La huelga de esta jornada, que se palpitó con las movilizaciones de ayer, lejos de cambiar la historia del país, servirá apenas para quitarle presión a la olla, como descarga del sistema nervioso.
Pues, de nada vale el paro si no se lo acompaña de un plan estratégico, apoyado en la materia gris de mentes doctas (que son muchas en la Argentina) y en la unión de todos los sectores para pensarnos verdaderamente de nuevo: el conocimiento y las ideas al servicio de la reactivación de la obra pública intensiva, la explotación de las economías regionales, el rescate de las PyMes, el pleno empleo y la reducción de la pobreza.
Ese anhelo de superación, esas ganas de levantar a la patria de su fango, podría unir en una misma causa al médico y el operario de una fábrica; al comerciante y el docente; al policía y la enfermera.
¿Qué le impiden al movimiento obrero, a la oposición que representa cierta izquierda y al PJ empezar a hacerlo desde ahora?
Va de suyo que la protesta tiene su razón de ser ante el dolor de los millones que hoy la pasan mal. Pero si pierde sustancia, si se reduce a frases hechas escritas en una bandera, a insultos con el FMI y el Presidente como blancos, todo queda en un mero berrinche. Un griterío confuso que genera malestar, que se queda en la superficie sin modificar las estructuras y que, en lugar de empatizar con la sociedad, termina enfrentando al movimiento obrero con la gente.