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cienciaAntonia Mercé, fue apodada “La Argentina” por haber nacido de manera casual en nuestro país. Era conocida mundialmente como la reina de las castañuelas.
05/03/2024 - 00:00hs
Nacida en Buenos Aires, hija de bailarines españoles, debutó en Madrid en 1900 y llevó a cabo numerosas giras por Europa y América Latina. Su primer gran éxito internacional fue El amor brujo de Manuel de Falla, que la convirtió en la bailarina española más famosa en el mundo. Sus biógrafos afirman que su arte se inspiraba en el folklore español, pero lo cierto es que estaba sometido a una disciplina clásica. Se hizo pionera de la danza española en la década de 1920, guiada por una mezcla de latido artístico y sabiduría que la atravesó de arriba abajo y que expresaban sus brazos pies. Así, al menos, la rememoran quienes la vieron bailar y hacen referencia en entrevistas y artículos de la época. En ese sentido, los hermanos Álvarez Quintero llegaron a bautizarla “La reina de la gracia”.
Actuó por primera vez en el Teatro Real a los diez años, más tarde en varietés e intermedios cinematográficos. Sus actuaciones internacionales y el empresario Arnold Meckel la llevaron a acercarse a una nueva estética. Sus modificaciones en el tallado de las castañuelas arrancaron nuevos matices expresivos que enhebraron armoniosamente con las nuevas tendencias. Bautizada “La Argentina”, con su sensibilidad y su dominio de las castañuelas, transformó las danzas tradicionales en un arte de gran expresividad.
Su trabajo fue determinante para el renacimiento que experimentaría la danza española en el siglo XX. En 1911 se instaló en París, desde donde realizó giras por Alemania, Inglaterra, Bélgica, Rusia y Sudamérica para presentar sus propias coreografías. Cuando en 1935 Pedro Massa le pregunta cómo formaría una bailarina, Antonia Mercé respondía con toda sinceridad: “En primer lugar, aprovecharía sus años de adolescencia para lograr que dominase la escuela italiana de danza. Sin esta base coreográfica no hay técnica de baile posible. Simultáneamente, le haría aprender música; procuraría que conociese una selección de obras literarias; pondría delante de sus ojos las obras maestras de la pintura universal, y por último le haría conocer y estudiar a fondo el origen y la historia del baile a que quisiera dedicarse. Ésta es, a mi juicio, la formación perfecta de una bailarina. Así me formaron a mí. Advierta usted que digo bailarina, no bailaora. Una bailaora es algo, en apariencia, semejante, pero sustancialmente distinto en el fondo. Por caminos de aprendizaje, por la técnica, se puede llegar a ser una buena danzarina, una bailarina cabal. La técnica no hizo jamás una bailaora. No quiere decir esto que el arte de la bailaora no tenga su parte de oficio, esté libre de toda regla. Pero es una técnica arbitraria, genial, individualista, si puede decirse así. La bailaora es la cosa espontánea, el arte vivo y maravilloso que nace porque Dios quiere que nazca. No hay escuelas para formar bailaoras, como no las hay tampoco para formar poetas y sí para hacer retóricos y gramáticos”.
Según Antonia Mercé la técnica no debía tener otra misión, en una bailarina, que permitirle escalar las cimas de la plena belleza artística. El afán perfeccionista, en que se da primacía al arte antes que a cualquier otro valor, se convierte en una ética personal que rige toda la obra de “La Argentina”. En algo aparentemente tan de segundo orden como las castañuelas, por ejemplo, cuya elocuencia fue arrebatadora pulsadas por la bailarina. Ella misma explicó el largo proceso que hubo de seguir hasta lograr el sonido que quería de ese especialísimo instrumento.
La Argentina estrenó en 1920 la primera obra dramática de Federico García Lorca, El maleficio de la mariposa, marcando el inicio de una amistad. Diez años después, por iniciativa de Ignacio Sánchez Mejías, Encarnación López y Federico García Lorca comenzaron a trabajar en la armonización de las canciones populares españolas, un disco que grabarían el año siguiente en la compañía discográfica La Voz de su Amo. El poeta granadino alguna vez escribió sobre el arte personalísimo de ella: “Esa española, enjuta, seca, nerviosa, mujer en vilo que está
ahí sentada, es una heroína de su propio cuerpo; una domadora de sus deseos fáciles, que son los más sabrosos, pero ya ha conseguido el premio de la danza pura, que es la doble vista”.