cultura

Una epopeya en miniatura

Barry Hannah fue un escritor norteamericano que con un humor arrasador y un ritmo narrativo frenético, reveló los secretos del sur norteamericano.

Interés General

16/01/2025 - 00:00hs

Con un oscuro sentido del humor, Barry Hannah describió en sus novelas el sofocante ambiente del sur estadounidense. Galardonado con prestigiosos premios literarios, entre ellos el William Faulkner, y en una ocasión proclamado candidato al Pulitzer, fue autor de volúmenes como Geronimo Rex -su primera novela- o historias cortas como Airstrips, donde exploraba la Guerra de Secesión, el conflicto de Vietnam o el actual sur norteamericano. En una reseña del New York Times, el novelista Jim Harrison llamó a Hannah “uno de esos escritores que está brillantemente ebrio de palabras y que, a punta de pistola, podría escribir la historia de vida de un poste de teléfono”.

Sus lectores aseguran que Barry Hannah escribía tal como corcovea un cable de alto voltaje en la tormenta. Tenía un lenguaje profano y voluptuoso y estallidos epifánicos de devoción por mujeres que había amado fallidamente. Alguien que tomó el género del cuento y lo dio vuelta como un guante, desde que comenzó a publicar libros en 1972, aunque algunos de esos libros fuesen novelas. El propio Hannah admitió que fue un escritor de cuentos, con una imaginación calibrada para las ráfagas de tiempo: su rango de máximo esplendor iba de las tres a las cien páginas, aunque algunas veces se haya extendido más lejos.

Nació en un pueblo pequeño, Clinton, Mississippi, en 1942. Después de obtener una licenciatura en Mississippi College en 1964, se inscribió en la Universidad de Arkansas, donde obtuvo una maestría en 1966 y la primera maestría en ficción de la universidad en 1967. Mientras escribía, enseñó literatura y escritura creativa en varias universidades, incluidas la Universidad de Clemson y la Universidad de Alabama, y en varias ocasiones fue escritor residente en el Middlebury College en Vermont, la Universidad de Iowa y la Universidad de Montana en Missoula, dejando tras de si una leyenda sobre su exhibicionista manejo de la raqueta de tenis y del saxo tenor por todo el mapa universitario estadounidense.

Veinte años anduvo Barry Hannah rodando en llamas por Estados Unidos hasta que desembocó nuevamente en Mississippi, donde algunos lo recibieron como al hijo pródigo y otros como a un demonio devuelto al remitente desde donde había sido expelido. Se sobrepuso a la muerte de un hijo, a un cáncer, a una feroz quimioterapia y al tedio que produce la vida a los alcohólicos recuperados; y así se fue convirtiendo sin proponérselo en uno de esos venerables veteranos del pánico que al Sur norteamericano tanto le gustaba idolatrar: aquellos que sobreviven milagrosamente al susurro en sus oídos de todos sus demonios, sin olvidar en ese camino el incendiario idioma de sus pesadillas.

Las narraciones exuberantes y llenas de energía de Hannah tendían a la picaresca y, la mayoría de las veces, fracasaban de manera espectacular. “Nightwatchmen” (1973), un relato de misterio y terror de tono casi histéricamente cómico, exhibía la alarmante tendencia del autor a divagar, tambalearse y luego desmoronarse, lo que John Updike, en una reseña de “Geronimo Rex”, llamó “incoherencia acelerada”. A lo largo de los años, este tipo de comportamientos se repitió en novelas llenas de incidentes y obsesionadas con el lenguaje, como “The Tennis Handsome” (1983) y “¡Hey Jack!” (1987).

Los doce libros que escribió Barry Hannah merecieron elogios como éstos de colegas más famosos, y más premiados, y más leídos, y más traducidos que él: “Hannah es mucho más que una voz nueva; es por lo menos media docena de brillantes voces nuevas” (Philip Roth); “Es el más poderoso y original de nuestros prosistas actuales, frase por frase” (John Gardner); “Trágico y humorístico, adictivamente honesto y endemoniadamente creativo, todo a la vez” (Tim O’Brien). Murió en 2010, en su Mississippi natal, víctima de un ataque al corazón. Tenía 67 años.

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