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cienciaEn 1965, el célebre director rodó una película en España, y entre los extras contratados había un cantor catalán que recién había grabado su primer disco simple.
12/11/2022 - 00:00hs
Orson Welles estaba obsesionado por un personaje de Shakespeare, John Falstaff, que aparece en varias obras: Enrique IV, Enrique V, Las alegres comadres de Windsor y Ricardo III. Consideraba a ese personaje “la más grande creación de Shakespeare”. Quería interpretarlo él. No se decidía por la locación. Hasta que en un viaje a España descubrió que ese era el lugar ideal para ambientar la historia, y se lanzó a filmarla, en blanco y negro, logrando hacer una de sus grandes películas, que alcanzaría reconocimiento en muchos festivales, entre ellos el de Cannes de 1966.
Shakespeare era uno de los autores de cabecera de Orson Welles, creía que el autor inglés había dado con muchas de las claves profundas de la condición humana. En 1937 su compañía Mercury Theatre hizo la versión teatral de Julio César, pero sería en cine donde Welles recurriría una y otra vez al bardo de Avon. En 1948 estrenó Macbeth, considerada la mejor adaptación cinematográfica de la obra, y en 1951 acometió el muy difícil proyecto de contar la historia del moro de Venecia, pero la filmación de Otelo debió suspenderse por la bancarrota del productor, y recién pudo recuperarse en 1992, gracias a Beatrice, la hija de Welles.
El título de la película que el director decidió filmar en España procede de Enrique IV, donde Falstaff afirma: “Nosotros oímos las campanadas a medianoche, maese Shallow”. Estaba convencido de que era su mejor película, la que lo había comprometido por entero como realizador. Dijo en una entrevista: “Si tuviese que entrar en el cielo solamente por una película, esta es la que presentaría”. Por su parte, el crítico del The New York Times Vincent Canby escribió que Campanadas a medianoche “quizá sea la mejor película de Shakespeare jamás hecha, sin excepción”.
Un año antes del rodaje, Orson Welles se había hecho amigo del productor cinematográfico español Emiliano Piedra, quien lo admiraba desde el estreno de El ciudadano. Quería cumplir su fantasía de que Welles llevara al cine La isla del tesoro. Welles aceptó con la condición de que produjera comercialmente Campanadas a medianoche. Finalmente, esa versión de la novela de Robert Louis Stevenson jamás se filmó, y Piedra estuvo de acuerdo, sin saber que Welles no tenía ninguna intención de hacerla. Casi veinte años después, Orson Welles encarnaría a Long John Silver en la versión cinematográfica de 1972 de La isla del tesoro.
El presupuesto de Campanadas a medianoche tenía un límite de 800.000 dólares. Las locaciones fundamentales fueron Colmenar, Cardona y Ávila. En la Casa de Campo de Madrid se rodó la escena del robo de Gadshill y todas las secuencias de la taberna Boar’s Head. En Pedraza se filmaron algunas escenas al aire libre, y en Soria se rodó en la nieve.
El propio Orson Welles supervisó el casting de extras. Por alguna razón, eligió a un muchachito de pelo negrísimo y patillas largas que recordaría su participación en esa película como uno de los grandes momentos de su vida: Joan Manuel Serrat. Quien sería uno de los mayores cantores populares de nuestra lengua miraba deslumbrado cada gesto, cada indicación, cada palabra de ese hombre a quien consideraría siempre uno de los mayores genios de la historia del cine. La experiencia fue tan estimulante para el por entonces joven Serrat, que intervendría en otras cuatro películas –en la mayoría de ellas como protagonista–. Pero su vocación no estaba en la pantalla grande, sino sobre los escenarios. Según sus propias palabras: “Mi mayor éxito en el cine fue mi intervención de extra durante el rodaje de Campanadas a medianoche de Orson Welles. Haber estado tan cerca de un genio es algo que me llena de orgullo”.
El amor de Serrat por el cine quedaría plasmado en la canción Los fantasmas del Roxy, dedicada a un cine que frecuentaba de adolescente para ver películas llenas de amores imposibles y pasiones desatadas y violentas. Joan Manuel fue uno de los que lloraron cuando anunciaron la demolición del cine. Pero dentro de él siguió proyectándose esa película en la que Orson Welles brilla en uno de los fotogramas con esos ojos sabios.