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El hombre que inventó las reglas del boxeo y mandó a prisión a Oscar Wilde

El marqués de Queensberry estableció el marco en el que deben desarrollarse las peleas en un ring y tuvo un pleito que llevaría a prisión a uno de los mayores escritores del siglo XIX.

Interés General

11/05/2024 - 00:00hs

¿Existe algún gran invento que no haya sido una desmesura en el momento en que se emprendió? Hasta no haberse realizado, parece imposible a los ojos de la gente vulgar. A pesar de que el hombre utilizó sus puños a manera de arma desde tiempos inmemoriales, el boxeo se disputa oficialmente en la mayor parte del planeta según las llamadas “reglas del Marqués de Queensberry”, publicadas en 1867; no fueron escritas por él sino por John Graham Chambers, un prestigioso directivo del British Amateur Athletic Club.

Las reglas estaban diseminadas en 12 artículos que habían sido divulgados en los años previos. Para darles un reconocimiento aristocrático y facilitar su publicación fueron auspiciadas por John Sholto Douglas, noveno marqués de Queensberry, y ya no serían recordadas por el nombre de quien las ideó. En sustancia, las disposiciones fijaban el tamaño del ring (7,3 metros cuadrados); que los asaltos no podían durar más de tres minutos, con uno de intervalo; que el boxeador, que cayera al suelo o sobre una de sus rodillas, no podía permanecer en esas condiciones más de 10 segundos.

Decía Oscar Wilde que los Queensberry eran una familia de sangre maldita; que tejían con sus propias manos su mala fortuna. Efectivamente, el marqués de Queensberry era un hombre extremadamente violento. Cuenta el escritor uruguayo Homero Alsina Thevenet que tuvo cinco hijos y se peleó abiertamente con cuatro de ellos, en un caso con tanta violencia física y pública que fue arrestado por la Policía londinense en el barrio de Piccadilly. Además, el marqués se peleó con su esposa, desarrollando contra ella un terrible odio y persiguiéndola durante toda su vida. Sin embargo, la pelea más famosa fue la que sostuvo con Oscar Wilde, bajo invocaciones moralizadoras muy propias de la Inglaterra victoriana.

En 1870 nació Alfred Douglas, conocido como Bosie, el hijo preferido del marqués de Queensberry. A los 21 años, se convirtió en el amante de Oscar Wilde, quien tenía 16 años más que él. En ese momento, el escritor tenía una carrera en ascenso y una familia integrada por su esposa Constance Lloyd y dos hijos, Cyril y Vyvyan. Hasta entonces, podía decirse que era un hombre acorde a su época, que había adherido al esteticismo en la literatura y en la vida. Una vez revelado el romance, indignado ante la conducta de su hijo y tras diversos intentos por corregirla, el marqués decidió hundir a Wilde: lo acusó públicamente de “sodomita”, lo que en la Inglaterra victoriana era un delito declarado.

La réplica del escritor fue demandar al marqués por “calumnias”, aunque todo Londres ya hubiera tomado partido por su adversario. De modo que el marqués pudo presentar numerosos testigos de la conducta sexual de Wilde, en un desfile judicial que resultó particularmente ridículo. El juicio se extendió a tres instancias sucesivas y durante esas actuaciones el autor de El retrato de Dorian Grey calificó célebremente a la homosexualidad como “el amor que no se atreve a decir su nombre”. Finalmente, terminó condenado a dos años de cárcel.

Wilde nunca volvería a escribir. Llegó por entonces a una conclusión: “Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo que escribir. La vida no puede escribirse; solo puede vivirse”. James Joyce dijo sobre su caída en desgracia: “Pasó a ser el bufón de corte de los ingleses […] Su caída provocó los gozosos aullidos de los puritanos”.

Paralelamente, el marqués de Queensberry se mostró insatisfecho con la condena a Wilde y prosiguió difamándolo; esto, según- observó con agudeza Alsina Thevenet, ciertamente no era muy acorde a las reglas del boxeo, porque a esa altura su rival tenía las dos rodillas en el suelo. Cuando salió de la cárcel, Wilde ya era un hombre vencido y arruinado. Adoptó el pseudónimo de Sebastián Melmoth y se radicó primero en Francia y después en Italia. Durante un viaje a París y tras una infección en el oído, Wilde murió en la pobreza, en 1900, el mismo año en que falleció el marqués de Queensberry.

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