La amistad y la tragedia, al desnudo en el escenario

Matías Milanese, uno de los protagonistas de No te mates en mi casa, visitó la redacción de diario Hoy y habló sobre la pieza teatral, que llega a la ciudad directo de calle Corrientes con las mejores críticas 

Tornquist, 31 de diciembre de 1999. La TV, la gente, los profetas, todos lo afirman: es el fin del mundo. En una cabaña alejada, cuatro amigos se reencuentran para hablar de Mateo, el quinto del grupo, que perdió la vida en un accidente. Sobre su muerte, todos tienen algo para decir. 

Deudas pendientes y complicidades amenazan la armonía de una noche de fin de siglo. Sin sensiblerías ni golpes bajos, No te mates en mi casa viaja a la nostalgia de los años 90, entre la frescura de la infancia y la osadía de la juventud.

La obra, que llega directo de calle Corrientes pero representa lo mejor del under porteño, se presentará en nuestra ciudad hoy y todos los domingos de noviembre, a las 20 en 42 entre 6 y 7. 

Uno de los protagonistas, Matías Milanese, contó a este medio que a los 17 años ya estudiaba con Norman Briski. “Salí del colegio sabiendo que quería ser actor, no me imagino haciendo otra cosa”, dijo, sentado en un sillón de la redacción, relajado, con los codos hincados en las rodillas. Su postura cambió al hablar de lo que más le entusiasma: la obra donde interpreta a Nicolás, un chico que se fue del pueblo a vivir su sexualidad bajo las luces de Buenos Aires. 

En la cabaña, su personaje se encuentra con los amigos de la adolescencia, con un álbum de figuritas y con muchos recuerdos que los harán revivir el dolor y la alegría de una etapa única. “¿Cuántos secretos caben en una amistad?”, se preguntan los jóvenes, hilvanando uno a uno los dilemas que nunca resolvieron. Todos se sienten culpables y no pueden seguir con su vida. 

—La pieza está ambientada en los años 90, ¿por qué?

—Queríamos que la obra sea muy íntima, por eso hay elementos que se usan para llevarnos a un momento de nuestra infancia. Hay algo lindo en revolver una caja de cartón y encontrar qué usabas de chico. Los objetos se utilizan para transportarnos a los recuerdos.

—¿Cuál es la reacción del público?

—La gente se siente muy identificada. Afuera del teatro, hace poco, una chica me dijo: “Me pasó lo mismo con mi mejor amigo, y necesito que todo mi grupo vea esta obra”. Hay algo de la historia, de la tragedia, que es muy triste pero genera una catarsis positiva porque está tratada con mucho respeto. La gente comienza riéndose y sale emocionada. Es lo más lindo, ir a un lugar y que te pasen cosas.

—¿Qué es más difícil: hacer reír o hacer llorar?

—Hacer reír por primera vez es difícil, pero una vez que alguien lo hace, ya se marca la pauta de que está habilitada la risa. En cambio, hacer llorar a alguien de emoción o felicidad, sin caer en el golpe bajo, es muy lindo. Me gusta emocionarme cuando estoy actuando. Me sucedió con esta obra, en el estreno. Sobre el final vi a mis amigos, al director, la sala llena, y me largué a llorar, no podía parar.

—¿Cómo es el circuito porteño, más allá de calle Corrientes?

—El hecho de que haya tanto teatro en Capital habilita la posibilidad de que uno pueda empezar a hacerlo. Se arranca por algo chiquito. A veces, las mejores cosas están escondidas en espacios donde te preguntás: “¿Qué es este lugar?”. Pero la obra te sorprende. Hay algo bueno en que la pieza no sea muy conocida, pero que todas las funciones se llene. Tiene una mística interesante.

No te mates en mi casa ha recibido las mejores críticas y Matías lo sabe. “Nosotros confiamos en lo que hacemos, y estamos orgullosos”, dice, bajo la atenta mirada de Héctor Arroyo, productor del ciclo teatral Por la autopista, que acompaña la entrevista sentado a un costado. Héctor asiente y comenta: “La obra pasó dos filtros con los críticos más severos antes de llegar a La Plata”. 

El actor se relaja, recuerda cuando llegaron a calle Corrientes, la meca del teatro argentino. Era un desafío: 120 butacas vacías, vistas desde el escenario, pueden resultar intimidantes. Pero él no tuvo miedo. Iban a estar dos meses y estuvieron cuatro, a sala llena. Así cierra Matías: “La gente volvía, una y otra vez. Nos dimos cuenta de que el boca a boca era real”.