21/11/2017 - 04:00hs
Desde hace 82 años exactos, estos profesionales argentinos festejan su actividad. Diario Hoy recogió dos historias significativas sobre estos héroes anónimos de la salud
El 21 de noviembre de 1935, la Federación de Asociaciones de Profesionales Católicas de Enfermería nombró como patrona a la Virgen de los Remedios. A partir de ese sencillo acto, comenzó a conmemorarse cada 21 de noviembre como el Día del Enfermero: aquellos trabajadores imprescindibles que habitan los pasillos de los hospitales.
A partir de 2016, se instauró la carrera pública de Enfermería Universitaria, bajo la órbita de la Escuela Universitaria de Recursos Humanos del Equipo de Salud (Eurhes). Diario Hoy recogió dos historias particulares de aquellos trabajadores de la salud generalmente anónimos, cuya meta, casi exclusivamente, es la de ayudar a curar.
La prueba de Malvinas
Nancy Stancato era una adolescente cuando decidió estudiar Enfermería, hace ya 36 años. “En 1981 estábamos en Dictadura, y con algunas amigas de La Plata nos inscribimos como aspirantes navales, en la carrera de Enfermería. Fuimos la segunda camada de mujeres en la historia de la Marina”, contó durante una conversación telefónica con este medio. Ese año viajaron a la base naval de Puerto Belgrano, en Punta Alta, en una época que aún añora. “Fue muy lindo el primer año de estudios, teníamos un trabajo y nos sentíamos bien. El 2 de abril de 1982, cuando recuperamos las islas, festejamos entre nosotras”, evocó. Pero después todo empezó a cambiar. “A partir de entonces empezaron a traer en aviones a los heridos. Pasábamos sin dormir días enteros atendiendo amputados y heridos por esquirlas. Nos hicimos mujeres de golpe”, recordó.
Una tarde, Nancy entró a la cuadra desbordada: veía que el alimento y el abrigo no se mandaban a las islas, y estalló con sus compañeras. Sus jefes se enteraron y en 1983 le dieron la baja. “Yo creo que la Armada nunca nos reconoció como enfermeras porque éramos estudiantes, algunas menores de edad. Fuimos unas 70, silenciadas”, reveló.
Al volver de la guerra, terminó la carrera en el Hospital de Niños y trabajó unos años allí. Después pasó al Ministerio Público de la Provincia, donde hace tres décadas realiza rehabilitación de pacientes psiquiátricos. “Ser enfermera es sentirse necesario, y poder ayudar. Nosotras aprendimos con dolor, bajo esas condiciones desesperantes, y sufrimos. El 30 de agosto, mi compañera Claudia Patricia Lorenzini se suicidó”, relató. Aún siguen pidiendo el reconocimiento oficial.
Cuidando a Chicha Mariani
Milagros D’Adderio se inscribió en la carrera pensando en una salida laboral rápida, pero ni bien empezó a cursar se dio cuenta de que le fascinaba. “Lo que me gusta es ayudar al otro, en estos tiempos en los cuales ayudar siempre está asociado al dinero”, contó a este diario.
A pesar de que está finalizando la carrera en el Instituto Superior Biomédico (terminó las prácticas y obtendrá el título en diciembre), Milagros tuvo una estrella singular en el comienzo de su vida laboral: comenzó acompañando a María Isabel Chorobick de Mariani, Chicha, la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, al mismo tiempo que empezaba a estudiar. “Aunque a nosotros nos enseñan, y yo estoy de acuerdo, que todos los pacientes son iguales, cuidar a Chicha es una enorme responsabilidad”, expresó. Chicha cumplió antes de ayer 94 años. Todas las tardes, Milagros la atiende y le proporciona los medicamentos que debe tomar.