Se cierra la semana en la que Argentina fue campeón del mundo en Catar, un país lleno de misterios y poderío económico que pretende convertirse en potencia mundial en los próximos ocho años.
Por Juan Pablo Ferrari
Con apenas 51 años de independencia, Catar dejó una imagen de un joven y pujante país ante los ojos de todo el mundo, que siguió el Mundial de Fútbol desde el 20 de noviembre hasta el 18 de diciembre.
Con menos de tres millones de habitantes, pero con una capital imponente y majestuosa por los lujos y los edificios luminosos, la familia Al Thami, del emir que condujo los destinos del país en los últimos años, impulsó el programa denominado Catar 2030.
Se trata de un proyecto de construcción literal de un país nuevo, para el cual convocan a profesionales de la medicina de todo el mundo, construyen escuelas y universidades y apuntan a una extensión del número de la población de casi tres millones a cinco dentro de ocho años.
Sobre la base de la explotación de los recursos naturales, Doha se levantó y se aggiorno en el medio del desierto como una de las metrópolis más modernas o vistosas del mundo.
En la capital catarí viven médicos cubanos, hay mano de obra africana y, por sobre todo, muchos comerciantes que llegaron desde India, Bangladesh u otras naciones encontrando una mejor calidad de vida.
La mayoría de la población son extranjeros no nativos que fueron convocados y se fueron mudando de otras naciones con la premisa de formar una familia y engrosar la densidad poblacional con nativos.
Un chofer de Uber, por ejemplo, gana unos 2.000 dólares al mes y tiene el privilegio de trabajar en cómodos autos propios que no cuestan menos de 20.000 dólares.
El rubro del transporte público para los choferes de aplicaciones o de taxis es uno de los más rentables, sobre la base de que la gasolina es muy barata en comparación a nuestro país: el litro de nafta cuesta 20 pesos (haciendo el cambio de moneda), por lo que llenar el tanque en Catar para un argentino no demandaría más de 1.200 o 1.500 pesos. Un valor que es equivalente a una carga del tanque de GNC para muchos taxistas o remiseros de La Plata.
Los cataríes explotan el petróleo como el agua, y por ende en las afueras de Doha, saliendo a no menos de 20 kilómetros del centro de la ciudad, pueden verse los enormes pozos de petróleo y también las refinerías para procesarlo.
El agua que sale de las canillas de las piletas de las casas o de los baños es reciclable, por lo que no hay desechos que regresen al mar. Se toma el agua del mar, se pasa por una planta potabilizadora previo paso a mandarla a las casas. Una vez que las personas le dan uso en sus viviendas, el agua va a una red cloacal en la cual una empresa de origen holandés se encarga de separar los desechos del agua que incluso se usa en el inodoro del baño y el resto del agua la regresa al mar.
Los residuos se tiran y así comienza otra vez el proceso de recepción de este mineral desde el mar hasta los hogares.
Todo está pensado para que funcione: desde el horario del Metro hasta la sincronización de los semáforos, pasando por las luces que se encienden de forma automática cuando se hace de noche.
Tan avanzados están los cataríes que estiman que después de 2030 comenzarán lentamente a agotarse los recursos naturales con la explotación del petróleo en este país y se estima que para 2070 prácticamente será imposible seguir sustentando la economía del país en el petróleo o los combustibles.
Para entonces, piensan en convertir al país en un centro de convenciones internacionales, sobre la base que ya se construyó y que se continuará armando en los próximos ocho años de forma programada y sostenida. Y para hacerlo, nada mejor que mostrar las cualidades y virtudes de Doha a través del Mundial de Fútbol primero y en un futuro no tan lejano la organización de los Juegos Olímpicos.