Señora presidenta: no aclare, que oscurece

EN FOCO

Ni siquiera un niño de cinco años puede creerse que, luego de más de una década en el poder, la presidenta Cristina Kirchner recién ahora se dio cuenta de que existen mafias en los servicios de inteligencia y que ese sistema requiere ser transparentado. Este parece ser el principal argumento esgrimido anoche por parte de Cristina,  quien en cadena nacional anunció la convocatoria a sesiones extraordinarias a su escribanía, mejor dicho al congreso nacional donde el oficialismo tiene una cómoda mayoría, para tratar la creación de una nueva agencia de inteligencia que reemplace a la ex Side.

El mensaje de la primera mandataria estuvo acompañado de una nueva puesta en escena: CFK se mostró en una silla de ruedas para intentar generar compasión. En rigor, la presidenta sufrió apenas una fractura de su tobillo, a finales del año pasado.  El intento de victimización de la primera mandataria es más que evidente, como también lo es la necesidad que tiene la Casa Rosada de encontrar un culpable que encaje a la perfección con el relato que apunta a instalar  que la muerte de Nisman fue un complot. Diego Lagomarsino, amigo del fiscal de la causa AMIA, quien fue quien le suministro el arma calibre 22, parece tener todas las fichas. Y por eso CFK ayer lo nombró, reiteradamente, en su discurso.  

Lo que no dijo Cristina es que la Secretaría de Inteligencia depende orgánicamente de la presidencia de la Nación que es donde salen los fondos reservados y el presupuesto que se destina a financiar el accionar de los espías que, durante la mal llamada década ganada, sólo sirvieron para hacer operetas, pinchar teléfonos y perseguir a opositores y críticos a la gestión K. Mientras tanto, el país se sumió en la más absoluta indefensión, con bandas de narcotraficantes y del crimen organizado que ingresaron y se instalaron a lo largo y ancho del territorio nacional, aprovechando fronteras convertidas en coladores.

Debido hay un fiscal federal de la Nación que está muerto y ello derivó en una crisis política e institucional que pone en jaque a su gobierno,  Cristina intentó salir de la tormenta recurriendo a un gatopardismo extremo, cambiando algo para que en realidad nada cambie. ¿Qué tipo de solución puede constituir la disolución de la ex SIDE, transfiriendo a la Procuración –cuya titular responde sin cortapisas al kirchnerismo- las facultades para hacer escuchas y espiar a la ciudadanía? Nada bueno se puede esperar. Es más, en caso de que el congreso sancione esta reforma, lo que viene puede ser mucho peor. ¿El motivo? Alejandra Gils Carbó, desde que asumió como procuradora, demostró ser un delfín de la presidenta. Nombró a dedo fiscales que reportan a La Cámpora y a la Casa Rosada, para frenar las denuncias penales que complicaban a Cristina y a sus aplaudidores. Un claro ejemplo son las causas por lavado de dinero que involucran a Lázaro Báez, presunto testaferro de la familia presidencial, a quien –deliberadamente- un alfil de Gils Carbó llamado Carlos Gonella se negó a incluir en las investigaciones judiciales cuando estalló el escándalo de la ruta de dinero K.

Asimismo, del propio anuncio de la presidenta se desprende que el aparato de inteligencia militar que comanda el general César Milani, sindicado por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura, se verá fortalecido.  La presidenta no hizo mención en lo más mínimo a esa área del Ejército que está seriamente sospechada de haber hecho espionaje interno a favor del gobierno nacional. De hecho, mientras las estructuras de las fuerzas armadas se derrumban por falta de presupuesto, al punto que actualmente tiene un poder de fuego que apenas duraría dos horas en una contienda bélica, Milani en los últimos años recibió millonarios recursos para hacer inteligencia interna. Algunos números hablan por sí solos: el presupuesto 2015 contempla un aumento presupuestario del 31,8% (el doble que el asignado a la ex Side) para el aparato de espionaje que controla el militar represor, que embolsará una caja de $586 millones que podrá utilizar sin ningún tipo de control.

La muerte del fiscal Nisman lo que hizo fue destapar la caldera del diablo, mostrando de la forma más cruda cómo un gobierno que supo tener el voto del 54% de la ciudadanía, dilapidó la confianza popular. Y todo por el vil metal, profundizando la infame entrega que se hizo durante el gobierno menemista, que tuvo a Néstor y a Cristina Kirchner como alumnos destacados. En ese sentido, mientras que en su discurso de ayer la presidenta remarcó que en los ´90 fue crítica de la investigación y de la causa AMIA, que luego fue anulada por la Corte Suprema de Justicia, en esa misma época tanto Cristina como su marido –que era gobernador de Santa Cruz- acompañaron a Menem en todas sus privatizaciones e infames negociados. Formaron parte del mismo partido político, fueron en las mismas boletas y cuando le tocó llegar a la Casa Rosada, le garantizaron absoluta impunidad al riojano, que ahora le aprueba todas las leyes en el Senado nacional. Es más, es muy probable que Menem vote positivamente el proyecto anunciado anoche por la presidenta.

El kirchnerismo y el menemismo son astillas del mismo palo. Son parte del proceso político que ha llevado a que la Argentina, que tiene todas las potencialidades para ser una gran nación por sus abundantes recursos naturales, hoy sea un territorio que, según la Iglesia, tiene más de 10 millones de pobres e indigentes.  

Este ciclo se agota. Y lo hace de la peor forma: con sangre en las manos, en medio de una guerra entre mafias vinculadas al poder político que nos tiene de rehenes a todos los ciudadanos que, cada vez con más fuerza y determinación, reclamamos un urgente cambio de rumbo y de conducción.

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