Un grito urgente: basta de inseguridad

En menos de seis horas y separados por unas 25 cuadras, dos trabajadores de Tres de Febrero encontraron la muerte ayer, víctimas de la inseguridad, ese flagelo que asedia y al que tristemente nos vamos acostumbrando

En menos de seis horas y separados por unas 25 cuadras, dos trabajadores de Tres de Febrero encontraron la muerte ayer, víctimas de la inseguridad, ese flagelo que asedia y al que tristemente nos vamos acostumbrando.

Manuel Antonio Palacio era comerciante; Carlos Fabián Manduca, policía retirado, devenido en canillita. Las imágenes de las cámaras de seguridad de un supermercado chino (no dispuestas por la Provincia), que registraron este último hecho, demuestran la saña con la que un delincuente puede abatir a un civil: el hombre aguarda la llegada del camión de diarios cuando tres sujetos lo abordan; dos forcejean, una pistola cae al piso, el tercero la toma y le dispara un balazo en la frente. Manduca queda tendido en la calle y los delincuentes huyen en la camioneta de la víctima, que luego incendiarían en el barrio Fuerte Apache.

Estos homicidios a sangre fría ocurren cuando todavía no nos recuperamos del dolor por la muerte del colectivero asesinado en La Matanza.

En cualquier lugar del mundo, hechos como estos desatan una rápida reacción del Poder Judicial.

Pero en la Argentina, la gente se siente desamparada y ya no sabe qué más hacer para proteger a los suyos, para que su familia no pierda un integrante en medio de la ola de inseguridad. 

“Nunca pensé que iba a despedir a mi hijo”, dijo ayer visiblemente conmovido el padre del canillita, al que los vecinos le dieron su apoyo y contención: “Ojalá pudieran devolverme la vida de Carlitos, pero no me la puede dar nadie”, se resignó.

La misma desazón pudo verse en los rostros de los cientos de vecinos que se manifestaron para exigir “Seguridad” y “Justicia” frente a la Municipalidad de Tres de Febrero.

Cada vez más, la Provincia y el país parecen zonas liberadas para el delito. Y la seguridad, apenas un lujo reservado a quienes viven en barrios cerrados. Sin embargo, nadie está exento: el trabajador o estudiante que tiene que ir al centro de la ciudad a desempeñar su tarea se expone a la desgracia de la mayoría del pueblo argentino.

Mientras, oficialismo y oposición se pierden en debates como el aborto o los tarifazos, que son importantes, pero hoy no alcanzan para resolver los problemas estructurales de la Argentina.

Falta, como en el ámbito económico, un plan estratégico que ataque la inseguridad, que genere empleo y educación allí donde mandan la droga o la trata de personas.

Hay dos caminos. Uno, urgente: profesionalizar a las fuerzas de seguridad, dotarlas de armamentos e instrucción. El otro: una profunda reforma legislativa, para que quien mate no conozca otro lugar que la prisión.

Sabemos que los problemas no empezaron con Cambiemos, que el narcotráfico se instaló con Eduardo Duhalde, se acentuó con Carlos Menem y los Kirchner. Pero la gente votó por un cambio profundo que, a la luz de los hechos, todavía espera.