12/02/2013 - 06:23hs
El ultraconservador Joseph Ratzinger anunció, sorpresivamente, que a fin de mes dejará el trono de San Pedro. Es el primero en hacerlo en 600 años.
Tuvieron que pasar 600 años, para que un Papa, la máxima autoridad de la Iglesia Católica, decidiera dar un paso al costado. Ayer, de manera sorpresiva, Benedicto XVI anunció que desde el 28 de febrero renunciará a su pontificado.
“En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”, dijo el Papa en latín durante un consistorio para la canonización de los mártires de Otranto.
Si bien el Sumo Pontífice adujo problemas de salud, la realidad es que la salida de Joseph Ratzinger, un claro exponente del ala más conservadora del catolicismo, responde a cuestiones políticas.
La iglesia está sumida, desde hace años, en una profunda crisis producto de que millones de fieles han migrado a otros cultos (especialmente a las Iglesias evangélicas), a lo que sumaron diversos y resonantes casos de corrupción nunca aclarados.
El escándalo por espionaje que llegó hasta la oficina del Sumo Pontífice e involucró a quien era su secretario privado, sumado a constantes denuncias por pedofilia que salpican a importantes autoridades eclesiásticas en distintos países del mundo, terminaron de horadar la conducción de Ratzinger.
De ahí que los verdaderos intereses que mueven los hilos de una institución, que ha logrado sobrevivir dos milenios, decidieran que era la hora de cambiar. Un mundo globalizado, con constantes transformaciones en la ciencia y en la tecnología, sumado a una compleja realidad del sistema capitalista mundial -producto de las crisis que se vienen sucediendo desde 2008- plantean nuevos desafíos que superaba ampliamente la capacidad de respuesta del conservadurismo que representa Benedicto XVI.
Algo de estas cuestiones, puede leerse entre líneas en el discurso del Papa, que ayer declaró: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio cetrino”.
En los 8 años que lleva en el trono de San Pedro, el Papa renunciante rehusó cualquier modificación a las posturas tradicionales de la Iglesia en materia de aborto, eutanasia, divorcio y sólo admitió el uso del preservativo, en casos específicos, para evitar la propagación del sida.
Benedicto XVI no intervendrá en las decisiones de su sucesor, el cual deberá participar en las Jornadas Mundiales de la Juventud, programadas para julio próximo en la ciudad brasileña de Río de Janeiro.
La dimisión será efectiva desde el 28 de febrero a las 20.
Entonces comenzará un período de “sede vacante” y deberá ser convocado el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
El último Papa que había dimitido fue G r e g o r i o XII, quien renunció en 1415 como parte de un acuerdo para poner fin al Gran Cisma de Occidente entre varios papas que se disputaron la autoridad pontificia.
Cuando Benedicto XVI fue elegido Papa a los 78 años -convirtiéndose entonces en el Papa de más edad en ser elegido en casi 300 años- ya tenía previsto retirarse de su función previa, como prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, un cuerpo ortodoxo del Vaticano, para pasar sus últimos años escribiendo en la “paz y tranquilidad” de su natal Baviera, en Alemania.
Según el vocero del Vaticano, cuando deje de ser Papa, Joseph Ratzinger irá a Castel Gandolfo y luego a un monasterio de monjas de clausura en Roma.