionar iba en una dirección contraria. De hecho, fueron ab­so­lu­tamente funcionales al golpe de Estado de 1976, uniéndose a la derecha más reaccionaria, cua­ndo faltaban apenas seis meses para que el pueblo eligiera a un nuevo gobierno de­mocrático. 

No por casualidad la mayoría de los integrantes de la cúpula guerrillera no fueron alcanzados por la represión, mientras los milicianos, en su gran mayoría jóvenes idealistas, terminaron siendo la carne de cañón.

Más de 37 años después, la historia vuelve a repetirse. El famoso progresismo, las consignas izquierdistas que ilustran los panfletos y las pancartas de La Cámpora y de otras organizaciones financiadas con los impuestos que pagamos todos los argentinos, no son más que una pantalla para seguir entregando el país a las garras de los intereses que no dudan -en caso de ser necesarios- en hacer guerras y planificar masacres en distintos puntos del planeta para quedarse con los recursos naturales y el vil metal que alimenta el capitalismo globalizado.

Es mentira, como quieren hacernos creer el gobierno, que el único camino posible para salir de la crisis energética, que ellos mismos generaron, es acordar con Chevron, convirtiendo a la Argentina en una colonia. 

Nuestro país cuenta con brillantes cuadros técnicos, profesionales de primerísimo nivel en las más diversas áreas, que en caso de ser convocados por un proyecto superador no dudarán en de­sarrollar planes estratégicos que permita que el país salga a flote mediante la defensa irrestricta de los intereses nacionales. 

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