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Robert Louis Stevenson, además de escribir novelas inolvidables, fue un aventurero que recorrió buena parte del mundo en busca de historias.
20/09/2023 - 00:00hs
Los nativos de Samoa, donde pasó los últimos años de su vida, lo bautizaron Tusitala, “el que cuenta historias”. Eso es lo que mejor supo hacer Robert Louis Belfour Stevenson, quien nació el 13 de noviembre de 1850 en Edimburgo. Hijo de ingeniero, estudió la profesión paterna y, más tarde, siguió la carrera de leyes en la universidad de su ciudad natal. Desde niño sintió inclinación hacia la literatura, admirando al escritor más emblemático de la Inglaterra de su tiempo, Walter Scott —el autor de Ivanhoe—, cuya influencia se presiente en varios de sus relatos.
Muy tempranamente contrajo tuberculosis, por lo cual se vio obligado a partir hacia climas menos dañinos para su salud que la sempiternamente húmeda Escocia. Se volvió un viajero impenitente, siempre dispuesto a relatar sus peripecias. Su primera recalada fue en Londres, donde concibió la idea de escribir una nueva versión de las Mil y Una Noches, para lo cual inventó al príncipe Florizel de Bohemia, quien con su edecán, el coronel Geraldine, los hace recorrer disfrazados la capital de Inglaterra, corriendo aventuras fantásticas. Anduvo en canoa a través de Francia y Bélgica, lo que en 1878 refirió en Viaje al continente, más tarde publicaría Viajes en burro por las Cevannes, contando los avatares de un recorrido por las montañas del sur de Francia. Uno de sus viajes posteriores lo llevó en barco a California, donde en 1880 se casó con la estadounidense Francés Osbourne. Conoció el Far West y los campamentos mineros de California, relatando sus impresiones en La casa solitaria y A través de las llanuras. Vivía en un refugio en las montañas de Adirondack —en el estado de Nueva York—, allí lo fue a visitar el editor norteamericano S.S. MacClure, quien le sugirió dar una serie de conferencias para poder costearse la travesía que quería hacer por los mares del sur. De esa manera, este escritor errante inició una nueva aventura de la que daría cuenta en libros como En los mares del Sur , La hechicera y El diablo en la botella. Su popularidad llegaría a su cúspide en 1883 con La isla del tesoro y se reafirmaría tres años después con El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde, una historia ambientada en las neblinosas calles de Londres, en la que un científico respetado es, al mismo tiempo, la encarnación del mal. Tenía una prosa tersa, sobria, precisa, que, según Césare Pavese, sentía aversión a todo exceso romántico o sentimental.
Según Jorge Luis Borges, “Stevenson es una de las figuras más queribles y más heroicas de la literatura inglesa”, a él le dedicó largos tramos de su Introducción a la literatura inglesa, escrita en 1965 en colaboración con María Esther Vázquez en 1965. Para Borges, con Stevenson ocurre una injusticia basada en que “como a Kipling, la circunstancia de haber escrito para niños ha disminuido acaso su fama. La isla del tesoro ha hecho olvidar al ensayista, al novelista y al poeta”. Para Borges, Stevenson no escribió ni una sola página descuidada y sí muchas espléndidas. Borges leyó todo lo que Stevenson escribió, y lo admiró todo. “Sus ensayos y cuentos son admirables; de los primeros citaremos Pulvis et Umbra; de los segundos Markheim, que narra la historia de un crimen. De sus extraordinarias novelas solo recordaremos tres: La resaca, El señor de Ballantrae, cuyo tema es el odio de dos hermanos, y Weir of Hermiston, que ha quedado inconclusa. En su poesía alterna el inglés literario con el habla escocesa”. En Borges y yo, repasa las cosas que le gustan, “los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café”, y agrega “la prosa de Stevenson”, a quien considera “cierto amigo muy querido que la literatura me ha dado”.
Stenvenson continuó viajando hasta detenerse en 1889 en Samos. En esa playa de oro murió el 3 de diciembre de 1894, abatido por una tuberculosis con la que peleó durante toda su vida y que finalmente lo venció a los 44 años. Fue enterrado en la cima de una montaña, cerca de Vailimia, su hogar.