Barreda en su laberinto: el odontólogo y la casona de la masacre, 20 años después

Trama Urbana

15/11/2012 - 02:03hs

En la cena, Barreda reconoció que había hablado con su abogado para ver qué podía hacer con su vieja casa. 

-No entiendo por qué te sacan la casa si ya cumpliste la pena -opinó Berta.

 Barreda le gritó:

-¡No tiene nada que ver la condena penal con la parte civil!

-Pero, Ricardo, ¿quiénes son ellos para sacarte tu casa? ¿Por qué no te la dan? Esa casa fue la sangre de tu vida, laburaste toda la vida para tenerla. Es un atropello lo que te hacen. Cómo te la van quitar. Tenés que pelear por eso. Pero solo no vas a poder. Y cuando te digo que no vayas tanto a La Plata, te lo digo por tu bien. Te pueden hacer algo. Fueron muy malos todos con vos. Si fueran otra gente, los que vivían enfrente de tu casa te estarían ayudando. Ahora la deben estar gozando. No vayas más a La Plata, no te muestres. El vecino ese que tenías, me decías que era un hijo de puta que le calentaba la cabeza a tu mujer. Cornudo de mierda ese tipo.

-Ella tiene miedo de que cuando viajo a La Plata alguien intente tirarme del tren o me empujen o me puteen. Pero no es así. Es más, mucha gente me pregunta: “Dígame, ¿usted es Barreda?”. “Así dicen”, digo yo. “Ah, me pareció que era usted, lo felicito, Barreda”. Y se van después de decirme: “Siga bien, cuídese”. Yo creo que no es para felicitar. Fue el peor acto de mi vida.

-Hay de todo -dijo ella.

-La cárcel es durísima. Vi cosas terribles. Miren -pide Barreda mientras estira los brazos.

Trato de ver alguna cicatriz o marca.

-¿Qué pasa, viejo? ¿Qué nos querés mostrar?

-¿No te das cuenta? ¡Mirá!

Yo tampoco me daba cuenta de lo que quería decir. Pero sólo retaba a Berta.

-¿No ves? Hablo de la cárcel, de la gente que vi morir al lado mío y se me pone la piel de gallina y se me erizan los pelos.

Volví a mirarle los brazos, que seguían extendidos, y era cierto.”

Extracto del libro Conchita, el hombre que no amaba a las mujeres, del escritor y periodista Rodolfo Palacios.

Ricardo Barreda y la casona de 48 entre 11 y 12 son los vestigios -o sobrevivientes- de aquella masacre de la que hoy se cumplen 20 años. Y en su devenir, el tiempo no fue bueno con ellos. El odontólogo que ahí mató a escopetazos a su mujer, sus dos hijas y su suegra, acusa ya 77 y algunos problemas de salud que lo mantienen encorvado, aunque no inmóvil. De eso, nada. Desde que obtuvo la libertad condicional, en marzo de 2011, todos los días a las 9 de la mañana deja el edificio de Vidal al 2300, en el barrio de Belgrano, para encarar largas caminatas por las calles porteñas. Anda en subte, saluda a la gente que lo saluda y hace que no ve ni escucha a quienes lo insultan, que no son tantos como la lógica indicaría, pero que los hay, los hay. 

El barrio en el que recaló de la mano de su novia Berta “Pochi” André lo adoptó rápido como a uno más y cada vez son más los que no sienten ni un poquito de fascinación morbosa por esa historia que pasó cuando ni siquiera habían nacido.   

Veinte años no es nada, dice el tango. Y puede ser, pero para la casa que nadie dejó de mirar después del 15 de noviembre de 1992, la humedad, el calor, la tierra, el viento, los grafitis (a favor y en contra) y hasta las ratas hicieron estragos. Operadores inmobiliarios de la ciudad calculan que el valor original de la propiedad rondaría los 350 mil dólares, pero su historia y el abandono la habrían devaluado en un 20%. 

Según Rodolfo Palacios, que mantuvo varias entrevistas con él y Berta en el departamento que comparten, Barreda “está desesperado por recuperar esa casa, porque quiere vivir ahí, ejercer ahí. El viaja a La Plata casi todas las se-manas para recuperarla, aunque yo creo que ya está perdida”.

Es que el Senado bonaerense podría votar hoy la expropiación de esa casona para convertirla en un centro local en el que se trabaje contra la violencia de género. La iniciativa propuesta por el Instituto Nacional de Hombres Contra el Machismo (Inahcom) y presentada por el diputado provincial Gabriel Bruera ya obtuvo media sanción en Diputados.   

