Cultura

Un gran dilema de la ciencia

En los años 60, con la llegada del hombre al espacio, se instaló una pregunta que aún no tiene respuesta: ¿los avances científicos justifican el sacrificio de una vida humana?

Cuando en la década del 60 los rusos anunciaron que el próximo cohete lo enviarían con tripulación humana, esa declaración desató una tormenta de réplicas y opiniones en todo el mundo científico. Louis Armand, fundador de la Euratom (Comunidad Europea de la Energía Atómica), preguntó: “¿Hemos de enviar hoy mismo un hombre a la Luna, aun sabiendo que su destino es la muerte segura por asfixia o calcinación?”. Los Estados Unidos aprovecharon la oportunidad para enfatizar la inhumanidad del régimen soviético, pese a que ya había comenzado los preparativos de la misión Apolo XI, que culminaría el 20 de julio de 1969 con el primer alunizaje humano.

No solo el anuncio soviético pateó el hormiguero científico, también muchos artistas se pronunciaron al respecto. Tal fue el caso del dramaturgo Tennessee Williams, el autor de Un tranvía llamado deseo, quien dijo: “Co­rriendo el riesgo de parecer irónico, creo que hay más de una persona en la Tierra que en es­te momento preferiría estar en la Luna y no aquí”.

Desde todos lados se alzaban las voces, incluyendo nuestro país. El Premio Nobel argentino Bernardo Houssay dijo: “Hay quien considera al hombre como un pequeño engranaje dentro de una especie de superstición de que la colectividad es todo”. Consideraba que el sacrificio de una vida humana solo puede ser concebido en un caso excepcional: “Exponer la vida no tiene por qué necesariamente significar la muerte segura. Hay quienes se han inoculado enfermedades gravísimas y, felizmente, la mayoría salvó la vida”.

Los protagonistas de la controversia 

Wernher Von Braum, eminencia de la cohetería norteamericana, señaló: “No obstante la impaciencia que tengo por escuchar el testimonio personal del hombre que haya podido observar la superficie de la Luna con sus propios ojos, sé perfectamente que sería contrario a mis concepciones cristianas y éticas sacrificar de una manera innecesaria una vida humana”.

El filósofo y matemático Bertrand Russell, que había estado en prisión durante la Primera Guerra Mundial por su militancia pacifista y que en 1950 ganó el Premio Nobel de Literatura, denunciaba por esos años que en el mundo cada día morían de hambre millares de personas para satisfacer la avidez de los hombres sobrealimentados de Occidente, y agregaba sobre la controversia del momento: “Esta nueva forma de muerte que es mandar un hombre al espacio, como la muerte que se decreta judicialmente, debe estar sometida a ciertas condiciones que, si no se cumplen, enajenan el acto”.

J. Robert Oppenheimer, el físico norteamericano considerado uno de los padres de la reacción nuclear en cadena, también dio su opinión: “Es la clase de pregunta que corre el peligro de engendrar una violenta controversia, no porque sea un problema científico, sino porque se trata de un problema de conciencia para cada uno”.

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