25/03/2016 - 11:01hs
Carlos Alberto Rivada fue una de los treinta mil personas a las que un nefasto grupo de secuestradores se creyeron con el derecho a cortarle la vida. Su caso fue uno de los 22 que tristemente se evoca cada 24 de marzo en Tres Arroyos. Pero además resultó el único caso de un futbolista desparecido por la dictadura, que se desempeñó en Huracán de Tres Arroyos, el club que más veces salió campeón en esos pagos y que en 2004 llegó al sueño de la 1a A.
Carlos amaba al deporte, ya que además jugaba al basquetbol –también en el club del “Globito” del pueblo-. Era un excelente wing derecho, que era convocado por la Selección de la Liga Tresarroyense de Fútbol. Con sus gambetas rápidas y sus goles pudo sacar unos pesos con los que se ayudaba a estudiar.
Carlos gozaba también de los estudios, y eso lo llevó recibirse de ingeniero electrónico en la Universidad Nacional del Sur (UNS), en Bahía Blanca. Luego, llegó a ser profesor de la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº1 de Tres Arroyos. Durante la carrera terciaria conoció a su mujer María Beatriz Loperena, profesora de letras, quien había nacido en González Chaves, y a la que también el grupo de tareas se llevó para siempre. Tenían dos hijos de 3 años y 4 meses, Diego y Josefina, que fueron hallados el mismo día del secuestro en la puerta del Hospital Pirovano y fueron encontrados por la enfermera María Rosalía Fernández. Recientemente se conoció que María estaba embarazada cuando fue secuestrada.
Carlos tenía 27 años cuando la noche calurosa del 3 de febrero de 1977 jugó su último partido y luego se quedó a cenar en el club, donde habría sido “fichado” por gente que llegó desde Bahía Blanca. En la madrugada del 4 de febrero nunca más se lo vio. Ramón Palacio (padre de Rodrigo, estrella internacional del fútbol) fue compañero de Rivada la última vez que jugó a la pelota, de calor. Con el tiempo, recordó que lo vio irse contento a bordo de la camioneta Fiat Multicargas, que recién había estrenado.
Carlos también era partidario de militar y lo hacía en la Juventud Universitaria Peronista, donde tenía una forma de pensar y de sentir. Pero a otras personas no les gustaba que cierta gente sea así. Entonces, en un grupo de tareas que se desempeñaba en la oscuridad más absurda, fue hasta la casa de la calle 9 de Julio para hacerlo “desaparecer” de la faz de la tierra. Su padre, que tenía una sastrería y una casa de deportes “Los Mellizos Rivada”, radicó la denuncia en la Comisaría 1ª caratulada como privación ilegítima de la libertad y hurto, ya que a Carlos se lo llevaron en su propia camioneta. Don Héctor Rivada falleció extenuado de dolor en julio de 1982 sin hallar responsables. En un artículo de investigación del periodista Gustavo Veiga, éste detalla que el papá de Carlos “se entrevistó con autoridades militares y navales, les cursó telegramas al dictador Jorge Rafael Videla y a su ministro del Interior, Albano Harguindeguy y hasta le envió una carta al cardenal Raúl Primatesta, quien le respondió su mensaje con un piadoso ‘el señor lo bendiga y fortalezca’”.
Carlos no pudo gambetear esos días de genocidas por la calle y de tanta muerte silenciosa. En un libro “22. Los tresarroyenses desaparecidos” (escrito por Andrés Vergnano y Guillermo Torremare, y editado por El Periodista de Tres Arroyos) denuncian que en el secuestro de Rivada tuvo participación el servicio de inteligencia de la Marina. “Con el ardid de sacarle fotos al equipo campeón de básquetbol de Huracán que festejaba su título con una cena, lo “ficharon” tras explicar que eran allegados al club Olimpo de Bahía Blanca. Uno de los individuos que cumplió la supuesta tarea social de tomar fotografías, llamado Julio César Videla, que vivía en Tres Arroyos, donde incursionó “en la militancia política, dentro de las huestes del ex subcomisario Luis Abelardo Patti”.
Carlos y su alma deben estar en algún lugar, quizás sin saber del tiempo que pasó (40 años, ayer). El de él y María, constituyen el único caso de secuestro y desaparición ocurrido en este distrito bonaerense. “Las personas van desapareciendo naturalmente y estos hechos tienden a olvidarse si no existe la memoria y la justicia”, expresó el abogado Guillermo Torremare, especialista en derechos humanos.
Carlos, según los archivos de los Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) figura con el número de legajo 4345 y la inscripción de que nunca pasó por un centro clandestino de detención. Desde 2013 se vienen llevando a cabo los juicios orales por delitos de lesa humanidad cometidos bajo control operacional del Comando V Cuerpo de Ejército y las causas en instrucción contra el Terrorismo de Estado y la Triple A, por los cuales hay 65 integrantes de las fuerzas armadas y de seguridad sentados en el banquillos -25 de ellos ya recibieron condenas- en el “mega juicio” de los Tribunales bahienses.