El Iinahcom y Casa Abierta María Pueblo convocaron “a participar de esta sesión histórica, ya que será la primera vez en el mundo que se expropia un inmueble en donde ocurrieron múltiples femicidios para transformarlo en un centro de vida, amor y lucha por la igualdad de derechos entre los géneros y contra la violencia machista y sexista”. Está previsto que la sesión empiece a las 14, pero desde la Legislatura algunos voceros dijeron no estar tan seguros de que el “tema salga”. 

En otro tramo de su libro, Palacios reproduce este diálogo entre Barreda y Berta:

“La gente te tiene que apoyar para que recuperes tu casa porque es injusto que te la hayan quitado. ¿Lo hacen con todos los presos? No lo hacen. Lo hacen por vos por tu mala fama.

-La gente no sabe un carajo y no le importa una mierda lo que me hagan.

-Pero la necesitás a la gente, puede llegar a saltar por vos.

-¡No! ¡No van a saltar! Son hipócritas.

-Yo lucharía de sol a sol y prendería fuego para que hagan una marcha a tu favor.   

-¿Qué vas a prender fuego si no sabés encender un fósforo?”

El escritor resalta el maltrato del odontólogo hacia esa mujer que lo conoció una mañana en la Unidad 9, a donde empezó a ir para visitar a los hermanos de un exnovio y siguió yendo porque le hacía bien, a ella y al resto. No tardó mucho en convertirse en la novia de Barreda y no dudó nada en alojarlo con ella cuando la Justicia le dio el arresto domiciliario. 

Palacios se pregunta “por qué (Pochi) está con Barreda, con ese maltrato que puede haber en cualquier matrimonio de veinte años, pero es maltrato al fin”. 

“El conchita no va a limpiar la entrada”

Domingo 15 de noviembre de 1992. En la elegante casona de la calle 48 n° 809, Gladys Elena Margarita MacDonald termina de almorzar junto a su hija Adriana. La madre de Gladys, Elena Arreche, lee en el dormitorio de la planta alta. Cecilia Barreda se está preparando para salir con su novio. 

El odontólogo Ricardo Barreda entra al comedor. Le dice a su esposa que va a pasar el plumero en el techo porque “está lleno de insectos atrapados que causan una mala impresión”. O si no, que va a “cortar y atar un poco las puntas de la parra”.

Gladys le dice: “Andá a limpiar, que los trabajos de conchita son los que mejor te quedan, es para lo que más servís”.

“El conchita no va a limpiar nada la entrada. El conchita va a atar la parra”, se rebela él. Va hasta el bajo escalera, supuestamente a  buscar un casco, y  toma la escopeta Víctor Sarrasqueta de dos caños que le había regalado su suegra. “Sentí como una fuerza que me impulsaba a tomarla”, recordaría después. Y la toma.

Va hasta el comedor diario. Gladys recibió dos escopetazos: uno en el pecho y otro en el estómago. A Adriana, de 24 años, dos disparos le destrozan el pecho y un tercero el cuello. “Caen. Cargo la escopeta y vuelvo a disparar contra ellas. Oigo que baja mi suegra. Aparece por el pasillo y cuando está a la altura de la puerta del comedor, vuelvo a disparar. Dos veces. Veo a Cecilia bajar corriendo por la escalera. Me grita: “¿Qué hiciste?”, y creo que también “hijo de puta”. Le disparé cuando estuvo a tres metros. En ese momento sentí sensación de alivio, de liberación y de que había hecho justicia”.

Fue a Punta Lara, se descartó de los cartuchos, pasó la tarde con su amante en un hotel y por la noche volvió, simuló la escena de un robo (olvidó guardar un fajo de billetes) y llamó a la Policía. Durante nueve días jugó el papel de viudo que recibía condolencias. Al décimo día, el subcomisario Angel Nicolás Petti le dijo: “Vos las mataste”, tendiéndole una suerte de coartada: “Te volviste loco y las mataste... Perdiste el control. Te tenían cansado y no supiste lo que hacías...”.

“Siente un profundo desprecio por su novia Berta”

Los primeros defensores del odontólogo convocaron como perito de parte al psiquiatra forense Miguel Maldonado. “Lo encontré muy tranquilo, casi preguntándose por qué estaba detenido. De no ser por la gravedad del hecho, diría que la actitud era casi bizarra”, recordó ayer cuando Trama Urbana le preguntó sobre aquella primera entrevista. Fueron unas “cinco o seis de entre una y dos horas de duración cada una, hasta que se sumaron otros peritos”, agregó.

