Un gobierno enfermo de poder y anclado en las peores prácticas

Política

26/05/2013 - 07:38hs

Una vez más, terminamos una semana caracterizada por las nefastas consecuencias de los desaguisados que comete el gobierno nacional en materia económica y política.

El “broche de oro” fue el acto que encabezó la presidenta, con artistas pagos y militantes rentados, en una suerte de circo organizado para que la primera mandataria pueda autocongraciarse y dejar en claro que su administración no está dispuesta a modificar en nada el rumbo.

CFK habló “de otra década más” para su modelo y, reiteradas veces, negó un “fin de ciclo”. En realidad, la que le pone la fecha de vencimiento al kirchnerismo es la propia Constitución nacional, que le niega a la primera mandataria la posibilidad de ir por una nueva reelección.

Como el kirchnerismo tiene su razón de ser en el personalismo y en el centralismo, con una militancia rentada con recursos del Estado y votos obtenidos con los métodos más infames del clientelismo político, es imposible que subsista estando Cristina fuera de la Casa Rosada, sin el manejo de la caja estatal. De ahí la desesperación y los insólitos intentos de victimización.

Plantear, como lo hizo ayer la Presidenta desde el palco principal, que las criticas y las denuncias que recibe ella y su marido muerto son comparables con los ataques y difamaciones sufridos por Juan Domingo Perón y Evita, resulta indignante.
El fundador del justicialismo fue derrocado por un golpe de Estado, se prohibió decir su nombre y tuvo que exiliarse en el exterior, padeciendo una proscripción que se extendió durante 18 años. En tanto, el cadáver de la abanderada de los humildes fue salvajemente ultrajado y hasta fue enterrado en Italia con otro nombre. Luego de todos estos acontecimientos, Perón volvió a ser presidente, proponiendo la unidad nacional y la paz social. Y para lograr eso hecho a los Montoneros, muchos de los cuales ahora forman parte de las primeras líneas del actual gobierno.

En tanto, las supuestas difamaciones de las que se queja la presidenta son denuncias que hablan del sospechoso enriquecimiento que tuvo su familia a costa del saqueo, la miseria y el hambre que se registra en nuestro país. En todo caso, la infamia la está cometiendo ella con la ciudadanía al no poder demostrar que es mentira que su marido, y sus supuestos testaferros, tenían o tienen bóvedas repletas de oro y de dinero negro generado a partir de negociados con Estado.

La enfermedad de poder que afecta a la presidenta y a sus secuaces está llevando a que, desde la cúspide de la Casa Rosada, se esté insinuando una creciente instigación a la violencia. Ayer, la primera mandataria planteó “organizarse para defender lo conseguido”, mientras que la semana había anunciado que se iban a conformar brigadas de militantes para salir a apretar a comerciantes que no cumplan con los acuerdos de precios que pacta el inefable secretario de Comercio, Guillermo Moreno, con un puñado de supermercadistas amigos.

Este tipo de prácticas, que son propias de estados totalitarios, ya se aplicaron en otros periodos de la historia y en otros países. Y siempre tuvieron el mismo resultado: generaron desabastecimiento de productos básicos y mayor presión inflacionaria.

Un ejemplo palpable se está dando en Venezuela, donde las dificultades para conseguir papel higiénico hasta produjo una crisis política y puso en aprietos al flamante presidente, Nicolás Maduro, que atribuyó la situación al hecho de que la gente en su país “se está comiendo más que antes”, lo que lleva a que las personas tengan que ir con mayor frecuencia al baño. Semejante razonamiento sólo puede salir de la mente de personas muy elementales, como son las que proliferan tanto en el chavismo como en el kirchnerismo.

Carente de ideas, con una crisis económica que lo pone contra las cuerdas, Maduro anunció que entregará armas a sus militantes. ¿CFK también pensará copiar al chavismo en eso?

Preocupa, asimismo, el convencimiento que parece tener la presidenta de que la inflación del 30% anual que se registra en la Argentina es producto de una “conspiración”, de un poder oculto que actúa como un titiritero.  La realidad es bien diferente. Echar culpas a otros, como ayer lo hizo la presidenta diciendo que el gobierno no aumenta los precios, esconde que la inflación es producto de los desaguisados económicos de su propio gobierno, de la alocada emisión monetaria para sostener el clientelismo político y de la falta de un aparato productivo que esté en condiciones de mejorar la oferta de bienes y servicios. No es ninguna ciencia: la inflación es un problema económico, y requiere soluciones económicas.

Querer solucionar problemas complejos con parches, aprietes y bravuconeadas de todo tipo y color, están generado un nerviosismo generalizado que se tradujo, en los últimos días, en un recalentamiento del mercado de dólar informal. No se trata de un tema menor: el dólar blue determina muchas de las variables de a economía oficial.

La nueva crisis estuvo motivada, principalmente, en la decisión del kirchnerismo de limitar al extremo la extracción de dólares, con tarjeta de crédito, en países limítrofes. En otras palabras, al no poder acceder al verde billete en Colonia o Montevideo, la demanda terminó reactivando las cuevas en el mercado doméstico de divisas, sorteando los controles dispuestos por Moreno. 

La falta de materia gris en la Casa Rosada, donde ni siquiera existe un equipo económico serio,  están conduciendo al país al abismo. Pero nada es eterno. Faltan más de dos años para el recambio presidencial, tiempo más que suficiente para que surja una nueva dirigencia. El desafío, entonces, es que aquellos que son capaces de sacar el país adelante asuman el compromiso de poner manos a las obra.