cultura

Un cura de pueblo que dejó una profunda huella en nuestra región

Jerónimo Podestá fue uno de los primeros obispos en alertar sobre la crisis en la iglesia y la necesidad de cambiar su relación con la gente.

Interés General

18/12/2024 - 00:00hs

Antes de la caída de Perón, Podestá ya había empezado a caminar los barrios obreros de Berisso, haciendo catequesis. Durante el peronismo se habían creado algunos centros culturales en la zona de Ensenada y Berisso. Él iba en tranvía, caminaba cinco cuadras en el barrio e iba a la biblioteca popular que estaba frente de la destilería YPF. Una vez, un señor de la Acción Católica, de la parroquia de San Ponciano de La Plata, azorado, le preguntó: “¿cómo puede decir misa en un local que está todo empapelado con afiches de Perón y Evita?”. El cura le respondió: “ En este barrio yo los conozco uno por uno, familia por familia, casa por casa. Todos, absolutamente todos son fanáticamente peronistas, menos una familia, que es radical y ¿sabe qué familia?: la catequista y a ella no le importa porque sabe en el ambiente en que vive”

Jerónimo Podestá nació en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires, el 8 de agosto de 1920. Tras abandonar en el tercer año de la carrera de Medicina, ingresó en 1940 al Seminario. Imaginaba una brillante carrera eclesiástica. Se ordenó en 1946. Poco después de la segunda guerra, fue enviado a Europa a estudiar Derecho Canónico. A su regreso, fue profesor de Teología en el Seminario de La Plata, hasta 1962.

Llegó a ser vicario general de La Plata en 1963, a los 42 años fue designado obispo y puesto al frente de la diócesis de Avellaneda, una zona eminentemente obrera. Proveniente de una familia tradicional de la sociedad porteña, adinerada y antiperonista, la carrera de Jerónimo nacía prometedora y previsible. Pero las barriadas de Berisso, Quilmes y Avellaneda, lo llevaron por otros caminos. La figura del obispo brasileño Helder Cámara, con quien mantuvo estrecha relación, terminaría de señalarle un destino: caminar con los oprimidos de la tierra. Dio impulso a los encuentros fundacionales de lo que luego sería el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. La sensibilidad social que le inculcara su madre, no peronista, y el encuentro con el mundo obrero, lo reconciliaron con el peronismo. Cabe acotar que era nieto del doctor en derecho, Raimundo Wilmart, quien muy joven había sido encomendado por Marx para propagar la doctrina socialista en la Argentina.

En 1969, en uno de sus libros, La revolución del hombre nuevo, escribió: “ La Iglesia misma se halla inmersa en la situación de pecado. Esta no es privativa de la sociedad humana, sino que afecta también a la estructura misma de la Iglesia. Cuando la iglesia denuncia al mundo, se denuncia a sí misma. Porque no sólo falta diálogo, justicia, solidaridad y amor entre los hombres sino que también hay injusticia y opresión en las propias estructuras de la Iglesia. Si hacen falta en el mundo profundos cambios de estructura e innovaciones audaces, profundamente renovadoras, en primer lugar hacen falta en las propias estructuras de la Iglesia porque también ella debe favorecer la plena liberación”.

Una mujer, Clelia Luro le cambió la vida. Ella era su secretaria, hacia 196 estaba separada y con seis hijas. Se enamoraron, y él conoció la terrible soledad de su conciencia, la encrucijada de tener que elegir entre sus dos pasiones. Clelia o la institución Iglesia. Decidió serle fiel al corazón; reafirmar, en unión con Clelia, su compromiso con la Iglesia. Pero pagaría caro su valentía. No solamente sufrió el aislamiento, la condena moral de sus pares del episcopado y la suspensión “ad divinis” que le aplicó el Papa, sino también la de su familia, que padeció el escándalo de “el obispo enamorado” como una mella al propio honor familiar. En 1972 se casó con Clelia Luro y dos años más tarde debió exiliarse por las amenazas de la Triple A.

Cuando el dictador Juan Carlos Onganía le reprochó en una reunión: “¿Por qué le pone piedras al gobierno? Su prédica, que se desarrolla en sindicatos de color opositor, tiene sentido político”; el obispo le replicó: “ Me limito a predicar el Evangelio, el Concilio y la Populorum Progressio. Yo no le pongo piedras al gobierno. Hablo de la Populorum Progressio en cualquier lugar que se me invite. Mi deber es concientizar”.

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