Reabre el Select con un gran abanico de propuestas
01/06/2017 - 03:02hs
El realizador vino al país a presentar su última película, una comedia negra llamada El bar. Habló de sus fuentes de inspiración, de su ídolo Martin Scorsese y de la influencia que tuvo en su cine el filósofo francés Michel Foucault
Fanático de las historietas, licenciado en Filosofía por la Universidad de Deusto, Álex de la Iglesia llamó la atención de Pedro Almodóvar en 1991 con el cortometraje Mirindas asesinas. A partir de entonces, comenzó su carrera cinematográfica con Acción mutante (1993), y dos años después el mundo se rendía ante él. Con El día de la bestia ganó el premio Goya a la dirección. Realizó Muertos de risa (1999), La comunidad (2000), Crimen perfecto, entre otras, y hasta un documental sobre Lionel Messi (2014).
El nacido en Bilbao hace 51 años vino al país a presentar su última película llamada El bar, una comedia negra en la que un grupo de personas absolutamente heterogéneo desayuna en un bar en el centro de Madrid, y uno de ellos, al salir por la puerta, recibe un disparo en la cabeza, sin que nadie se atreva a socorrerlo. A partir de entonces comienza una especie de experimento social involuntario. El filme cuenta con la presencia del intérprete argentino Alejandro Awada en el reparto.
En una charla con este medio, el realizador, que ganó en el Festival de Venecia el León de plata a la dirección y la Osella de oro por el guión de Balada triste de trompeta (2010), analizó esta pieza audiovisual, sus personajes y sus influencias a la hora de trabajar.
—En tus películas hay una indagación sobre la condición humana. Una vez que finalizaste El bar, ¿pudiste vislumbrar de qué estamos hechos los seres humanos?
—Me parece muy pretencioso pensar que hay una indagación en mi obra. Es cierto que en mis películas se refleja una cierta angustia sobre cómo es la vida, pero yo creo que la tenemos todos. Lo que pasa es que quizá tengo la oportunidad de plasmarlo en mis filmes. De una manera preocupada por el entretenimiento y la diversión, intento preguntarme por qué mier... nos ha tocado todo esto (risas). De esta forma surge el drama y, a la vez, la comedia. Nosotros aceptamos cualquier teoría o hipótesis antes que el sinsentido, porque es insoportable. Así, somos capaces de crear cualquier cosa: dioses, demonios, sistemas, illuminatis, gobiernos, extraterrestres, terroristas, conservadores, liberales, todo lo que sea necesario para que haya algo o alguien que sea culpable. Hay una necesidad de buscar culpabilidad en el otro y eso es muy gracioso.
Mis personajes prefieren pensar que el mundo es un escaparate. Ellos están muy a gusto porque se encuentran en un bar y el enemigo está afuera, cuestión que es fantástica. Lo mismo que ocurre cuando ves una película o el noticiero, todo lo que pasa está más allá, en otro lado. Existe algo que te separa y eso genera una tranquilidad necesaria, lo que acredita que acá está todo bien y afuera están los locos. La vida no es algo que ocurre delante mío, es algo que provoco y si cambio de vida, el espectáculo será diferente aunque no lo queramos reconocer, ni tengamos la valentía para hacerlo.
En El bar los personajes piensan que el enemigo está afuera, hasta que se dan cuenta de que esta teoría no funciona. Comienzan a creer que lo que sucede es por algo que está ahí adentro, tienen miedo y el mundo como tal ya no existe. Allí bajan a un segundo nivel, al almacén del edificio, que sería una especie de purgatorio, y se limpian de algunos sentimientos y falsas apariencias. Entonces descubren que el enemigo está entre ellos, en el mismo grupo. Se empiezan a conocer y pasan a una tercera fase que son las alcantarillas: un agujero demoníaco donde cada uno se encontrará consigo mismo. Lo que quiero contar, al final, es que el enemigo siempre es uno mismo.
—¿Cuáles son tus fuentes de inspiración?
—Son los cómics, lo infantil, la filosofía idealista. Me interesa mucho Michel Foucault, cómo fluctúa un discurso, Ásterix y Óbelix, sobre todo este último, que es feliz y no se da cuenta de que es gordo. Todo esto forma parte de mi cabeza y de la realidad, porque no creo que sea todo eso tangible que tenemos alrededor, eso que nos duele. El criterio de validación de la existencia de algo tiene que ver con el dolor que nos provoca.
