Con Dunkerque, se alejó de su zona de confort y fue por un relato bélico cargado de crudeza, pero con una belleza visual y sonora como pocas veces se ha visto en el cine
Hasta ahora solo el público se maravilló con El gran truco (2006), El caballero de la noche, El origen e Interestelar, algunas de las grandes cintas de Christopher Nolan. Sus colegas nunca lo tuvieron en cuenta a la hora de votar sus creaciones o su trabajo para los Premios Óscar. Hasta que llegó
Dunkerque, el drama bélico en el cual uno de los mejores cineastas de este siglo dejó las tramas creadas desde cero, eligió un hecho histórico y lo recreó con una maestría visual y sonora pocas veces vista en el cine del género.
El mérito de Nolan es que hace películas para ser vistas en el cine, aunque también puede ser su condena. En este filme apuntó alto, solo Imax pudo repetir la majestuosidad que este detallista imprimió en cada plano y secuencia de acción. Por eso es que Dunkerque maravilló en sus primeros días y de a poco se fue olvidando. Quizá el purismo le juegue en contra a alguien que dice tajantemente que “la única definición posible de una película es aquello que puede verse dentro de una sala de cine”.
¿Por qué puede ganar?
Este año, ningún director hizo un trabajo realmente superior al de algún colega. Por lo heterogéneo de las nueve candidatas y de los cinco contendientes en la categoría, Nolan logró hacer la película más impresionante desde lo estético, sin recurrir a roles protagónicos marcados, sino poniéndolos al servicio de la historia. Puede ser elitista, pero no se vio nada igual en el cine durante 2017.