Más de lo mismo

Política

28/08/2018 - 07:00hs

La escena tiene más de tres años. Alguien la recordó en estos días hasta viralizarla en redes sociales. En ella se ve a Mauricio Macri en plena campaña presidencial, sentado junto a su esposa a la mesa de Mirtha Legrand.

-Terminar con la inflación es de las cosas más simples que tengo que hacer en caso de gobernar la Argentina-, dice, algo titubeante, ceño fruncido, movimientos ampulosos de las manos.

-Yo que pensé que era complicadísimo-, lo interrumpe la conductora.

-¡No, pero cómo puede ser complicado algo que resolvió el 99% de los países del mundo! -reafirma Macri, y hace gesto de “montoncito”- O sea, estamos en el 1% peor. Estar en el 99% no debe ser tan difícil.

Pero lo fue. Hacia el final del mandato de Cambiemos seguimos compartiendo cartel con el 1% peor, entre males ya conocidos.

Todo resulta más de lo mismo; la novedad, la noticia, se asemeja a la del día anterior, un poco peor: la inflación en más del 31%; el dólar, que ayer batió otro récord, cerrando a $31,57 (aunque en el mercado informal se vendió a $32), presionando más sobre los precios en las góndolas, que en pocos días sentirán también los efectos de otro aumento en los combustibles.

No son solo números, sino realidades: en lo que va del año, el peso argentino se depreció en un 68%, sin que ningún argentino haya visto semejante suba en sus salarios. 

Somos víctimas de dos cócteles, y los dos son terribles. El primero: inflación, devaluación y recesión que enfrían la economía, paralizan el consumo, alientan la pobreza y el desempleo. El segundo, efecto de aquel: a la crisis económica se agrega la crisis en la confianza y la credibilidad del mercado hacia el Gobierno.

Eso explica que ni el salvavidas de plomo del FMI (Ver aparte), ni las tasas de interés siderales y recesivas que impone el Gobierno; ni que el Banco Central sacrifique, como ayer, US$210 millones para intentar mantener la divisa estadounidense por debajo de los altos $31; ni ninguna de las medidas arriesgadas alcancen ya para frenar la devaluación, la huida de la moneda argentina hacia el dólar, la fuga sin control de capitales que el Ejecutivo alienta desde su asunción. 

Paradoja siniestra: en un país cuya balanza comercial es deficitaria (importamos más de lo que exportamos), y que necesita de actividades que generen dólares genuinos, el Gobierno atenta contra todo aquello que podría encauzar la senda del crecimiento, la producción que emplea y el consumo.

En el reino incierto de la devaluación, los tarifazos, el incremento en las tasas de financiación que tiende a cortar la cadena de pagos, y con una economía que cae a sus peores niveles en casi una década (en junio se hundió un 6,7%), no hay actividad que pueda planificar ni concretar proyectos de inversión. La producción se reduce, el desempleo late. La industria nacional queda en jaque. 

Entonces, la pregunta que debemos hacernos es si queremos continuar por este rumbo que desemplea, condena a la pobreza a millones y empuja a la clase media hacia ese flagelo. O si, por el contrario, anhelamos el amanecer de otro país, que tenga como norte la producción, la obra pública, la exportación con valor agregado, la generación de trabajo digno.

Para empezar a hablar de otra cosa, y abandonar el vergonzoso 1%. No debe ser tan difícil.