27/10/2017 - 03:11hs
Supo pelear en Francia y los rings de Sudáfrica e Italia también lo vieron guapear. Le quitó el invicto a Juan Martín “Látigo” Coggi y hace tres décadas estuvo en la despedida del mítico estadio. Sin embargo, en 1993 su vida dio un giro inesperado
Omar Adolfo Arce Rossi vive en La Plata, más exactamente en una vivienda ubicada en la esquina de 29 y 69, donde hace cuatro años y medio entró un metro setenta de agua, hecho que de milagro no acabó con su vida ni con la de su hermanastro, Hugo Arce Rossi, quien lo ayuda en todo después de que sufriera un accidente ferroviario en 1993.
El 17 de octubre de 1987 (hace 30 años y diez días), Cacho protagonizó una pelea que no quedó en el anonimato: no porque estuviera en juego algún título, sino porque ese día significó el adiós al Luna Park, lugar en el que Tito Lectoure había instalado el duro deporte de los puños, orgullo y lujo porteño. En aquella ya lejana jornada, el platense perdió por puntos ante el chaqueño Ramón Abeldaño.
Recién en 2002, con Narváez alzando el cetro mundial ante el nicaragüense Rivas, volvería a abrirse el reconocido estadio cubierto. La pelea fue en julio, y Lectoure había partido en marzo de ese año.
Frases como “Cachito era el niño mimado de Tito”, o “los periodistas especializados, como Ulises Barrera, lo elogiaban mucho”, aún se escuchan en algún rincón boxístico de la ciudad, donde el ídolo no quiere bajar los brazos pese a la soledad a la que se apegó hace mucho.
—¿Dónde están los amigos del campeón? ¿Vienen a verte?
—Venían hasta 50 a comer asado, yo les pagaba, pero no, ahora ni uno.
—¿Qué recordás del debut en 1980 ante Horacio Méndez, en Daireraux?
—¡Que gané, por supuesto!
El hombre nacido en 1958 tiene dificultad para articular sus palabras, pero no para hacerse entender. Tras su primera pelea con KO como profesional, tardó un año en pelear en el Luna, venciendo a Orlando Franco, con otro nocaut.
—¿Cuál era tu secreto?
—Pegar al hígado.
Al arremangarse, en sus brazos se ven cicatrices que no son nada frente al hundimiento de cráneo que le dificulta la visión de un ojo. No obstante, se le ilumina el rostro al escuchar preguntas que rondan los tiempos de gloria, cuando le quitó el invicto a Juan Martín Coggi.
—¿Qué opinás del boxeo actual?
—Veo como a cada uno lo ca... a trompadas, es un desastre.
—Tuviste tu hinchada…
—Sí, me iban a ver los Ratones Paranoicos, Juanse y Miguel Mateos.
A la espera de una ayuda municipal
Cuando la barra que acompaña en la fama desaparece, solo quedan los que te quieren de verdad. Para Adolfo, ninguno mejor que Hugo, otro exboxeador, dos años mayor que él, una especie de vocero que lo ayudó a buscar la pensión que le dio una entrada de dinero. Se trata de dos hermanos muy unidos, de madres distintas.
“A veces se descompensa, por el tema de la diabetes. En 1993 sufrió el accidente y siempre estuve a su lado, la estamos piloteando”, afirma Hugo, jubilado bancario, con una esperanza en su mirada.
El año pasado tuvieron que pedir al Municipio que cambien las cosas, porque ya no podía seguir trabajando. “Era una cosa de locos, ver cómo estaba sufriendo y tener que ir a ganarse unos mangos con frío y lluvia, en la bicicleta, cortando árboles a un Centro Tradicionalista”.