La increíble historia de Albarracín y su Cannavaro 9

El Clásico

24/08/2016 - 02:10hs

El jinete platense, que obtuvo el diploma olímpico en los Juegos de Río al salir octavo en equitación, visitó la redacción de Hoy y contó la odisea que vivió con su entrañable caballo

Sus palabras, sus gestos, el recuerdo permanente... Todo ello deja bien en claro lo que significa para él. Es que el jinete platense, Matías Albarracín, no se separa ni un instante de Cannavaro 9, su fiel amigo, con el que vivió una experiencia inolvidable en los Juegos de Río de Janeiro, donde obtuvo el octavo puesto que le permitió volverse con un diploma olímpico.

A poco de haber pisado la ciudad, con la felicidad inmensa por todo lo sucedido pero con el cansancio típico que implicó el trajín y las horas de sueño que aún no recuperó, el deportista visitó la redacción del diario Hoy, se prestó a los flashes del fotógrafo  y contó, entre otras cosas, la particular situación que atravesó con su compañero de aventuras, el gigante Cannavaro, quien llegó más tarde a Brasil proveniente desde Holanda.

—Antes que todo, ¿cómo hiciste para trasladar al caballo?

—En lo que refiere al traslado de los caballos, tanto Cannavaro como el resto estaban obligados a salir todos juntos desde Europa hacia Río el mismo día por un tema de cordón sanitario. Lamentablemente, el día de la ceremonia de apertura no pude contar con él, ya que llegaron tres días después. Fue una mezcla de abandono y tristeza, pero donde estaba lo cuidaron muy bien. No quería perderme la apertura, que fue emocionante. 

—¿Cómo fueron los días previos?

—A partir de un programa del Enard, junto a nuestro jefe de equipo  y entrenador elegimos del calendario europeo algunos concursos y salimos de Argentina tres jinetes seleccionados. Con José Larocca, que reside en Europa, y Pablo Quintana, que vive en Estados Unidos, realizamos varios entrenamientos. Nos asentamos todos en la misma casa, en Eindhoven (Holanda).

—¿Cuáles son las sensaciones después de todo lo vivido?

—Voy cayendo de a poco, resurgen frases  y momentos que marcaron mi estadía allí. Viví el sueño de todo atleta, que es participar en un Juego Olímpico, y lo más importante es que no fui con mis compañeros a participar solamente, sino que dejamos una huella.

—¿Qué análisis hacés de la competencia?

—Argentina llegaba bastante lejos de los países más poderosos en equitación. De hecho, hace cuatro años que quieren sacarle una plaza a 

Sudamérica para dársela a Europa, con lo cual todo se hace más difícil. En los Panamericanos debemos enfrentar a potencias como Estados Unidos, Canadá y Brasil, y se torna muy complejo. En Río, Brasil, al ser el anfitrión, ya estaba adentro. Por eso, clasificar entre los mejores 15 fue una pulseada ganada. Sin embargo, no queríamos quedarnos con eso y fuimos por el octavo puesto. Terminamos décimos en la competencia por equipos, pero no importó la posición.  Solamente quedamos a dos faltas de quedar entre esos ocho. Estuvimos muy cerca. En lo individual obviamente quedé muy contento.

—¿Qué tiene más importancia en el torneo: el jinete o el caballo?

—Un caballo olímpico es realmente muy difícil de conseguir, mientras que jinetes hay más de cuatro por equipo. Algunos quedan afuera no por falta de capacidad, sino porque no tienen el caballo olímpico. Es vital tener un animal con estas características.

La Villa Olímpica, un sueño real

—¿Cómo viviste la ceremonia de  apertura y toda la estadía en la Villa?

—Tuvimos suerte en Río, porque la equitación es un deporte al que generalmente le cuesta permanecer en la Villa Olímpica, ya que los lugares de competencia son lejanos. Por ejemplo, mi papá en Atlanta 1996 no pudo estar en la Villa y luego pasó a conocerla. Sin embargo, yo pude quedarme y conocer a grandes deportistas. La ceremonia fue una locura, es lo que espera todo atleta. Fue emocionante, lo más lindo que viví en mi carrera. Después, la competencia y el día a día con los atletas también son inolvidable. La manera en que lo vive el argentino es única. Dos horas antes empieza a cantar con mucha emoción, filmando cada momento. Después, la fiesta para la delegación fue cansadora, pero muy motivante. Me sorprendió Santiago Lange, que con 54 años y tantos Juegos encima era uno más, como si fuera la primera vez.

—¿Qué pasó cuando recibieron a los ganadores del oro?

—Cuando vinieron Los Leones había un griterío terrible, yo encima competía temprano al otro día. A las dos de la mañana seguía la fiesta, y cuando me fui al concurso, a las cinco, recién llegaban algunos de festejar, me quedé charlando con ellos. Se armó una hermosa familia entre todos los argentinos; una química especial.

—¿Vas a viajar a los Juegos de Tokio?

—Sí, haré lo posible para clasificar. Con respecto a la edad (36 actualmente), no hay problema. De hecho, el ganador del oro tiene 56 años. No hay límite. Mi papá seguía con 65. Es el deporte más longevo.  De todas formas, tendremos que afrontar un proceso en el cual no debemos trastabillar.