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cienciaAlejandro Romay fue uno de los mayores baqueanos de la pantalla chica de nuestro país, sabía como tocar la fibra popular y construir un éxito.
31/07/2024 - 00:00hs
En abril de 1963 Alejandro Romay accedió al Canal 9. Eran tiempos de rumores; se decía que la emisora cesaría en sus transmisiones, había huelgas (el día que asumió la dirección del canal estaba en su apogeo una jornada de lucha gremial), nadie se atrevía a apostar por el futuro de la empresa. Desde entonces, se produjo un cambio radical, Canal 9 comenzó a encabezar las listas de ratings, y la imagen del canal alcanzó una gran popularidad.
Todo comenzó en Tucumán -en donde nació el 20 de enero de 1927- cuando a los 15 años Romay -entonces estudiante de sacarotecnia y alcoholitecnia- debe pronunciar un discurso por radio sobre las elecciones universitarias. Así se ganó un puesto de locutor en LV7 Radio Tucumán. Posteriormente se relacionó con Samuel Yankelevich -hijo de un pionero de la televisión argentina-, a quien le mostró su capacidad de iniciativa al proponerle un concurso para cambiar el nombre de una radio -Aconquija por Independencia- y, cuando llega el período del servicio militar, se trasladó a Buenos Aires. A partir de ese momento su vida se volvió vertiginosa, de Radio Rivadavia salta a Radio El Mundo; una empresa -Bunge & Born- lo contrata como locutor por dos años en exclusividad; y, por fin, con un grupo de empresarios, forma la empresa aceitera La Malagueña.
Mientras se ocupaba de la publicidad y las ventas del aceite, seguía alimentando su obsesión por los medios de difusión. Se desempeñaba como programador musical de varios programas de tango, su pasión. Ya en 1958 y gracias a una licitación pública, se hizo cargo de LS10 Radio Callao, conocida luego como Radio Libertad. Después, vendría Canal 9, que quedaría para siempre ligado a su vida, y del que se volvería un símbolo.
Minucioso, infatigable, Alejandro Romay recorrió un camino que lo llevó mucho más lejos de lo que imaginaba. Con muchas ambiciones simultáneas, se volvió productor teatral, poniendo en escena obras que tuvieron enorme repercusión: El precio; El violinista en el tejado; Descienda del árbol, mi general; Hair -obra en la que se hicieron conocidos Valeria Lynch, Horacio Fontova y Rubén Rada-. Fue director del Teatro Nacional -arrasado por un incendio en tiempos de la última dictadura- y el Teatro Argentino -destruido por una bomba colocada en 1973, cuando se estrenó la obra Jesucristo Superstar-. Hizo inversiones del otro lado del océano, comprando el Teatro Nuevo Alcalá, de Madrid.
Canal 9, bajo su impulso, produjo algunos ciclos inolvidables: Los diez mandamientos (con guión de Juan Carlos Gené, que basándose en historias bíblicas se remontaba a tiempos contemporáneos), interpretado por Alfredo Alcón; Persona, programa ideado por Jacobo Langsner y Osvaldo Dragún, que tenía como eje la vida de seres anónimos que, en algún momento, llegaron a alzarse hasta la gloria, por su gravitación en los procesos históricos. El clan de David Stivel -que había dejado una huella honda en la televisión con Cosa Juzgada, llevó adelante diez emisiones especiales -con cinco autores extranjeros y cinco nacionales- basadas en la dificultosa vida del hombre en la sociedad de consumo. Pero, sobre todo, fue el verdadero hacedor de programas históricos que batieron records de rating como Almorzando con Mirtha Legrand, Sábados de la bondad, Música en libertad, Alta Comedia y Feliz Domingo.
En 1974, al expirarse el plazo de licencia por el cual se le concedió Canal 9, se radicó en Puerto Rico, donde adquirió dos canales de televisión y dos emisoras de radio. Pero nueve años después volvió a nuestro país para fundar una productora y volver a adquirir la licencia de ese canal de televisión en el que su recuerdo sigue sobrevolando con alas de leyenda.
Hacia el final de su vida, el Alzheimer, con lenta crueldad, le fue borrando en la memoria cada uno de los éxitos y las historias que nunca se cansaba de contar. Murió de una neumonía el 25 de junio de 2015.