“En esos encuentros me contó muchas cosas, sobre todo del sufrimiento que le habían provocado esas mujeres. Nunca mostró arrepentimiento y sigue convencido de que lo que hizo estuvo bien”, resaltó Maldonado, confirmando que el odontólogo se molestó con la estrategia de plantear la inimputabilidad, “porque insistía en que los jueces tenían que entender que el enfermo no era él, sino ellas”.

“El ahora hace una vida normal, su única cuestión es el desprecio que siente por su novia, a la que le dice chochán. Tanto, que cuelga enfrente suyo papelitos con publicidades de prostitutas”, refiere el especialista, pese a lo cual cree poco probable que con “Pochi” pueda repetirse la historia.  

La entrevista con Trama Urbana
“Fue la reacción de la gota de agua que desborda el vaso”

Son muchos los que al cruzarse con Barreda por la calle le toman una foto para subirla a las redes sociales y dejar sentada su postura, que es para lo que sirven, en definitiva, esos sitios.

La última aparición mediática fue el 8N, cuando el odontólogo salió a cacerolear por el 82% móvil. 

“No me gusta Cristina, pero Macri tampoco”, suele aclarar Barreda.

Ya no quiere hablar de los crímenes, o mejor dicho le incomoda que le pregunten por lo que hizo hace veinte años. 

En 2001, alojado en la Unidad 9, sí respondió sobre la masacre en la primera entrevista que dio a un medio gráfico. Fue con Trama Urbana. Y estas, algunas de las respuestas. 

-¿Alguna vez se separó de su mujer?

-Nosotros estuvimos divorciados. No me acuerdo cuánto tiempo, porque pasaron muchos años. Se vendió una propiedad que teníamos en la calle 45 entre 10 y 11, se dividió todo, se estableció una cuota alimentaria, un régimen de visitas... Con las obligaciones mías siempre cumplí. Del uno al cinco religiosamente pagaba las cuotas alimentarias... pero el régimen de visitas nunca se cumplió (con tono irónico). Las nenas eran chiquitas, tenían 7, 8 o 9 años. No me acuerdo, yo para los tiempos soy... Aparte han pasado tantos años, y hay cosas que yo creo que subconscientemente uno las quiere borrar. En ese momento pensé: la situación está mal, nos separamos, y me quedan mis hijas. ¿Qué haré con mis hijas? Bueno, las sacaré a pasear, las llevaré al zoológico, a un espectáculo, las llevaré al cine. Ni las pude llevar al zoológico, ni al cine, ni a pasear. El régimen de visitas se cumplió una sola vez, las otras fueron maniobras dilatorias. Se ve que las chicas querían salir y de atrás les decían que no. Las predispuso en mi contra.

-¿Por qué volvió?

-Yo creo que uno de los determinantes importantes fue el no cumplimiento del régimen de visitas. Porque que la relación se haya interrumpido es una cosa, pero las hijas no nacieron por generación espontánea, son tanto de uno como de otro y siempre se planteó el campo de batalla por arriba de las hijas. Me acuerdo de una cosa que me duele mucho: cuando las iba a buscar, las chicas venían corriendo para darme un beso. Un día fui... Estaba con zapatos de goma. Entré, salí y cuando volví otra vez, la escuché a la madre de ella diciéndole a las chicas: “En vez de darle un beso, lo que tienen que hacer es escupirle en la cara”.

-¿Por qué no habló con sus hijas cuando crecieron?

-Cuando usted realiza un lento trabajo de socavación o inculcación de sentimientos, es muy difícil borrarlo después. Es como una planta, si usted la hace crecer torcida, cuando la quiere enderezar no es sencillo.

-Inmediatamente después de los crímenes, usted montó una coartada. ¿Por qué lo hizo?

-Tuve miedo... Aparte, yo no monté una coartada, me fui y no volví hasta la noche. Y después llamé a la Policía.

-Durante esas horas, ¿en qué pensaba?

-Es que no pensé nada, hice un periplo, una vuelta que no puedo precisar en este momento. Fui al cementerio, al zoológico. Reaccioné al día siguiente. Hay una especie de nebulosa, como un gran vacío, ¿vio?

-En el juicio oral usted adoptó una postura clara: la de plantarse y decir yo hice esto y no me arrepiento. ¿Eso cambió?

-Es una cosa que internamente uno va decantando. A veces se da cuenta de que cuando uno actúa llevado por la ira o por sentimientos que se dan en un determinado momento, no siempre las cosas son como tendrían que ser. Hay situaciones que se vienen prolongando desde hace muchísimos años y usted me dice: ¿cómo puede ser que reaccione de esa manera? Es la reacción de la gota de agua que desborda el vaso.