26/01/2015 - 06:12hs
EN FOCO
Ayer se cumplió una semana de la muerte de Alberto Nisman, el fiscal federal que días antes de aparecer con un disparo en la cabeza había denunciando a Cristina Kirchner por encubrir a los responsables del atentado a la AMIA en 1994. El caso está envuelto en un cono de sombras. Existen muchas más dudas que certezas, lo que ha derivado en un escándalo político e institucional de proporciones que no solamente pone contra las cuerdas al gobierno nacional, sino también al conjunto de la sociedad que terminará pagando las consecuencias de los desaguisados y de la corrupción estructural que existe en el seno de la administración K.
Es tal el desconcierto que existe que los investigadores que todavía no pudieron determinar si el fiscal especial para la causa AMIA fue asesinado o se quitó la vida. Según las pericias, Nisman murió el domingo 18 de enero entre las 10 y las 13.
Acorralado, el kirchnerismo pasó en cuestión de horas de hablar de un suicidio relacionado con cuestiones personales a reconocer que se trató de un crimen con connotaciones políticas. A partir de esa primera hipótesis, los que conforman la troupe de aplaudidores de CFK salieron uno tras otro intentando desligar al kirchnerismo de la responsabilidad del hecho. Pero ese análisis fue debilitándose a medida que se conocieron las conclusiones de algunos de los peritajes. Entre ellas, la más significativa, fue el resultado negativo que arrojó el barrido electrónico, una prueba clave que, de haber salido positiva, hubiera confirmado la hipótesis de suicidio. El estudio debía comprobar si había pólvora en las manos del fiscal. Si la encontraban, la hipótesis del suicidio quedaba un paso más cerca de ser confirmada. Pero no la hallaron.
La incertidumbre se potenció, posteriormente, por el hallazgo de una tercera vía de acceso al departamento del fiscal fallecido. Se trata de un pasillo interno donde están los aires acondicionados, que conecta a las viviendas y permite que una persona pase de una unidad a otra. Allí encontraron una huella digital y una pisada que aún están siendo analizadas. A esa altura, el relato oficial no resistía el menor análisis y por eso Cristina tuvo que pegar el volantazo, que estuvo acompañado por la construcción discursiva, sin ningún tipo de pruebas, de una supuesta conspiración internacional en su contra.
Los K ahora hacen denodados esfuerzos por hacer creer que se trató de una suerte de vendetta de algunos sectores de los servicios de Inteligencia, en una suerte de operación de alcance planetario en la que también intervendría –según la hipótesis oficial- la CIA norteamericana y el Mossad israelí. De seguir por este camino, en poco tiempo, el kirchnerismo terminará culpando de sus males a una confabulación intergaláctica.
La realidad, que como decía Perón es “la única verdad”, muestra que si un país está merced de lo que puedan hacer o deshacer bandas vinculadas a los servicios de inteligencia es porque esa nación tiene un poder político extremadamente ineficiente, débil y corrupto, características que encajan a la perfección para describir el presente del gobierno K. De hecho, la Secretaria de Inteligencia, la ex Side, depende orgánicamente de la Presidencia de la Nación que le otorga los fondos reservados, cuya utilización nadie controla. Peor aún: en los últimos años, Cristina no tuvo mejor idea que conformar otra estructura de Inteligencia paralela para hacer espionaje interno. Y puso al frente a quien hoy es el jefe del Ejército, el general César Milani, un militar acusado por delitos de lesa humanidad durante la dictadura militar. De esta forma se fue cerrando el círculo: los K desguazaron las fuerzas armadas, impidiendo que cumplan con su mandato constitucional (defender la soberanía nacional), con una fuerza aérea que ya prácticamente no tiene aviones y una marina cuyo buques de guerra se hunden en los puertos por falta de mantenimiento, y las pusieron al servicio de sus oscuros intereses políticos. Es decir, espiar a opositores, dirigentes sociales y ciudadanos críticos a su gestión.
No fue otro que Néstor Kirchner el que puso a dedo al espía Jaime Stiusso, ex hombre fuerte de la Secretaria de Inteligencia y convertido de la noche a la mañana en el enemigo número uno del gobierno, a trabajar codo a codo con Nisman, a quien también le dio la posibilidad de manejar un presupuesto millonario para sostener que el ataque a la AMIA fue obra de fundamentalistas ligados con el régimen teocrático de Irán. Cuando el panorama comenzó a cambiar, a partir del aislamiento económico y político en que se encuentra la Argentina por su estancamiento productivo y las alianzas con regímenes políticos decadentes y autoritarios (como el chavismo venezolano), los K intentaron aliarse con los mismos a los que durante años habían acusado en la ONU.
Semejante contradicción no pasó inadvertida en los centros de poder internacional, que no tienen la más mínima intención de sacar al país del aislamiento. Y podrían avanzar con sanciones, ante el magnicidio qué significa la muerte del fiscal que investigaba el atentado más grave ocurrido en la historia argentina.
Las consecuencias económicas, lamentablemente, las terminará pagando la ciudadanía, pero la condena de la historia recaerá en los responsables de conducir a un gobierno que, en su recta final, está mostrando su peor cara.