—¿En qué momento comenzaste a pensar este filme que transcurre dentro de un bar?
—Jorge Guerricaechevarría (el guionista) y yo pensamos esta historia hace mucho tiempo. Lo que sucedía es que no encontrábamos el motor del conflicto, una razón por la que los personajes, de pronto, se sintieran aterrorizados desde un punto de vista metafísico. Cuando en España vivimos la llegada de un enfermo de ébola, nos preguntamos qué diablos era esto. Voy a contar un caso concreto: tengo una amiga que es médica y trabajaba en el hospital donde estaba el famoso caso que infundió un miedo terrible a todos los españoles. Hablábamos de que no sabíamos manejar el correcto vestuario para no infectarnos, el hospital no tenía las condiciones necesarias para atender esa enfermedad y los médicos fueron muy competentes en esa ocasión. Mi amiga me contaba todo lo que sucedía y la gravedad del caso. En un momento nos íbamos a despedir y evité el saludo, entonces me cuestioné cómo era posible que fuera tan cobarde. Pensé para qué iba a darle un beso. Ahí concluí que había encontrado la película y que yo era un miedoso.
—Uno de tus ídolos es Scorsese y en Taxi Driver habla sobre lo putrefacto de la sociedad, ¿cómo relacionás esto con El bar?
—Es mi ídolo y es el mejor director de cine vivo. Sus maneras de contar historias son únicas y excepcionales. Lo que tiene de extraordinario su trabajo es que nos atrae por la potencia narrativa y el hecho de que ubica al espectador en un lugar moral donde no se siente a gusto. En principio no queremos estar del lado del malo, pero Scorsese nos obliga. De repente nos hace ver qué maravilloso es ser malo, qué increíble es ser una persona viciosa y demente como Leonardo DiCaprio en la gloriosa y espectacular El lobo de Wall Street, entonces disfrutamos del mal. Que Dios bendiga a Martin Scorsese por siempre, porque me hace sentir y conocer vidas que no he experimentado jamás, ni tendré el valor de hacerlo. Estás ahí metido, cuando la película acaba, te castiga y te dice “mirá a dónde te lleva todo esto”, te quedas en un pozo. Haber disfrutado de todo eso te lleva al infierno o a la perdición, incluyendo un epílogo como en Casino o Buenos muchachos, donde te cuentan que merece la pena.
—¿Cuál es la crítica que hacés con tu obra?
—Recuerdo unas declaraciones que hizo David Lynch con respecto a El hombre elefante. Le preguntaron a favor de quién estaba en la historia y el cineasta respondió: “A favor del carnicero que tortura al hombre elefante”. Creo que es una pose y no es cierto. De igual forma, en mi caso, mi respuesta concreta es que el personaje más honesto es el homeless (sin techo) que está acostumbrado a vivir en el infierno, está todo el día en el nivel tres, en las alcantarillas. No miente y no tiene inconvenientes en decir lo que piensa. Además, es una persona que en las situaciones críticas se defiende mejor. En cambio, todos los demás personajes solo tienen sus personalidades y están más que desvalidos en el fondo del agujero.
—¿Tus películas se proponen desafíos técnicos?
—Lo más bonito es jugar. Hay un momento en el que la labor como director se divide entre una historia de amor con los actores y un juego con uno mismo estableciendo piezas como si jugaras al Monopoly. Mover las fichas de las que te enamoraste en la partida es apasionante y divertido. Sobre todo porque, en un entorno tan cerrado, el movimiento esencial para que la película funcione será cada vez más complicado. Entonces puse todas las paredes móviles, y esto supuso un reto que tomamos todos con cariño. En el fondo somos un grupo de gente pasándola bien.
Fue muy divertido esforzarnos para que la película saliera correctamente. Algunas veces, el cámara me decía “no la compliques tanto” y eso le generó libertad a los actores para que se movieran como quisieran, ellos dieron lugar a multitudes de campos. Trabajé con el equipo de toda la vida, entendimos que en una película el que sabe más es el que reconoce los errores a tiempo. Son cosas que hay que admitir y aceptar.