19/10/2013 - 08:46hs
Hay una frase, que se escucha mucho en las reuniones políticas, que dice: “los pueblos tienen los gobernantes que se merecen”. La autoría de esta reflexión se le atribuye a Gaspar Melchor de Jovellanos, un jurista e ilustrado español que murió en 1811.
La realidad es que se ha hecho uso y abuso de esta frase, que muchas veces termina siendo utilizada como excusa por parte de los factores de poder para justificar el status quo. Un país como la Argentina, que tiene recursos naturales y humanos de sobra como para poder un camino de desarrollo sostenido, atraviesa por una severa crisis producto de los errores y horrores cometidos por el kirchnerismo en la última década, y no por culpa de la ciudadanía que en su gran mayoría aspira a poder vivir en paz, con trabajo digno y seguridad.
Por el mismo lugar que ahora ocupa Cristina, pasaron grandes estadistas que, en período mas cortos del que lleva en el poder K, pudieron cambiar la historia. Esto no solo le cabe a los héroes de la Independencia, o a los próceres que construyeron el Estado Argentino contra viento y marea a finales del siglo XIX, sino también a presidentes como Yrigoyen, Perón y Arturo Frondizi, que supieron leer correctamente las necesidades del país. Y se rodearon de cuadros técnicos de primer nivel para poner en marcha las reformas que se requerían. Todo ellos dieron su vida por el bien de la Nación, y consecuencia de ello sufrieron cárcel, persecuciones y exilios.
El gobierno de los K está lejos de seguir los pasos de estos grandes estadistas. Los que quedaron a cargo del gobierno, como consecuencia de la operación y posterior convalecencia de la presidenta, carecen de la más mínima materia gris que se requiere para poder llevar adelante una gestión en un contexto económico y social extremadamente complejo, con una recesión instalada hace meses y una ola inflacionaria que carcome el poder adquisitivo de la clase media y los sectores populares.
Los problemas de salud que ahora atraviesa Cristina no le quitan responsabilidad. De hecho, fue ella la que decidió poner a dedo al impresentable y corrupto de Amado Boudou como vicepresidente, que pese a las graves denuncias de corrupción sigue en funciones, está a cargo del Poder Ejecutivo.
La presidenta demostró ser absolutamente egocéntrica, sin la más mínima capacidad de autocrítica. Por ello optó por rodearse con obsecuentes y aplaudidores, que no tienen margen para sugerir un mínimo cambio de rumbo. Peor aún, se le ha dado participación en cuestiones de Estado a los hijos de Cristina, que no fueron elegidos por nadie.
Máximo Kirchner es un muchacho con problemas de conducta, incapaz siquiera de terminar una carrera universitaria o de tener un trabajo estable. Su principal habilidad parece ser la de jugar a la play station, mientras digita que sus amigos, que forman parte de La Cámpora, sean puestos a administrar discrecionalmente algunas de las cajas más importantes del Estado. Las consecuencias están a la vista, por ejemplo, en el desmadre en que se ha convertido Aerolíneas Argentinas.
Seguramente, tras las elecciones del domingo 27 de octubre, donde la gran mayoría de los argentinos le dará un mensaje contundente a la presidenta y a su séquito de aplaudidores de que es necesario un cambio urgente, se vendrá un periodo cargado de dificultades.
Al gobierno kirchnerista le quedan dos años más en el poder, y ello implica necesariamente que el pueblo en su conjunto exija que, de forma inmediata, se cumpla con el mandato constitucional, utilizando los años que quedan para que se instrumenten las medidas que permitan otorgarle mayor estabilidad económica a la Argentina.