Hallan restos de un dinosaurio en Neuquén
Un grupo de paleontólogos realizó una nueva campaña en un área del norte de Neuquén, conocida como Cerro Overo, en la que encontraron restos de lo que podría ser una nueva especie de dinosaurio.
cienciaUn pintor y un crítico mantuvieron una encarnizada e ingeniosa disputa a mediados del siglo diecinueve, cuyos ecos aún no se han apagado.
18/04/2023 - 00:00hs
Una pintura fue el detonante de la batalla entre el crítico inglés John Ruskin y el pintor norteamericano James M. Whistler. El cuadro de Whistler en cuestión se titulaba Nocturne in Black and Gold: The Falling Rocket. En opinión de Ruskin, la obra era un disparate y equivalía a “tirar un cubo de pintura”, no solo sobre la tela, sino “contra el rostro del público”. Cuando el agredido le exigió una retractación de esos términos, Ruskin se negó a hacerlo, agregando que se retiraría de la crítica y del profesorado si perdía el pleito con el que Whistler lo amenazaba.
Ruskin había sido uno de los grandes impulsores de los trabajos críticos sobre el arte medieval que se desarrollaron en Inglaterra a mediados del siglo XIX. Su padre cofundó, junto a Pedro Domecq, las bodegas Jeréz, coleccionaba arte y alentó las actividades literarias de su hijo; mientras que su madre, una protestante evangélica, lo exhortaba a rendirle culto a la fe, anhelando que su hijo se convirtiera en obispo anglicano. Animado por ambos, a los once años publicó su primer poema, Sobre el agua de Skiddaw y Derwent. Y, cuatro años después, su primer trabajo prosístico: un artículo sobre las aguas del Rin. En 1836, se matriculó como “caballero plebeyo” en Oxford y escribió un panfleto defendiendo al pintor J.M.W. Turner, hostigado por las críticas del periodismo, pero a petición del artista no se publicó. Una supuesta tuberculosis lo indujo a interrumpir sus estudios y sus viajes, y no recibió su título hasta 1842, cuando finalmente le reveló a su madre que nunca lo había seducido la idea del sacerdocio.
Para Ruskin, la misión del artista era ser una criatura que ve y vibra, un instrumento tan delicado y tan sensible que ninguna sombra, ningún color, ninguna evanescente y fugitiva expresión de los objetos visibles que le rodean y ninguna emoción que llegue a su espíritu pueda ser olvidada o desvanecida en el libro de la memoria. Su tarea no es pensar, juzgar, argumentar o conocer (…) Su razón de ser solo posee dos objetivos: ver y sentir”.
Por su parte, Whistler era hijo de un ingeniero ferroviario y una episcopaliana devota. Muy joven se marchó a Rusia por un trabajo de su padre y allí descubrió su vocación artística. Entre el impresionismo y el simbolismo, su obra pretendía ser el legado del arte como vehículo de exaltación de la belleza, por encima de los códigos éticos y sociales. Íntimo amigo de Oscar Wilde, la relación entre ambos era tildada de “puro ingenio”. Por entonces, un periódico holandés anunció la muerte del pintor por un ataque al corazón; Whistler escribió a propósito de la lectura de su propio obituario: “La provocación de un suave resplandor de salud”.
Dandi y bohemio, el pintor tenía la curiosa afición de demandar a todo el mundo. Cualquier ofensa era motivo de juicio: hizo desfilar por ante la Justicia a artistas y críticos y todo al final se convertía en un debate filosófico sobre el arte mismo, para descifrar el objetivo de la pintura y el significado de la creación artística. En 1879, durante la polémica con Ruskin, la justicia falló a favor de Whistler, por lo que el primero se retiró efectivamente de la crítica y del profesorado, comenzando allí una serie de ataques de locura que se sucederían hasta su muerte, veinte años después. Sin embargo, el triunfador tampoco quedó muy satisfecho: la indemnización concedida por el tribunal era exactamente un “farthing”, la moneda inglesa de menor valor en esa época, que equivalía a un cuarto de penique. Al no poder solventar sus gastos judiciales, Whistler se declaró en bancarrota el mismo año que venció a Ruskin. Tiempo después se recuperó y volvió a ser figura importante de Londres, donde realizaría una infinidad de exposiciones.
La dura polémica no impidió que los manuales de pintura mantuvieran después a Whistler entre los grandes pintores y a Ruskin entre los grandes críticos de su época.