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Empezó a escribir a los 40 años, y su obra hecha con personajes extremos fue validada por numerosos premios. A pesar de ello, nunca abandonó su profesión de terapeuta.
22/06/2022 - 00:00hs
Un ensayo titulado Carta a un joven caballero que quiere dedicarse a las artes, Robert Louis Stevenson afirma que los artistas, y entre ellos menciona también a los escritores, tienen que trabajar con el candor de los niños cuando juegan y el ardor de los cazadores tras la presa. Esa fue una de las primeras indicaciones que Carlos Chernov siguió fielmente cuando se volcó de lleno en un universo tan deslumbrante como inabarcable: la literatura. Así comprendió que uno tiene que ser como un cazador, obstinado, duro, paciente, acechante de las palabras, pero también tiene que dejar un espacio para jugar en el sentido de creer en lo que hace.
Nacido en Buenos Aires en 1953, comenzó a escribir poesía en la adolescencia y continuó haciéndolo mientras cursaba la carrera de Medicina. De aquella etapa data su único libro de poemas, Movimientos en el agua, que aún permanece inédito. A pesar de tener una profesión tan definida y bien encaminada como el psicoanálisis, pronto Chernov dio un salto a otra profesión donde sus probabilidades eran inciertas. Y, a partir de ese momento, su vida cambió para siempre. Durante un reportaje con la periodista Mona Moncalvillo, el escritor reconoció: “Tenía una deuda, porque en realidad había empezado antes con la literatura que con el psicoanálisis, deuda que en realidad me hacía sufrir, no estaba para nada cómodo no escribiendo”.
A pesar de no haber sido un lector sistemático ni profesional, sabía lo que le gustaba y leía mucho. Al principio, empezó a escribir en los veranos, invirtiendo su tiempo de vacaciones. Pero, como si de pronto la vida se plegara a esos días en que estuvo sentado frente al monitor despuntando aquel vicio, sintió que tenía que dedicarse seriamente a la literatura. En 1992, cuando ganó el premio del Concejo Deliberante por su primer libro de cuentos, Amores brutales, lo llamaron Abelardo Castillo y Daniel Guebel a la una de la mañana para preguntarle quién era, porque aún no lo conocía nadie. En ese concurso, Chernov había firmado con el seudónimo “Si supieras quién...”, porque no terminaba de tomar en serio las posibilidades de su escritura ni de futuro en el mundillo de las letras. Lo cierto es que el hecho de provenir del psicoanálisis y hacer de la literatura un divertimento le dio una libertad que supo aprovechar mejor que ninguno.
No obstante, con el tiempo comprendió –aunque parezca una obviedad– el profundo amor por las letras que tenían Castillo, Guebel y otros tantos escritores argentinos, y sobre todo los sacrificios terribles que habían hecho para sostener ese amor. “Me refiero a su confort, a su vivir burgués, que lo tienen bien poco en general; resignaron muchas cosas materiales para sostener su arte, como uno escucha con respecto a la bohemia, de gente que se dedicó exclusivamente al arte”, dijo Chernov.
El psicoanálisis y la literatura resuenan sutilmente uno en otro, se suceden con variantes sobre una línea de continuidad. Se suelen hacer ciertas homologaciones, a veces un poco fáciles, entre ambas disciplinas, y se afirma que Sigmund Freud se nutrió de los grandes arquetipos literarios, de Shakespeare, Hoffmann o Dostoyevski. No obstante, para Chernov es imposible conjugarlas: son prácticas distintas, pero que ambas confluyen en lo que André Gide denominaba “estado de gratuidad”, como si estuviese en la adolescencia, donde potencialmente uno puede seguir carrera u oficio, o puede ser cualquier persona. En ese sentido, según Chernov, un escritor tiene que ser cualquier personaje, en tanto que un psicoanalista tiene que poder reflejarse en cualquier paciente. En síntesis, alcanzar la virtud de meterse dentro de la historia del otro.
La obra de Chernov está traducida al inglés, italiano, francés y húngaro, y figura en diversas antologías. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de sus colegas, nunca soportó el duelo de abandonarlo todo por su oficio (en su caso, dejar de ejercer como psicoanalista): “Si me quedara solamente con la literatura, correría el peligro de volverme abstracto e insustancial”.