Dueño de una mística y un talento único que lo han llevado a compartir escenarios y sets con actores y actrices de todo el mundo, el intérprete presenta en Argentina una propuesta en la que deslumbra.
Nahuel Pérez Biscayart protagoniza El empleado y el patrón, nueva propuesta de Manuel Nieto Zas, que, tras presentarse en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes y el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, llega finalmente a las salas locales. Esta coproducción de Uruguay, Brasil, Francia y Argentina, una de las más potentes de los últimos tiempos, tiene a Cristian Borges, Justina Bustos, Fátima Quintanilla y Jean Pierre Noher acompañando al actor. Diario Hoy dialogó en exclusiva con Pérez Biscayart para saber más detalles de un rol exigente que revela la complejidad de las relaciones laborales.
—¿Cambia para un actor el trabajo en pandemia?
—Es un plomo, porque hay protocolos y la cabeza no está cien por ciento liberada. Siempre hay como un pedacito de cabeza que está ahí atenta, sobre todo cuando tenés que meter un rodaje en el pico de la ola, y me parece un horror que hablemos así naturalizándolo. Me pasó de filmar, estar en una toma, y la gestualidad se transforma por la distancia operando los protocolos en la libertad corporal. Y si bien el momento de actuación es amoral y libre y uno tiene que batallar con eso; es muy sutil, pero pasa y no es para nada interesante.
—Algo que nadie había advertido que ibas a tener que hacer…
—Claro, y que encima estás actuando en otro idioma, una capa más que se suma. Pero bueno, uno igual siempre agradece el poder estar trabajando aunque estemos en el medio de una pandemia. Empiezo a filmar en marzo una película, tengo proyectos. Celebremos, la verdad no me puedo quejar.
—¿Es más relajante cuando volvés a filmar en tu idioma?
—No tanto, es muy loco lo que me pasa. Es muy difícil, aparece una complejidad que creía que no iba a estar cuando actúo en mi idioma. Es como una especie de vuelta o regresión al pasado. Y el español argentino lo tengo más impregnado en el cuerpo, tiene otra historia, está más cargado de prejuicios, que al actuar en otro idioma es más liberador, me ayuda a no juzgar lo que estoy haciendo. Es como un instrumento extraño, que no me pertenece, lo uso y lo deshecho, no tiene una carga histórica en mí, porque no me pertenece, y lo utilizo hace menos tiempo.
—¿Cuándo te llegó la propuesta de El empleado y el patrón?
—No sé si estaba como jurado en San Sebastián o filmando en Bielorrusia, hace un par de años. Leo el guion, me pareció muy bien escrito, muy Manolo en un sentido, y narrativo y de género en otros lugares. Vi que el arco narrativo, o cómo no se posicionaba en ningún lado, cómo observaba las dinámicas y los conflictos, y me gustó. Después se equipararon los mundos en el montaje, porque pesaba más para el lado de Rodrigo. Recortaron algunas cosas, pero eso en general viene bien porque sirve para reconcentrar en las cosas fundamentales.
—Lo interesante de la película es que los personajes no muestran todo desde un primer momento, ¿es interesante eso para un actor?
—Sí, porque siento que uno no puede poner en un lugar al personaje. Entiendo que sirve para estar en lucha permanente con lo que tenés que actuar y esa lucha tiene que ver también con la lucha del personaje, sobre todo en esta película que todo lo que es moral, deudas, mandatos, deberes, está todo ahí en tensión constantemente. Y que, aunque los dos protagonistas vengan de extractos sociales muy diferentes, están en el momento de emanciparse como hombres, y esas preguntas están buenísimas.
Cuantos más problemas tenés para actuar, mejor; pero no por pasión al conflicto, el conflicto está bueno porque impulsa ciertas cosas, pero acá tenes que imaginar y complejizar. De hecho, me hice muchas preguntas sobre los personajes que no son agradables, que hacen cosas nefastas. Él es desagradable, aunque él sea medio un pelele del padre, fumaporro, y no pertenezca al negocio agroindustrial. ¿Qué hacés con personajes que son desagradables?, ¿los hacés?, ¿cómo representás a un machista?, aunque no sea este el caso, pero me las hice.
—Y que además se mantienen ciertas cuestiones de la ideología, como el puterío, ir ahí a demostrar hombría…
—El consumo de cuerpos existe en todos lados y creo que, para halagar al guion, porque me hice estas preguntas sobre esos lugares para no caer en clichés ya vistos; siento que Manuel, un poco al llamarme, le hace pelea para no caer en el lugar común. Porque no llama a un heterosexual padre de familia de 40 años. Quiero confiar que en la contradicción que se genera con Nahuel en un puterío, podemos ver al puterío de una manera diferente; y ojo, esto es sutil, no es flagrante a la cámara. La película hace las cosas un poco más incómodas para ver desde dónde te posicionás, y eso está bueno; y de las películas en general, prefiero eso a películas con una línea inequívoca que te vas y ya. Prefiero salir atribulado.
—¿Qué buscás en los proyectos?
—Más que buscar es la alineación de cosas. Tal vez no haría cosas que hice, o hacés por contraste, pero no en términos de planificación de carrera, sino algo más del orden de lo sensible. Por ahí necesitás transitar otras cosas. Me gusta que los desafíos puedan ser diferentes en escala y dimensión, pero no por eso menos intensos. Es muy difícil de explicar. Cuando leés un guion pensás: “¿Cómo hago esto?”, o “Quiero ver esta película”, o te despierta preguntas interesantes. Es muy física la reacción en general cuando leo algo. Y después puede ser que tomes decisiones más estratégicas, y que una cosa te lleve a otra. Son movimientos sutiles,
sin traicionarse ni nada muy dramático; y obviamente el encuentro con director o directora es fundamental. Siempre que hay un encuentro sincero y colaborativo con alguien es hermoso, porque el borde de la autoría se esfuma y todos crecemos.
—Si tuvieras que elegir trabajos tuyos de Argentina para que te conozcan, ¿cuáles serían?
—Glue, La sangre brota, aunque no hago actoralmente mucho, Lulú.
—¿Y de tus trabajos de afuera?
—120 pulsaciones por minuto, me da un poco de vergüenza esto, perdón (risas), Nos vemos allá arriba, que me da gracia por el contraste con Glue, porque esta es grande. Ahora hay una que se llama El profesor de persa, muy grandilocuente, son graciosos los contrastes, en el abanico es gracioso.