Un escritor argentino reconocido mundialmente como el maestro de los aforismos poéticos. Desde los surrealistas franceses a Henry Miller admiraron a este humilde hombre de barrio
Había nacido en Catanzaro el 13 de noviembre de 1885, pero cuando tenía 15 años, al morir su padre, dejó Calabria para radicarse en Barracas con su madre y sus cinco hermanos menores. Aquí debió asumir su rol de primogénito y se echó sobre el hombro la obligación de llevar el pan a la casa. Trabajó en el puerto de Buenos Aires, también como trenzador de mimbre y aprendiz en una imprenta. Su temprana conciencia de clase lo acercó a la Federación Obrera de la República Argentina. Pero su sensibilidad necesitaba expresarse, por eso se acercó a los escritores y pintores de La Boca –barrio cuya ligazón no rompió nunca–, y a ellos comenzó a mostrarles algunas de las cosas que apuntaba en pedazos de papel o servilletas. La aprobación general que tenían sus lecturas lo instaron a guardar sus anotaciones, aunque sin demasiada confianza.
Recién a los 57 años lo convencieron para que reuniera en un libro esos textos breves que irradiaban una sabiduría tan personal como poética. El pequeño libro se llamó Voces, y fue publicado en 1943 por el sello de la Agrupación de Gente de Arte y Letras Impulso, una entidad barrial de La Boca, por entonces presidida por el pintor Fortunato Lacámera. No se vendió un solo ejemplar. Antonio Porchia siguió escribiendo sus aforismos, porque nacían de una necesidad de comunicación y no de la búsqueda de una engañosa expectativa de éxito. Cinco años más tarde, publicó un segundo tomo de sus Voces. Esta vez el azar jugó a su favor. Estaba de visita por Buenos Aires Roger Caillois, un exitosísimo escritor y crítico literario francés, a quien un amigo de Porchia le había regalado un ejemplar del libro. No solo quedó fascinado con lo que leyó, sino que lo tradujo al francés, diciendo en el prólogo que Antonio Porchia era uno de “los místicos contemporáneos de vuelo más alto que habitaban este mundo”.
El libro fue un éxito en Europa. En Francia, ningún medio de prensa importante dejó de comentarlo. Uno de los fundadores del surrealismo, André Breton, dijo: “Antonio Porchia es uno de los mayores poetas vivientes. Tiene el pensamiento más dúctil en lengua española”. Henry Miller, por su parte, expresó que Voces, sin duda, estaba entre los cien mejores libros de todos los tiempos. La élite intelectual argentina, siempre pendiente de las últimas novedades literarias europeas, consagró de inmediato a quien hasta unos días antes había tratado con la mayor indiferencia. La prensa se lanzó a la búsqueda de ese perfecto desconocido. Antonio Porchia recibía a la prensa en pijama y pantuflas. A todos trataba con idéntica cordialidad y los recibía, en su casa de calle Malaver, tendiendo en su modesta mesa pan, queso y vino.
Sus Voces fueron sumando nuevas ediciones, acrecentadas con nuevos hallazgos poéticos. Oliverio Girondo se hizo cargo del tercer tomo. De todas partes del mundo llovían numerosos elogios, traducciones, publicaciones y premios del exterior que él no iba a recoger para regar sus rosales y darle de comer a su perro. “Pero vea usted en qué me han convertido”, le dijo un día a su amigo, el también poeta Carlos Mastronardi.
Ajeno a todas las fatuidades de la fama, los vecinos lo veían hacer compras en el barrio, conversando amablemente con todos, con ese acento italiano que mantuvo hasta el final, sonriendo siempre como si todo fuera una excusa para amar la vida. El 9 de noviembre de 1968 murió en una clínica de Vicente López. El pintor Líbero Badíi dijo: “Antonio Porchia era uno de esos seres que raramente se encuentran en la vida; seres que, aunque no exista con ellos una gran comunicación, nuestra relación con ellos es de tal naturaleza que nos modifican sustancialmente. Yo los llamaría seres salvadores. Así era Antonio Porchia”.