cultura

La mujer en cuya casa nació el Siglo de las Luces

Madame du Deffand fue una marquesa con una abundante vida amorosa y un talento particular por las letras, que juntaba en su casa a los mayores intelectuales de la época.

Fue educada en la religión pero carecía de sentimientos piadosos. Se casó muy joven, sin amor, y multiplicó las aventuras galantes en los medios mundanos del París de la Regencia. Pero, hacia 1727, se cansó de la vida que llevaba, abandonó a su marido y entabló con Charles Hénault -magistrado y miembro de la Academia Francesa- una relación que duró muchísimos años. Al enviudar, reunió en torno de ella, en el departamento que ocupaba en el convento de San José, a algunas mentes esclarecidas: nobles y escritores; sociedad que le resultaba tanto o más necesaria por cuanto se quedaba ciega progresivamente. Su crónica de los acontecimientos en la corte y en su casa forma un documento fascinante y valioso.

Tenía más de 70 años cuando se enamoró locamente del joven Horace Walpole, cuyo ingenio y cultura le habían seducido, y a quien dirigió- durante 15 años- cartas a menudo dolorosa. El conjunto de su correspondencia reveló una inteligencia firme tanto en el análisis de los seres como de las obras, así como su vacío interior; apasionada por las ideas, acabó por advertir la nulidad de la vida intelectual. Hubiérase dicho que aguardaba el advenimiento de los nuevos valores que triunfarían con el romanticismo.

Su larga vida es la del Siglo de las Luces y sus célebres tertulias aminoran el efecto de una centuria cegada por la razón. La amistad con Voltaire consagró a Madame du Deffand. Craveri recorre esa relación a través de buena parte de las 600 cartas que se conservaron. El solitario de Ferney -que de solitario nada tenía- necesitaba de los chismes de madame du Deffand como el pez del agua, pues gracias a ella podía desplazarse desde lejos en la vida política y literaria de París. Auténtica traficante de información, du Deffand exigía todos los honores de parte de sus corresponsales. Y Voltaire, un tipo nuevo de intelectual, cada día menos dependiente de la Corte y sus acertijos, acabó por hartarse de ella, por lo que la ridiculizó a sus espaldas. Y la vieja, resentida, castigó al filósofo con una condena propia de su temperamento. Al sobrevivirlo, ella se negó a redactar una gran carta fúnebre en honor de Voltaire.

Entre sus frases célebres, se cuenta una: “la cena es uno de los cuatro fines del hombre; he olvidado los otros tres”. En su salón, recibía a diplomáticos de toda Europa: el barón Gleichen, Gustaf Philip Creutz, Johan Bernstorff (enviado extraordinario danés en París de 1744 a 1751) y el marqués Caraccioli (embajador napolitano de 1771 a 1781).Murió en París, el 23 de agosto de 1780.

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