Antonio y Santina: una historia de amor que nació en Italia y tendrá su final feliz en La Plata

Tienen 80 años y hace más de 60 que están juntos. En plena posguerra, a fines de la década del 50, ella emigró a la Argentina, pero él no pudo hacerlo hasta un año después. En ese lapso, se casaron a la distancia. Más tarde se instalaron en Gorina y luego en Gonnet. Por primera vez, hoy darán el sí juntos en una iglesia de City Bell

 

Por Jorge Garay

La de Antonio Scarapicchia y Santina Maiuri es, por sobre todas las cosas, una historia de amor, pero también de superación, tenacidad y paciencia. Tal vez, estas sean las condiciones por las que después de 60 años mantienen viva la llama de su vínculo que, lejos de apagarse, hoy confirmarán con una ceremonia en City Bell que incluirá casamiento por Iglesia y fiesta.

Nacidos en 1937 en Ceprano, un pequeño pueblo de Italia, no recuerdan un momento en el que no hayan estado enamorados. Antonio le cuenta a diario Hoy que todo comenzó en la escuela primaria en la que se conocieron. Además, recuerda las innumerables veces que recorrió los 2 kilómetros que lo separaban de la casa de Santina para proponerle noviazgo. “Yo siempre le decía vamos a ser novios. Todo esto era en la calle porque le tenía miedo a su papá, que era bravo”, dice él entre risas, en un tono que delata sus raíces italianas. 

Tímida, con una sonrisa de labios apretados, Santina asiente y evoca que, en su caso, la única que sabía de esa incipiente relación clandestina era una vecina suya “que actuó un poco como intermediaria”.

“Me gustaba todo de ella y a ella le gustaba todo de mí también”, se jacta Antonio, y Santina concede con una mueca.Por eso siguieron frecuentándose de forma furtiva, hasta que un día él se dijo que no podía esperar más. Juntó fuerzas y accedió a tomar un café con el padre de su amada. “Al final, hablamos de cualquier cosa, menos de ella, porque otra vez me dio miedo”, afirma Antonio y suelta una carcajada.

La guerra

Con todo, ese temor era nada comparado al escenario de guerra en el que ambos se criaron. “Me acuerdo de que a los siete años tuve que cavar una cueva para esconderme de las bombas, porque sino no la contaba”, rescata Antonio.

La guerra también caló hondo en Santina. Por eso, cuando tuvo la oportunidad, no dudó en buscar un futuro mejor: se embarcó con su padre y sus hermanos con destino a la Argentina “donde se buscaba trabajo”. Era 1956 y ella tenía 18 años. En su Ceprano natal, Antonio leía en cartas, que tardaban en llegar, los “Te quiero” y los desesperados “¿Cuándo vas a venir?” que le escribía Santina. Sin embargo, dos obstáculos impedían el reencuentro: él era menor y soltero, dos condiciones que imposibilitaban su ingreso al país.

Entendieron que debían casarse, pero ¿cómo lo harían si los separaban miles de kilómetros? Por poder, como lo hacían muchos italianos entonces. Así fue que finalmente Santina obtuvo el consentimiento paterno y, el 24 de febrero de 1957, Antonio dio el sí junto a una mujer que firmó el acta en lugar de su verdadera esposa.

El reencuentro

El italiano había conseguido el pasaporte que le faltaba. Entonces, cuando el 12 de noviembre de 1957, tras un mes de navegación, vio a Santina en el Puerto de Buenos Aires el rostro debe haberle sonreído como ahora. “Ya éramos marido y mujer, nos dimos el beso, nos abrazamos y nos fuimos a vivir juntos”, dice como si todavía no lo pudiera creer.

Lo que siguió fue todo cosecha: al poco tiempo llegó el primer hijo, al que le siguieron otros dos. Ellos les dieron “nueve nietos y tres bisnietos”, enumera en detalle Antonio.

Hasta 1968 vivieron en Gorina, donde labraron la tierra y se alojaron en la quinta del dueño de casa, su patrón. A partir de ese esfuerzo, juntaron los ahorros que les permitieron comprarse su propio hogar en Gonnet Bell, donde todavía residen.

El casamiento

60 años después, la pareja dice que ya pasaron de todo y tiene todo. El secreto de su éxito, aseguran, está en la paciencia y en el buen comer. “Ella cocina muy bien”, reconoce Antonio. 

A pesar de esto, faltaba algo: decir “Sí, quiero” frente al altar, el beso posterior y las formalidades para darle el broche de oro a un amor que hoy quieren gritar a los cuatro vientos.

Ninguno sabe cómo surgió la propuesta. Bastó que alguno de los dos lo comentara en alguna reunión familiar para que Paula, una de sus nietas, se pusiera manos a las obra. Así, consiguió fecha para esta mañana en la Parroquia Inmaculado Corazón de María de City Bell, donde concretarán la postergada boda.

“¿Qué más podemos esperar ahora?”, celebran los novios. “Solo la fiesta”, expresan y resaltan que esta noche, en un salón de fiestas de la ciudad, brindarán, bailarán el vals y festejarán su amor hasta la madrugada.

Noticias Relacionadas