Y Rodrigo, el goleador de Unión, finalmente lloró...

El Clásico

11/02/2014 - 18:29hs

Un niño se iba tomado de la mano de su papá con el gorrito de la Villa San Carlos anudado a un puño, dejando atrás los charcos y apurando el retorno a casa de un lunes de sensaciones muy extrañas.

El pibe había visto cómo un jugador de la camiseta colorada se tomó la cara y lloró, hasta que un compañero lo tomó de un brazo y lo alentó a “seguir”, que era tan solo el 2 a 0 y había que laburar más para llevarse los tres puntos a la provincia de Santa Fe.

“Papi, ¿y por qué no juega para nosotros?”, le cruzó las palabras el gurrumín a quien a esta altura ya no le quedan tantas respuestas por los misterios de la vida. El hombre se cayó…

Rodrigo Salinas, el goleador de uno de los grandes del interior, el “Tatengue” que al iniciarse la segunda ronda de la B Nacional quedó octavo (a diez puntos del último ascendido que sería hoy Independiente de Avellaneda), clavó un cabezazo impecable, con un salto medido, atlético, seco, que revolcó a Gastón Sessa sobre el arco que da al barrio Banco –allí por donde vive Lucas Licht y donde se crió Jorge Merlo-.

Rodrigo miró el piso y quizás vio en un segundo a su propia alma en un “juicio” de intimidad. En un país como el nuestro, sabemos que la camiseta de la infancia queda grabada como el nombre de la madre. Y justo Rodrigo volvía a jugar en Berisso después de seis años, cuando con esa camiseta lo hacía en Primera “C”. Ayer llegaba como profesional. Ayer tenía la encrucijada de la primera novia… "Me hice un gol a mí mismo", le salió decir espontáneamente, en un fútbol lleno de estructuras que cada día pierde más romanticismo. "Creo que no me va a pasar nunca hacer un gol y que la gente rival me aplauda", amplió el hombrecito de 27 años.

Ya por la avenida Montevideo, aguantando la lágrima, el padre de la criatura se decidió decir algo, como quien larga después de estar atragantado: “Lloró, hijo, lloró el Rodri”, muy lejos de confesarle al hijo que esto del fútbol es un trabajo (en un país donde no se consigue fácil, ni ayer, ni hoy ni nunca).

De este gesto hoy se habla en muchos medios del país, de una semillita que se cultivó en Berisso en los potreros de Villa Zula y desde el fútbol infantil, cuando Salinas era el alto y flaco que arrasaba en la categoría ’86 de LISFI. El que apenas con 12 años fue llevado a probarse a River Plate, pero volvía fusilado de Capital y tuvo que dejar. El que supo “ver” en su momento Gimnasia y Esgrima La Plata, donde jugó como marcador lateral su hermano Edgardo –promesa que se quedó ahí-.

En el diario Hoy, unos cuantos días antes de este partido de la 22da fecha, una señal, una premonición, nos había llevado a titular que “el lunes un jugador vuelve a Berisso y va a llorar de emoción”.

Vaya si lloró. Si en la previa no podía acomodar bien la “zabeca” en la almohada, y quizás hasta habrá pensado en decirle al técnico Madelón... “che, Carol, poné a otro que yo, yo soy Villero de corazón”.

La honestidad lo llevó a cumplir doble. Con la obligación laboral y con el salto en el punto penal para ganarle a Federico Slezack, un amigo de esas calles inmigrantes, con sabor a río, vino patero, descamisados, matadero y rock and roll.

El mundo del fútbol aún no lo conoce del todo bien, aunque le fue bien en Godoy Cruz de Mendoza y en Rosario Central (ascendió la temporada anterior). Quizás este 2014 meta otro salto a Primera con Unión, por qué no.

Para quienes lo vimos crecer, y entendemos de esfuerzos y esperanzas para llegar cuando el pico de la montaña parece inalcanzable, la tarde de ayer, a las 17.30, cuando la pelota besó la red y Rodrigo se descargó con los mocos colgando, quedará como uno de esos días inolvidables. No por logros, no por ascensos, ni descensos. Sino porque nos describe tal cual somos. Hinchas de lo propio. Si la propia bullanguera de La Villa entró a vibrar con los bombos, como si fuera un gol de ellos mismos.

“Más allá del gol, que es anecdótico, fue muy emocionante volver a la cancha de la Villa. Fue hermosa la ovación de la gente y lo único que tengo para decir es que voy a volver", le mandamos la cinta aquí copiada a la monada eterna.

Y a no dudarlo. Rodrigo Salinas se ha transformado en un ídolo de carne y hueso entre los berissenses del club del milagro. Un ídolo no a la altura de un Maradona, aunque curiosamente es nacido en el año '86. Un ídolo no como Francescoli, aunque se dio el lujo de jugar una Libertadores cuando se llevaron a Mendoza. Un ídolo no como Palermo, aunque el "Titán" fue su entrenador y le aportó detalles que ayer se notaron bastante. Un ídolo no como Alonso, aunque de pibe soñó con jugar en River. Este es un ídolo de barrio, y de barro, dos palabras que en Villa San Carlos son parte de la esencia, del fútbol, de la vida, como los sacramentos de la religión.

Por Gabriel "Colo" López
de la redacción de diariohoy.net

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