04/08/2013 - 07:40hs
Todas las campañas electorales son recordadas por algo. La de 1983 fue por el slogan “Con la democracia se come, se educa y se cura”, mientras que en los comicios de 1989 aparecieron las falaces promesas menemistas de “salariazo y revolución productiva”.
Más cerca en el tiempo, en los comicios legislativos de 2009, irrumpieron clichés vacíos de contenido como el “Alica, alicate” y las nefastas candidaturas testimoniales, que fueron una verdadera estafa al electorado y que en algunos municipios –como Quilmes y Ensenada- se volverán a repetir en las Primarias del 11 de agosto.
Ahora bien, lo que nunca se vio en la historia electoral de nuestro país es que un gobierno enfermo de poder, como lo es la administración que encabeza Cristina Fernández, llegue al extremo de utilizar la imagen de nuestro Papa gaucho -una foto tomada durante un encuentro de la juventud en Río de Janeiro en la que aparece la presidenta y su candidato títere- en un intento desesperado por atraer votos.
Es cierto que el Sumo Pontífice tiene niveles de adhesión como ningún otro líder en el planeta. Pero Francisco, máximo referente de 1.200 millones de fieles, trasciende cualquier partido político e interés sectorial. Su mensaje de cambio está dirigido a la humanidad y por ello sólo personas que carecen de cualquier tipo de escrúpulos pueden intentar manipularlo con fines electorales.
Peor aún, estas personas que ahora intentan sacar provecho del Papa son las mismas que lo difamaron durante años, acusándolo de ser jefe de la oposición por atreverse a denunciar públicamente -cuando era cardenal de Buenos Aires- que flagelos como el narcotráfico y el clientelismo estaban causando –y siguen causando- estragos en nuestro país. Si se hubiesen atendido sus llamados de atención, en lugar de atacarlo, el presente de nuestra nación no sería tan complicado y angustiante.
Nerviosismo
Se hace evidente, en el seno del gobierno oficial, en el círculo de aplaudidores que acompaña a la Presidenta, una situación de claro nerviosismo. Muchos funcionarios comenzaron a oler el aroma de fin de ciclo. Y por eso varios de ellos, incluida la propia Cristina, están maquinando cómo hacer para garantizarse impunidad después de 2015.
El saqueo sistemático que tuvo lugar en nuestro país, y la mega corrupción instalada en todos los niveles del Estado, llevó a que haya muchos dedos marcados. Esto permite que, tibiamente, funcionarios judiciales se estén atreviendo a desempolvar las denuncias. Hasta el momento son tal solo algunos amagues. Pero a medida que se haga visible que el poder que estuvo concentrado en la Casa Rosada durante 10 años comenzó a desvanecerse, la situación se le puede poner muy difícil al oficialismo.
Estrategia a dos puntas
La estrategia del gobierno apunta a sustentarse en dos posibles candidatos presidenciales que le garantizarán que poco y nada cambie a partir de 2015. Uno de ellos es Sergio Massa, un opositor súper light que competirá como postulante a diputado nacional por el Frente Renovador y que es experto en no decir nada o en utilizar frases hechas para referirse a los grandes problemas del país.
Massa es apoyado por muchos de los sectores del establishment político y económico que se hicieron millonarios durante la década K. Y que ahora ven que la presidenta CFK, con su belicosidad y sus gestos de bipolaridad política extrema, ya no les resulta confiable para seguir defendiendo sus intereses. Estos grupos incluyen a algunos servicios de inteligencia sin los cuales hubiese sido imposible conocer, por ejemplo, las lujosas vacaciones que tuvieron los Alperovich, estrechos aliados políticos del gobierno, en los Emiratos Árabes. No sería de extrañar que, en los próximos días, a medida que se acerquen los comicios legislativos, se conozcan casos mucho peores.
El otro candidato presidencial que le garantiza protección a los K es Daniel Scioli, que se ha metido hasta el cuello en esta campaña electoral, pese a que prácticamente no hay candidatos de su riñón político. El respaldo de Scioli es producto de un acuerdo político sellado en las horas previas al cierre de la presentación de listas.
El mandatario provincial ha decidido escuchar algunos cantos de sirena que le hablan de que él sería el candidato bendecido por Cristina. El juego que ha decidido encarar el gobernador es extremadamente peligroso. Por un lado porque si Massa se impone en los comicios, será el intendente de Tigre quien tendrá la llave de garantizar los dos años de gobernabilidad en lo que le queda de gestión a la primera mandataria. Por ende, difícilmente ceda el lugar de presidenciable a Scioli, un gobernador que no tiene posibilidad de reelección en la Provincia y cuyo futuro político depende casi exclusivamente de poder llegar al sillón de Rivadavia.
Asimismo, si la presidenta obtiene un resultado decoroso, que le brinde aunque sea una mínima posibilidad de buscar una reforma de la Constitución (comprando las voluntades que sean necesarias), automáticamente los ultra K se embarcarán en ese alocado proyecto que significa habilitar una nueva reelección y no dudaran de borrar con el codo lo que firmaron con la mano, dejando marginado al propio gobernador bonaerense.