Diario Hoy entrevistó al politólogo y activista afroargentino Federico Pita, quien explicó que la cuestión racista no se limita solo a Estados Unidos.
06/06/2020 - 00:00hs
Tras el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco en Minesota, protestas multiétnicas se extendieron a más de 140 ciudades. Diario Hoy dialogó con el politólogo de la Universidad de Buenos Aires, fundador de la Diáspora Africana de la Argentina (Diafar), y adelantó: “Como si no fuera un tema de todos los días, de coyuntura, se habla de racismo en Argentina, solamente, cuando matan a un negro en Estados Unidos”.
—¿Es América Latina menos racista que Norteamérica?
—El racismo tiene distintas características, pero es el mismo en todos lados. Existe en todas las sociedades y se aplica de igual manera, con un mismo resultado.
—¿Allá es racismo y acá es clasismo?
—Uno desde Argentina ve que el conflicto en Estados Unidos es racial y que en Argentina es de clases. Ahora, los pobres y los ricos en este país tienen colores. En líneas generales, los villeros son oscuros, y en líneas generales, los ricos son blancos. Y eso es así.
—Sin embargo, nos enseñaron en la escuela que acá no había negros de raza
—Es el mito fundante de la Argentina. Y como todo mito, es una construcción, una historia, una especie de fábula. La mayoría de la población en Argentina es descendiente de pueblos originarios. Y no en el Norte, en La Plata hay un montón de gente oscura. La mayoría son personas oscuras de piel, descendientes de originarios. En el único lugar en el que la mayoría son blancos, es en el poder.
—¿Pensás que el coronavirus introdujo nuevamente la discriminación racial?
—El coronavirus impacta sobre una realidad de desigualdad desestructural que ya existía. Los pobres son todos oscuros, los chetos son todos blancos. Eso ya pasaba antes de la Covid-19. A Fernando Báez Sosa lo asesinaron al grito de negro de mierda, te vamos a matar y nadie asumió que fue un crimen racista. Lo blanco y lo negro son representaciones, un modo de ver el mundo. Lo cheto, lo blanco. Lo negro, lo cabeza. Seguramente, en ese mandato de masculinidad que tienen los asesinos de Báez Sosa, ellos son chetos porque son de Zárate. Probablemente, si van a San Isidro o a jugar a Capital, ellos sean los negros de Zárate, pero en Zárate son la élite. Entonces, ¿qué hacen? Ven a un chico negro, oscuro, en Villa Gesell, en una zona de veraneo de clase media, en un boliche con nombre francés, y por más que esté vestido con camisa y con el código de etiqueta del lugar, se preguntan: ¿Qué hace este negro acá? Y se sienten con derecho a acosarlo y lo terminan asesinando, porque lo que los empuja es un mandato de masculinidad blanca. Se le echó la culpa a la noche, al alcohol, al rugby y a todo, menos al racismo.
—¿Hay una especie de indignación selectiva?
—Decimos que en Estados Unidos son racistas, como una forma de decir que acá no lo somos. Hace días que se viene hablando de esto, porque se torna insostenible
—¿Qué se puede hacer para que algo cambie?
—Mínimo, empezar a llamar al racismo por su nombre. Marx decía: “Uno de los sentimientos más revolucionarios es la vergüenza”. Cuando uno empieza a sentirse incómodo, está en la antesala de poder hacer algo. Es una perspectiva analítica entender que en la matriz del conflicto social está la cuestión de clase, de raza y de género. Hay que hablar del tema y no esperar al próximo negro que maten. El primer paso, es admitir que el racismo existe. Ahora, la solución no es solo que eso se vea, sino que deje de existir. Como dijo la filósofa Ángela Davis: “En un mundo racista no alcanza con no ser racista, hay que ser antirracista”.