Un gran dilema de la ciencia
En los años 60, con la llegada del hombre al espacio, se instaló una pregunta que aún no tiene respuesta: ¿los avances científicos justifican el sacrificio de una vida humana?
CulturaGuitarrista consagrado mundialmente, este músico chaqueño conoció las luces de los escenarios europeos y también la intemperie de dormir en la calle.
19/12/2021 - 00:00hs
Nació en Machagay, Chaco, el 20 de febrero de 1909. Parece haber nacido con ritmo y musicalidad, con un sentido innato de la armonía, porque nunca estudió música. No leía ni escribía una nota, lo que no le impidió componer, arreglar, armonizar, hacer melodías y tener un ritmo endiablado admirado en el mundo entero.
A los 12 años se fue al Brasil con su padre. Los primeros tiempos fueron muy duros. Dormía bajo el banco de la plaza. Su padre se murió y él se quedó solo en Brasil. Con lo que le daban abriendo puertas de automóviles o llevando changuitos a la feria, juntó la plata para comprar un cavaqulnho. Luego, una guitarra. Y ahí cambió todo. Formó un dúo llamado Les Loups, un nombre francés que significa “los lobos”. Le gustaban los instrumentos de viento, llegó a tocar muy bien el trombón, pero se decidió por la guitarra por su armonía. “Me llega más la armonía que la melodía en sí”, dijo. Nadie ha podido explicar hasta la fecha cómo un hombre que no sabía música podía armonizar de la manera en que lo hacía. Ese es uno de los mayores misterios que ha dejado planteada su vida.
Pese a ser un músico admirado por todo el mundo del jazz, nunca pudo tocar en Estados Unidos. “Fui solo una vez y por cuatro días a Nueva York. Y no me dejaron actuar”. Tenía que ser socio del sindicato de músicos y para eso le exigían por lo menos una residencia de seis meses y recién entonces evaluaban el pedido de ingreso. “lmaginate vos que yo llevaba plata para tirar esos seis meses pero, ¿y si luego me decían que no? ¿Cómo hacía para volver a Francia habiéndome gastado todo? Me fui y nunca más volví”, relató. Una vez lo quiso llevar a Duke Ellington. Oscar Alemán estaba trabajando con Josephine Baker en el Casino de París y Ellington le pidió a ella que le cediera al guitarrista. Se negó, Oscar Alemán nunca se lo perdonó. “¡Tendría que tenerle rabia! Porque allí hubiera cambiado mi vida. Ellington me ofrecía el triple de lo que me pagaba ella y me iba a presentar mejor”, contaba. Pero Josephine tenía sus razones, la respuesta que le dio a Duke Ellington fue: “Yo tengo seis trajes de escena y puedo ponerme cualquiera... Pero no encuentro de la noche a la mañana un tipo que cante en español, en francés, en portugués y en italiano; que baile, que sea negro, que toque guitarra, cavaquinho, pandeiro, contrabajo, batería; y que además, sea buena persona. ¿Y vos me lo querés sacar ahora?”.
Sus aventuras en París
Integró la orquesta de Josephine Baker. Ella era una cantante y bailarina francesa de origen afroamericano, que ayudó a la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial y fue la sexta mujer enterrada en el Panteón Nacional de Francia. La acompañó durante cinco años, viajando por todo el mundo, tocando de fondo. “Jazz o tango o música brasilera, cubana. Una vez toqué una tarantela y se vino el teatro abajo”, declaró.
Cuando Oscar Alemán armó una orquesta en Francia, dos de sus integrantes estudiaban música con un doctor en música: el doctor Falk. Cuando había una selección de músicos para el Teatro de la Opera de París, (el equivalente al teatro Colón de Buenos Aires), y un músico resultaba elegido para integrar la orquesta, lo mandaban a estudiar con el doctor Falk. Oscar Alemán se asombraba cuando veía a sus músicos anotar números y signos matemáticos. “¿Qué están haciendo? ¿Las cuentas del panadero?”, les preguntaba. Y cuando ellos le contestaban que estaban haciendo armonías, se quedaba con la boca abierta. “Resulta que en varios ensayos ellos no estaban de acuerdo con los bajos o con las armonías que yo ponía en una pieza, pero aceptaban y no discutían porque yo era el director. Pero, por lo bajo, yo escuchaba: Vamos a preguntarle a Falk. Iban allá y después de clase le preguntaban al maestro: Doctor, ¿este bajo puede ir en esta armonía?. Y contestaba el doctor: Perfecto, perfecto, porque este bajo viene y va, y lleva. Y, por lo bajo, los músicos comentaban: Il avait raison Oscar, (tenía razón Oscar)”, recordó.
Una felicidad sufrida
Solía llorar, y una de las veces que más lloró fue en la ciudad de Mar del Plata.
“Me hicieron llorar antes de empezar el recital, porque me recibieron como si hubiera dado un gran concierto y ese aplauso fuera el premio de lo ya hecho. Y yo les dije que me hacía mucho bien pero, por otro lado, me hacía un daño enorme porque me hace creer que soy alguien y que esperan mucho más de lo que yo soy capaz de darles. Lloro por la emoción, por la locura que sienten por este negro que no vale nada. Y siento la felicidad a mi manera, una felicidad que es sufrida. Es como si usted llevara a su mamá al hospital para una operación y después de todo el médico le dice que la intervención fue un éxito. Eso es felicidad”, dijo.