Árbol de Cristal: desde Malasia hasta La Plata
Joya de la botánica moderna, este ejemplar de agathis dammara es uno de los grandes atractivos del Parque Pereyra Iraola.
Fue el autor de La novela de Perón y Santa Evita, dos libros que desde la ficción abordaron uno de los fenómenos más multifacéticos de la historia argentina.
27/06/2022 - 00:00hs
Hay una frase del escritor francés Gustave Flaubert que reza: “Sé normal y ordinario en tu vida como un burgués para que puedas ser violento y original en tu obra”. Desde los primeros hasta sus últimos esfuerzos como escritor, Tomás Eloy Martínez cultivó la misma premisa. No pudo ser testigo de su propio legado, aunque eso no significa que en sus manos hubiera sido más acabado y generoso, ni que hubiera reflejado lo que quería ofrecer a sus lectores, sino que su cometido era lo que lo mantenía vivo: su necesidad imperiosa de escribir.
Había nacido en Tucumán, el 16 de julio de 1934. Desde que supo que dedicaría su vida al periodismo, entendió que no hay terreno más fértil para escribir que aquel en el que no existen sobresaltos de cualquier índole, sobre todo económico o afectivo, que son los que más estragos causan en los escritores. No obstante, a pesar de la buena letra que hizo para llevar una vida doméstica normal y de escritura, tal y como aconsejaba el autor de Madame Bovary; las cosas no resultaron como esperaba: uno jamás puede disponer su propio destino. Por eso tuvo la delicadeza de no confesar a nadie que, con todas las estrategias de las que se había servido en el arte y la vida durante su rica y complicada existencia, el ejercicio de la escritura era su único consuelo.
Con los desgarramientos que significan las rupturas, Tomás Eloy Martínez se casó más de dos veces y tuvo que exiliarse del país en 1975, cuando José López Rega, quien orquestó la Alianza Anticomunista Argentina, envió a sus esbirros una orden de captura del escritor. “El exilio es otro dolor muy profundo y que deja una huella casi definitiva en la vida de la gente”, le dijo a la periodista Mona Moncalvillo.
Tomás Eloy Martínez, antes que nada, fue un escritor extraordinario. Ganó premios tempranos con sus poemas y cuentos, y escribió incontables guiones cinematográficos. Y, como lo hizo constar en varios reportajes, consideraba su vocación como el mandato de internarse en la oscuridad para contar lo que allí descubriera. Al bucear en su archivo periodístico, aparecen declaraciones sobre la novela Santa Evita, en las que el tucumano señalaba: “Hacia el final de Santa Evita se cuenta que yo estaba deprimido en una cama porque una novela me había salido terriblemente mal. Así como uno siente a veces que está trabajando sobre un cuerpo vivo y quiere que salga de una buena vez, del mismo modo hay conciencia, hacia la mitad de la novela, de que lo que está saliendo está muerto, que carece de la vitalidad que tiene que tener un relato de ficción. Está correcto, pero está muerto”. Sin embargo, el libro, publicado en 1995, nació bien vivo y llegó a ser la novela argentina más traducida en todos los tiempos (permaneciendo en China en el ranking de las más vendidas durante todo ese año), y una de las cinco novelas más vendidas de la literatura hispanoamericana durante una década.
Fundó tres diarios en América Latina y nunca se llevó ni un centavo de ellos. Sus colegas aseguraban que fue el único fundador de diarios que nunca ganó. Otra prueba de que a Tomas Eloy Martínez sólo le interesaba el dinero exacto para vivir; no para hacerse rico, sino para disfrutar de la plenitud de lo que más le gustaba hacer. Estaba convencido que el dinero creaba problemas, que uno puede ir de un lado a otro con lo que tiene, con la mochila al hombro, pero si es rico, nunca se sabe quién firma los poderes o a quien se los deja. “Los bienes materiales creo que a uno lo atan de una manera indebida muchas veces”.
En 1985, publicó La novela de Perón, un libro que, como los folletines del siglo XIX, se publicó por entregas en el semanario El Periodista de Buenos Aires. Fue traducida al inglés, holandés y portugués y llegó a vender cerca de 200.000 ejemplares. A la distancia, y apelando a que el autor manejó mucha información y conoció a los protagonistas, alguna vez definió al peronismo como un magma difícil de entender y absolutamente incomprensible para las personas de afuera de la Argentina: “Realmente se parece tanto a una teología, a un elemento religioso, hay tanto irracional en él”.
Cuando falleció, el 31 de enero de 2010, en Buenos Aires; el Premio Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, le dijo a unos amigos en común que velaban desde Cartagena de Indias: “¿Tomás Eloy? El mejor de todos nosotros”.